Juan Barros Madrid es obispo desde 1995. Su nombramiento se hizo en tiempos del Papa Juan Pablo II. Conocido hoy dentro de la iglesia católica, como protector y santo de dictadores y pederastas.
El controversial obispo de Osorno, estudió en el colegio San Ignacio de El Bosque, tuvo un paso por la Universidad Católica, en la carrera de Ingeniería Comercial, hasta su ingreso al Seminario Mayor, donde es ordenado sacerdote en 1984. Años difíciles de la iglesia chilena, sin embargo para el clérigo pirulo, de pelo engominado, ese no era tema, aunque puede que por obligación lo haya sido, en su labor de secretario personal del Cardenal Juan Francisco Fresno, desde 1983 y hasta 1990.
En sus años de formación, el no tan pequeño Juan, sintió una cercanía particular por F.K. presbítero de la Parroquia del Sagrado Corazón, perteneció a su círculo íntimo, al grupo de privilegiados que tenían acceso a los besos con lengua, a los toquecitos del amigo personal del Nuncio Ángelo Sodano, además de ser uno de los parrocos preferidos de los seguidores de la dictadura.
Para los finos feligreses de El Bosque, Pinochet era un salvador de la patria; cuya misión consistió en limpiar el país de tanto torcido comunista que dañaba los valores más esenciales de la nación. Por eso, Juan olvida o simplemente borra de su memoria antojadiza, la carta que enviara un grupo de parroquianos advirtiendo al Cardenal Fresno, sobre los abusos de su mentor en 1984. Porque entre tanto papeleo, entre tantos dimes y diretes de aquella época ¿Cómo se va acordar de una cosa semejante? Además había que ser bien “vaca” muy masón o decidido marxista, para creer que su líder espiritual, ese que olía a santidad pudiera ser acusado de semejantes tonterías, mire que tanta alharaca por una tocadita, un besuqueo.
Porque a la mesa del beato calentón, no todos estaban convidados, eran algunos los que tenían ciertos derechos y seguras prebendas, en esa especie de culto al manoseo, donde Barros o el actual obispo Tomislav Koljatic; se disputaban un arrumaco, una agarradita de paquete, del otrora guía -de la ahora discutida y antes venerada- Pía Unión Sacerdotal.
Y pasaron los años y nadie vio nada, ni supo nada, en el tranquilo templo de providencia. Algunos lo atribuyen a la natural astucia de los abusadores, otros sencillamente, incluso hoy, se niegan a creer tales imputaciones. Fue la valentía de Cruz, Hamilton y Murillo quienes superando todo tipo de presiones y prejuicios, continuaron con sus denuncias, golpearon todo tipo de puertas, enfrentando los códigos de silencio, hasta obtener en parte justicia.
Extrañamente el golpe de cordura, vino desde El Vaticano, el mismo que de la mano de Juan Pablo II, Ratzinger y Ángelo Sodano, encubrieran hasta el cansancio: el caso del pederasta Marcial Maciel en México, de los eclesiásticos de Boston, sin contar la triste confesión de abusos sexuales y psicológicos «endémicos» en escuelas y orfanatos católicos de Irlanda.
En ese ambiente de descrédito, el 18 de febrero del año 2011, la Santa Sede invita a Fernando Karadima a parar el “partuseo” convidándolo a encerrarse en el convento de las Siervas de Jesús de la Caridad. Allí el vejete perverso, sin un asomo de culpa, vive el infierno del placer solitario. Lejos de sus apetecidos mocitos de cuello y sotana.
En cuanto a su sequito, en apariencia disuelto, se encuentran diseminados en diversos lugares del país, la gran mayoría optó por el silencio, unos pocos se atrevieron a desafiar el anillo de protección de la desaparecida Pía Unión Sacerdotal.
Los compinches sandungueros del veterano pederasta: Tomislav Koljatic, obispo de Linares; Horacio Valenzuela, obispo de Talca; Felipe Bacarreza, obispo de Los Ángeles; Juan Barros obispo de Osorno, y el obispo auxiliar de Santiago, Andrés Arteaga. Se encuentran bajo prohibición de establecer contacto, con el promiscuo cura.
A los ojos de la iglesia basta con eso, porque el asunto es grave, pero como dice el Cardenal Medina, “el demonio donde puede se mete” y los santos por supuesto tienen debilidades, importa poco si durante más de treinta años, muchos jóvenes con vocación religiosa, tuvieron que soportar las desventuras de Sodoma y Gomorra, en busca de la extraviada virtud, ese camino lo transitó Juan Barros Madrid, encubridor junto a otros de abusos reiterados -y quién sabe si alguna vez- pudo ser cómplice o incluso victimario.
Por Omar Cid Crónica Digital
Santiago 30 de marzo de 2015