Por Isabel Gómez*
“La gente ha escondido sus ruidos, /sus modos de doler,/ ha incendiado sus nombres,/ fusilado su ropa,/ puesto a dormir su sangre y sus saludos…” (Pág. 5), con estos versos el poeta Boccanera nos introduce en su libro Marimba, antología personal del escritor y periodista argentino, quien vivió exiliado en México entre los años 1976 y 1984. Entre sus libros de poesía destacamos. Polvo para morder (1986), Sordomuda (1991), Bestias en un hotel de paso (2001), Palma Real (2008), entre otros. Obtuvo el premio Casa de las Américas (Cuba, 1976), Camaiore (Italia, 2008) y Ramón López Velarde (México, 2012).
Marimba es un canto a la poesía, en él nos invita a un viaje por los sentidos más ocultos de la palabra, sus fuentes de luces y sombras, abandonos y abrazos, hallazgos y pérdidas, silencios y diálogos, para enseñarnos que la vida hay que observarla desde dentro y desde afuera, desde el tiempo y el destiempo, desde los significantes de un sujeto que construye y deconstruye su propia identidad.
“Este es un poema tirado por caballos,/ voy de pie, voy aullando,/ una palabra brilla sobre mi lengua seca,/ polvorienta…” Aquí la poesía divaga sobre el sentido de lo humano, las interrogantes y los cuestionamientos de la existencia, “No canto porque sí,/ yo busco un mundo otro…” y cuál es ese mundo, nos preguntamos, aquel que sitúa al ser en su real valor, desde allí las subjetividades vuelven a encontrarse, en esta cotidianeidad donde la poesía misma es el sentido, el viaje que nos conduce hacia mundos desconocidos, “una tumba de besos al fondo de mi carne”, sin embargo, la poesía siempre estuvo allí, donde todos los mundos posibles se encuentran y se desencuentran, bajo esta incesante búsqueda de lo bello, lo sublime, la libertad, el himno más perfecto y sublime, la existencia. Es así como “no quiero la palabra saciada de sí misma”, nos dice el poeta. En estas páginas la palabra es el aliento, la respiración porfiada del que espera siempre otro mundo, aquel donde los seres humanos se reencuentren, se reflexionen, se busquen más allá de sí mismos.
En su poema Madre el poeta nos dice: “¿Cuántas llaves su boca?/ Candados que la visten, la roban de la luz,/ escondida, entregada./ Ladran perros de trapo en cajones saqueados/ por el polvo./ Todos los movimientos de mis manos la dibujan…”
La madre es la figura que todo lo habita y que nos traslada hacia nuestra propia niñez como un paraje desde donde se vuelven a tejer los días “donde mi edad es un ruido y una canción de vidrios sucios quiere hacerme dormir”.
De su poema Servicios del insomnio, cito: “Apilo noches cada noche./ Paredones de sombra donde mi sombra reza, traga/ un bocado, un ruido de hojas secas./ Es a destajo y es de mala gana./ Yo tuve otros trabajos. Eso está en otra historia./ Ahora dedicación, la vida baja./ Castigo de las manos, pena. Una sobre otra./ apilo noches, de barro son, cuadradas…”. El insomnio nos permite abrir zonas de transfiguración, el no sueño, la vigilia vista como un espacio para retrotraernos del yo interior y penetrar en los mundos donde la quietud del silencio conspira recreando nuevos simbolismos, nuevas maneras de interpretar aquello que nos aqueja y nos sitúa en el imaginario de las cosas.
En su poema Suma el poeta nos dice: “Los días no contaban para mí,/ bastaba la palabra./ Yo escuchaba en cuclillas cómo alguna palabra/ conversaba con otra./ No contaban los días./ pero extravié palabras y los días me siguieron/ de cerca con sus largos abrigos…”. La palabra vuelve a ser el motor central que mueve la realidad a través de un discurso literario que transita desde lo perspicaz a la plenitud, es allí donde cohabita el poema como una pieza que interroga las miradas, entre los paisajes cotidianos que van envolviendo sus historias, sus formas de ser en otros tiempos, otros espacios, otras maneras de convivir.
Barthes señalaba en El susurro del lenguaje, Cito: ¿Nunca os ha sucedido, leyendo un libro, que os habéis ido parando continuamente a Lo largo de la lectura, y no por desinterés, sino al contrario, a causa de una gran afluencia de ideas, de excitaciones, de asociaciones? En una palabra, ¿no os ha pasado nunca eso de leer levantando la cabeza? Esta cita describe muy bien las percepciones y nuestra forma de adentrarnos en el libro Marimba.
Uno de los aspectos que más nos vuelve a la poesía de Jorge Boccanera es su profunda sensibilidad discursiva. En toda su poesía subyace un juego imaginativo que nos invita a vivenciar la escritura mediante nuestras propias figuraciones de la realidad. El sentido exterior para enunciar aquello que es evidente y que sin embargo se envuelve en una capa de insinuaciones que nos permite construir nuestras propias codificaciones de aquello que se escribe. Lo que deducimos de esa lectura rápidamente nos obliga a reinterpretar la realidad, como si la poesía fuera el último recurso de la memoria para ilustrar nuestra subjetividad. Su ser semántico es nuestro propio ser que está presente en la escritura como un misterio que interpela constantemente la palabra.
Jorge Boccanera es, sin duda, uno de los grandes poetas de nuestra América, su poesía ha transitado por los cimientos de la memoria y ha sabido penetrar en las representaciones sociales como una suerte de interrogar asiduamente el tiempo, los sueños, las edades, la muerte y la vida luchando siempre por darle un sentido a la existencia, desde los espacios vitales del ser en su búsqueda de permanencia, desde donde proyectamos otros mundos, en este sueño gigante de leernos desde una América Latina unida a través de un discurso poético que trascienda nuestra conflictuada realidad; de esta forma la poesía nos ha enseñado desde siempre, a respirar, porque, tal como nos dice el poeta en su poema Engarce, dedicado al cantautor cubano Silvio Rodríguez: “la mano que lleva un niño de la mano no retrocede nunca”.
*Vicepresidenta Sociedad de escritores de Chile
Crónica Digital
Santiago de Chile. 26 de abril 2022