Ese estilo violento que usas en tus gestos
va esculpiendo tu mezquindad.
Todo te parece desenfocado cuando tu vista
se alarga hasta el final de la gótica calle,
ni los fantasmas de la casa de los espíritus
se quieren acercar a ti.
Crujen las mamparas, se trizan los vidrios,
Cae un polvo espeso de los adobes,
los quiltros callejeros desaparecen,
mientras el viento que dobla desde la Alameda
se esfuerza por cerrar tus rencorosos ojos.
Las nubes se retuercen en el cielo de Cumming,
donde las monstruosas e infernales gárgolas te rinden pleitesía.
Baudelaire te dedicaría “las flores del mal” al verte pasar
lejos de la mirada de Dios,
cuando los silenciosos adoquines se van desprendiendo
de la tierra con el golpe de tus tacos,
con el peso de tu furia,
y ese manto de humo del tabaco te sigue como un aura
que apacigua tu ira, pero no mi pavor.
Por Miguel Alvarado Natali, Crónica Digital 21 de junio 2013