De todas partes del planeta llovieron en las últimas semanas las denuncias de las terribles condiciones existentes en ese enclave, comparadas con las de prisiones públicas y secretas mantenidas por Washington en Iraq y otros países y que escandalizaron al mundo.
En realidad, no se trata de una situación nueva, pues los testimonios del régimen de torturas existente en el lugar ya son muy conocidos y provocaron protestas hasta de gobiernos aliados de Estados Unidos y de la ONU, reclamando su cierre inmediato.
Tampoco es nueva la información sobre el continuo intento de reclusos para poner fin a sus vidas ante el estado de desesperanza a que les condujo el más rudo encarcelamiento por años sin contacto con familiares o abogados y sin una acusación concreta.
Pero más allá de esa realidad y de la negativa de la Casa Blanca a poner fin a tal absurdo, lo que sucede en este tipo de prisiones norteamericanas, subrayan los analistas, pone en claro el verdadero concepto de derechos humanos manejado por esa administración.
Y es que los tres presos colgando por el cuello de lazos preparados con sus ropas o sábanas parecen evidenciar que, en el sistema encarnado por quienes gobiernan a Estados Unidos, no hay lugar para la compasión o la solidaridad humana.
Esa afirmación tiene asidero en el hecho de que lo ocurrido en la base de Guantánamo, territorio reclamado por los cubanos, es repetición de las torturas a detenidos «por error» ocurridas en Iraq y Afganistán, según acaba de admitir el Pentágono.
Ello se une a la larga historia de episodios semejantes o más dramáticos durante la guerra contra Vietnam y al número indeterminado de presos llevados por aparatos de seguridad estadounidenses a ergástulas desconocidas mediante vuelos también secretos.
Además, al aporte de militares y agentes de Estados Unidos a su original definición de lo que para ellos constituyen los derechos humanos, o sea el entrenamiento en décadas pasadas a torturadores latinoamericanos para el apoyo a dictaduras de la región.
Todo ello conforma una parte importante de la filosofía capitalista, donde el más fuerte tiene predominio aunque defienda lo peor, la cual cuenta con el mayor grado de imposición a otras naciones desde el ascenso al poder del presidente George W. Bush.
Hay quienes opinan que si el novel Consejo de Derechos Humanos, al iniciar hoy sus sesiones, quisiera hacer honor a su nombre, haría escuchar su voz en el caso de los desdichados prisioneros que todavía quedan con vida en el penal sin leyes de la base de Guantánamo.
Por: Javier Rodriguez
La Habana, 19 de junio 2006
Prensa Latina , 0, 84, 11