Del libro de mi padre «Sembrando Horizontes» cuenta en un capítulo, cuando después de nacer, vivir y trabajar en el campo desde niño, a los 16 años se hizo minero:
«Tres jóvenes nos fuimos a Punitaqui, donde trabajaban cerca de 1.500 obreros en las diferentes labores que allí había que hacer. Los tres comenzamos a laborar en los desmontes de una mina antigua; nuestro trabajo consistía en el acarreo de mineral, pero como al mes ese trabajo se terminó y decidimos buscar trabajo en la mina Moye, otra mina del sector. Uno de los muchachos que iba con nosotros, Aracena, no se acostumbró a las faenas mineras y decidió regresar a Limarí. Don Inocencio nos había dicho que era necesario trabajar en las minas para conocer el mundo en las entrañas mismas del cerro. Y tenía razón.
En el cerro las perforaciones se hacían con broca de acero, a mano descubierta, utilizando también un martillo de ocho libras. En los sitios donde el material era más duro había que usar explosivos. El metal lo sacábamos en unos “capachos”, que son bolsas de cuero que se cuelgan a la espalda. A eso nos dedicábamos los más jóvenes, que debíamos ir hasta el fondo de la mina para recoger el mineral y luego trepar por escaleras de palo o hechas en el propio cerro. Cargábamos entre 50 y 70 kilos en cada viaje. En la sección en que yo estaba habían 27 obreros que trabajaban de “apir” que es como les dicen a los que cargan los capachos. Sólo uno de los 27 resistía las 8 horas de trabajo, pero tenía 30 anos y era un hombre fuerte. Los más jóvenes, incluyendo a algunos niños, sacábamos menos material, pues teníamos que endurecer las piernas y la piel de la espalda antes de poder lograr mayores rendimientos. Yo no tenía ninguna experiencia en ese tipo de trabajo, salvo el mes que había estado en los desmontes.
Ahí se nos pagaba por tonelada de carga acumulada. Y, por supuesto, eran precios ridículos, si consideramos el desgaste físico y mental, pero de todas maneras era mucho mas de lo que ganábamos en la hacienda. Estábamos divididos en cuadrillas y después el mismo patrón hacía la distribución de la paga que nos correspondía a cada uno, previo acuerdo con la cuadrilla. En mi caso, como era el menor de todos, no me fue fácil trabajar con la cuadrilla, porque mi rendimiento no estaba a la altura de los demás. Ni siquiera los tres que veníamos de Limarí pudimos trabajar juntos. Después, afortunadamente, se encontró un vetarrón de cobre de buena ley. Y ahí empecé a trabajar de barretero, un trabajo que aprendí solo, mirando a los demás. Pero el primer día casi muero en un accidente, porque el tiro de dinamita explotó a destiempo, seguramente por la falta de destreza mía.»
Esa eran las condiciones de trabajo de un jóven – niño minero….!
Mañana a las 08:30 hrs. ingresaré a trabajar al Ministerio de Minería esperanzado de poder aportar desde mi condición profesional y mi experiencia en tantas batallas en la lucha por la democracia, al cumplimiento del programa de la Nueva Mayoría. Llevaré el recuerdo de mi padre, destacado dirigente campesino que forjó su camino en la minería del Norte Chico y en su Partido, el Partido Comunista. Seguimos por su misma senda….!
Por José Campusano
Santiago de Chile, 11 de marzo 2014
Crónica Digital