PABLO NERUDA Y VICENTE HUIDOBRO. 1973

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Fernand Verhesen, profesor, editor, escritor belga y Éditions SAINT GERMAIN DES PRES*, Paris, primer  trimestre 1974, en su colección POESIE SANS FRONTIERES, presentaron ese mismo año su libro en un homenaje a Vicente Huidobro (1893-1948), en Bélgica. Una selección o antología de nuestro Poeta, que titularon “Le Citoyen de l´oubli” (El ciudadano del olvido 1924-1934. Santiago, 1941). El compilador Fernand Verhesen en su introducción recuerda la importancia de la poesía de Vicente, su participación en la creación de la revista Nord-Sud y no evita la disputa entre Huidobro y Reverdy por el estilo que uno denominaba Creacionismo y su colega Cubismo. 

 

Verhesen inicia la labor con el poema Art poétique, de El espejo de agua, 1916. Muchos de los poemas de este libro fueron traducidos al francés por el autor en Horizon carré, Éditions Paul Birault, Paris, 1917, con ilustraciones de Juan Gris. 

 

Destacamos en este libro el prólogo “Vicente Huidobro por Pablo Neruda”. Que intentaré por su interés, readaptar al chileno. 

 

* Éditions Saint-Germain-des-Prés fue una editorial fundada por Jean Breton en 1966 y activa hasta 1997.

 

HUIDOBRO

Ver a Vicente Huidobro desde Bruselas, en la Grand-Place o Plaza central de Bruselas, con la Catedral Santa Gadula, entre el herbario de la poesía francesa y flamenca, es otra cosa que verlo desde Chile, su patria antártica aislada de todos los mundos por la cordillera y el océano.

 

Para ustedes Huidobro es parte del follaje del crecimiento. Para nosotros chilenos, Huidobro es acercamiento, relación y viaje.

 

Huidobro, como antes Rubén Darío, es un importador de tendencias, de construcciones, de fragancias compuestas en el fuego central de la Europa de la Primera Guerra Mundial. Apollinaire, Juan Gris y el cubismo, el Ballet Ruso. Desatan una nueva rosa de los vientos y nuestro Huidobro es el primer americano que mira donde va la flecha, siente crecer la rosa en sus propias manos. No digo en su corazón: Huidobro es un artesano, arquitecto del castillo en el aire y orfebre empeñado en la alquimia.

 

Su mundo mágico tiene la insistencia y el movimiento de una repetición manual: su destreza es la del maravilloso malabarista: sus relámpagos son producidos por un ejercicio voltaico jamás interrumpido. Rubén Darío, sin dejar de ser un americano fundamental, un indio melancólico, nos abrió las puertas del gran modernismo: trajo a América la suave ceniza de Verlaine y alcanzó a enfrentarnos al coloquio de Laforgue y al aullido de Lautréamont. Vicente se saturó de la elegancia cubista y alcanzó a divisar, dentro de su humanismo interplanetario, la cabellera surrealista que iba a flotar hasta ahora sobre el océano Atlántico, como las algas flotadoras.

 

La poesía chilena fue fundada el siglo XVI por un conquistador español, paje de Carlos V, llamado Alonso de Ercilla. El joven soldado perdido en la selva sangrienta de la guerra, reveló al mundo la proeza araucana. Mucha sangre perdió el Imperio español en esa guerra que duró tres siglos.

 

Ercilla celebró más a los invadidos que a los invasores. La poesía de Chile emergió como una flor roja del combate de una raza que quedó diezmada sin rendirse ante el formidable enemigo. Desde entonces este pequeño país ha tenido voz propia. Y esta voz se oye entre la nieve andina y las ilimitadas espumas del gran océano.

 

Parte considerable de esta voz, de este luminoso castillo levantado en nuestras soledades, es el canto creador, inventivo, juguetón y fantástico de Vicente Huidobro.

 

Este juego sostenido, que como un surtidor al parecer inagotable levanta en su torre de cristal un círculo de esplendor y de alegría, en la obra del poeta chileno que hoy es honrado por la antigua y nueva cultura de Bélgica en esta edición.

 

Con placer y con mucho honor he escrito estas palabras para festejar este acontecimiento, agradecerlo a los poetas belgas, y saludar la memoria de mi compañero desaparecido cuando se levanta esta vez muy lejos de Chile, el resplandor de su poesía.

 

Pablo Neruda. Chile, 1973

 

 

Por Alfredo Lavergne. Editor Cultura

8 de mayo

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