Desenterremos septiembre
desde las postrimerías de agosto
hasta principios de octubre.
Desenterremos los niños de Santiago
perdidos en el pavimento,
los autos y el smog.
Desenterremos la maleta del clóset
de la última pieza y planchemos
la bandera en estos años oscuros de poesía.
Desenterremos la chicha y las empanadas
hechas en horno de barrro en Mahuidanchi…
para celebrar con el mapuche exiliado
de sus tierras ancestrales.
Desenterremos la Biblia
que está de adorno en la biblioteca del comedor,
junto a las cuentas abusivas de luz y teléfono.
Desenterremos las bolitas, los trompos
y los taca-taca, que mis hijos han cambiado
por juegos virtuales, tables y celulares de última generación.
Desenterremos nuestro baile nacional
y nuestro folklore
opacado por los corridos mexicanos
y tantas veces olvidada en las programaciones radiales
Desenterremos a Violeta, a Gabriela, a Pablo y Víctor,
homenajeados o sepultados
por el Gobierno de turno.
Desenterremos nuestras virtudes
marketeada por la realidad social imperante.
Desenterremos las manos
de nuestros mezquinos bolsillos, para dar una limosna
a los entes paupérrimos de las escaleras del metro..
Desenterremos septiembre de 1810
y celebremos Cancha Rayada y Maipú.
desenterremos el encuentro de dos mundos
tan diferentes y enfrentemos estos más de
quinientos años de la mano de Colón y Galvarino.
Desenterremos sin odios los desaparecidos
de estos cuarenta años, desenterremos la verdad,
cada paso y cada latido del fondo de la tierra.
Desenterremos al viejo Parra y bailemos
una cueca en la Alameda.
Desenterremos el reloj de diez y siete rubíes,
que el abuelo nos dejó con tanto cariño
y démosle cuerda para convencernos
que no fue un sueño y que el tiempo no se detuvo.
Desenterremos la primavera que florece en septiembre,
en esta buena tierra…
desenterremos septiembre,
porque no está triste,
porque septiembre está en paz.
Por Miguel Alvarado Natali
Crónica Digital, 17 de septiembre 2013