Para él, las mujeres eran una fuente de inspiración, objeto y materia de la literatura, sus romances alimentaban tanto su apetito físico como su erotismo espiritual.
En declaraciones a una emisora local, Teitelboim -político y escritor, Premio Nacional de Literatura 2002- dijo que el autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada se definía a sí mismo como amable de mujeres, las necesitaba como el aire para respirar.
Soy un monógamo sucesivo, asegura que solía repetir adoptando la descripción que hizo de él su amigo, el novelista colombiano Gabriel García Márquez.
Medio mundo sabe que el libro que lo consagró en su juventud (los Veinte poemas…) nació de su pasión frustrada hacia Albertina Azócar, erizada de altas y bajas, llena de declives vertiginosos, una pasión devoradora que nunca pudo satisfacer.
Después, acosado por la soledad cuando era cónsul en Ceylán -y sin Albertina-, se casó con la holandesa María Antonieta Hagenaar. Más tarde contrajo nupcias con la argentina Delia del Carril, de quien se separó tras una relación extraconyugal de varios años con la chilena Matilde Urrutia.
Mientras la pareja Neruda-Del Carril viajaba a través del mundo, Urrutia los seguía en otro avión para reunirse secretamente con el poeta en cualquier sitio donde éste se hallara. A ella le dedicó los famosos Versos del capitán, en los momentos más tórridos de esa pasión, en la isla italiana de Capri.
La edición fue reducida y publicada bajo un anonimato absoluto. Sólo los amigos más íntimos conocían la identidad del autor de esos versos.
Pero ni siquiera a Urrutia le guardó fidelidad. Además de los amoríos fugaces, en los últimos años de su vida Neruda se enamoró de una sobrina de su propia esposa, a quien le doblaba la edad. Una relación clandestina que un día fue descubierta por Matilde, pero a pesar de eso siguió ardiendo hasta el fin.
En opinión de Teitelboim, quien fuera uno de sus más íntimos amigos, el poeta de Residencia en la tierra se comportó durante toda su vida como un «macho viril, mujer que le gustaba, la tenía». En este sentido -agrega- era un típico latinoamericano de pueblo que debía probar sus dotes amatorias todos los días.
Nada mas natural en una naturaleza sensual como la suya, para quien la exuberancia de las formas y los colores, los olores, los frutos, el acto mismo se sentarse a la mesa constituian una fuente de placer personal.
Neruda fue un sibarita que hizo del disfrute una de las materias primas de su poesía.
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