Por lo general, este tipo de niño o niña intranquiliza a la familia que no acaba de comprender las características de la hiperactividad. Incluso, no pocos padres piensan que su hijo padece alguna enfermedad que hace que se comporte de manera tan intranquila.
Los niños y las niñas hiperactivos delatan su incesante y constante cambio de actividad que, dicho sea de paso, va acompañada por una mantenida inquietud. Por lo que, a veces, les resulta imposible concentrar su atención sobre cuanto hacen. Ello repercute en su vida y, en particular, en la etapa escolar.
Algunos padres se quejan a menudo del comportamiento demasiado inquieto de sus hijos. Aseguran que les sobra energías y tratan de imponer su autoridad a fuerza de golpes y castigos. Cuando el menor cambia constantemente de actividad de una forma intranquila y ajena a su propia voluntad, podemos afirmar sin dudas que es hiperactivo.
La intranquilidad del infante hace difícil su manejo y por lo tanto su crianza y educación, la que muchas veces por no lograr fijar la atención, se agrava aún más. Con frecuencia los adultos hacen interpretaciones erróneas acerca del comportamientos de estos niños y niñas, calificándolos de malcriados, desobedientes y majaderos, al no tener en cuenta que la conducta que manifiestan es ajena a su voluntad.
En sentido general, para poder educar a los hijos resulta una necesidad tener en cuenta las características individuales de cada uno de ellos, sea hembra o varón. Así podremos eliminar las preocupaciones que surjan, siempre válidas, y dirigir los esfuerzos hacia su formación.
La hiperactividad en algunos menores suele ser transitoria, y su génesis puede partir de problemas familiares, tales como peleas entre los hermanos, el trato agresivo de los adultos, celos ante la llegada de un nuevo hermanito o hermanita. Otras veces esta manifestación se presenta cuando al muchacho se le niega el derecho de satisfacer plenamente sus deseos de exploración y juegos. También resalta en este tipo de niño o niña lo que aparenta ser una fuente ilimitada de energías.
Si lo obligamos a permanecer largo rato sin hacer nada, le aplicamos un horario de vida que no se ajusta a su edad e intereses, o simplemente no le damos libertad de iniciativa, estamos contribuyendo a que manifiesta su intranquilidad. Cuando el menor se comporta de esta manera hay que tener mucha paciencia para ayudarlo. Sobre todo, no se le debe rechazar ni incriminar constantemente por su intranquilidad. Determinados juegos y la práctica de deportes, pueden servir de mucho. También precisa enseñarlos a ser útiles, a que nos ayuden en pequeñas tareas, lo que representa una forma de canalizar su desborde de energía.
No resulta obvio aclarar que la hiperactividad infantil no es una enfermedad ni mucho menos una limitación. Si recordáramos al niño o la niña que un día fuimos, quizás descubriríamos cuan intranquilos éramos entonces. Incluso, ya de mayores, muchos de nosotros mostramos evidentes signos de hiperactividad en nuestra vida cotidiana, lo cual no deja de resultar beneficioso si lo comparamos con la pasividad rayana en la indolencia de algunos por ahí.
La hiperactividad infantil puede encausarse. Sólo hay que prestarle atención y mantenerse alertas, pues en ocasiones la intranquilidad que presentan estos niños y niñas pueden llevarlos a situaciones de riesgo, dado que su valentía va más allá de la normal conciencia del peligro.
Con paciencia, amor y mucha comprensión, se puede lograr que el menor hiperactivo desarrolle gradualmente la disciplina, el autocontrol, la capacidad para esperar. Lo importante es quererlo y aceptarlo y, sobre todo, conocer las características de su inquieta personalidad.
Por: Marilys Suárez Moreno de revista Mujeres
Santiago de Chile, 9 de abril 2006
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