El Señor Carlos Larraín, presidente de Renovación Nacional, se siente vencedor y no dudamos que la dictadura le haya resultado beneficiosa, lo suficiente como para no querer hablar del pasado, un pasado que a decir de Paul Ricoeur, a veces se niega a pasar, aunque Larraín vea en eso solo nostalgia.
Sin embargo, queda la duda si tras las declaraciones del senador hay sólo un gesto de desprecio. Quizás el único nostálgico sea precisamente él. Nostalgia por un tiempo ido, el de la impunidad total, el del silencio, el del terror, ese mismo que un día le hizo sentir vencedor, y del cuál hoy se niega a hablar. Dicen que Himmler llegó a comentar sobre el holocausto: es una página gloriosa de nuestra historia que nunca ha sido escrita y que jamás lo será.
Tal vez uno peque de optimismo al pensar que tras las declaraciones de Larraín, sobre la propuesta de crear un museo de la memoria, hay una cierta incomodidad. Pues tal vez tras sus palabras se ocultan la culpa y el miedo; mejor no hablar de ciertas cosas, como diría Sumo. Pero tratar de entender lo que fuimos no es nostalgia, si no un ejercicio de futuro. El Nunca Más, sin un esfuerzo comprensivo, no es más que voluntarismo. Y no basta el solo deseo para evitar que las cosas vuelvan a suceder.
Por años los alemanes al referirse al holocausto decían fueron los nazis, como si se tratara de un problema ajeno. Hasta que la contestataria generación de los sesenta se puso preguntona e increpó a sus padres para que hablasen del pasado que habían ocultado bajo la alfombra. Se abrió así un espacio para el debate, veinte años después, sobre lo sucedido. Los alemanes, como sociedad, no eran ni todos culpables, ni todos inocentes. Discutir el pasado permitió entre otras cosas establecer responsabilidades.
Las sociedades que discuten sobre su pasado pueden tomar medidas concretas para que el horror no se repita, ese es el verdadero valor de la memoria y la justicia. Si miramos la Alemania actual, las intenciones de que un hecho tan repudiable como el holocausto no vuelva a repetirse, no es sólo una declaración de buena voluntad, si no la construcción de una institucionalidad político-jurídica que está al servicio del Nunca Más. La memoria, se ha puesto al servicio de la justicia, y esta se convierte en un principio de acción para el presente, pues de los horrores del pasado podemos sacar lecciones para combatir las injusticias actuales. Recordamos, entonces, para el futuro, para dar una lección de vida a nuestros hijos e hijas.
De ahí la importancia de los museos de la memoria, los informes, la firma del tratado para crear el Tribunal Penal Internacional, la señalización de los lugares de la memoria. La historia no siempre la escriben los vencedores, pues cuando llega el momento les resulta más cómodo olvidarla. Entonces, es hora de que la escriban los vencidos.
Por Carla Peñaloza Palma. Académica de la Universidad de Chile.
Santiago de Chile, 25 de junio 2007
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