ACERCA DE LA LITERATURA FEMENINA

En uno de sus siempre sugerentes trabajos, que aun no se reúnen en un libro, nos reseñó las circunstancias y la forma en que, enfrentadas a sociedades dominadas por los hombres, muchas “mujeres […] se apropiaron de los instrumentos de escritura para hablar de sí mismas y de Dios”.
Se trata de temas limítrofes entre la literatura y la historia frente a los que debemos detenernos pues nos ayudan a iluminar el presente.

Un texto particularmente interesante son Los Lais de Maria de Francia (Ediciones Siruela, Madrid, 1987) y, pidiendo prestados algunos de los caminos e ideas que nos propone para su interpretación, podemos enfrentar la relación de este texto tan particular con el mundo en que se escribió.

Lai es una palabra de origen céltico (laíd, loíd, laoídth) que ya se encuentra en las antiguas sagas irlandesas, y que en su origen designaba un canto lírico-narrativo, compuesto para perpetuar el recuerdo de un suceso notable o de una aventura.

Por tanto, Ricardo Corazón de León aun no partía a combatir a las cruzadas cuando se escuchaban, más que leían, los Lais de María de Francia, pero poco sabemos de quien era ella.

La conocemos sólo por el nombre que se da a si misma. Una escritora de incierto origen que escribió, probablemente, en la Inglaterra anglonormanda del siglo XII: «Al llegar al final de este escrito que en romance he tratado y expresado, me nombraré en recuerdo: Yo me llamo María y soy de Francia…».

Por sus escritos, no es fácil determinar que Maria, nuestra poeta, provenga de una familia noble, pero por su formación debió estar vinculada a la nobleza.

Algunos historiadores han denominado el siglo XII europeo “el siglo de las mujeres”, pero lo interesante es comprender las características con que participan de su mundo.

Tras la muerte de Carlo Magno se dieron condiciones favorables para que cambiara el rol de las mujeres europeas. Era un momento de indudable salto en el ritmo de desarrollo, a lo menos en la Europa central.

Los primeros signos de la difusión del instrumento monetario aparecen hacia 1080 y cien años mas tarde el dinero esta por todas partes, lo domina todo, y nadie, ni príncipes ni campesinos, pueden evitar utilizarlo cotidianamente.

La extensión de la superficie cultivada y la expansión demográfica son factores que se intensifican y marcan las transformaciones durante el último cuarto del siglo XII.

El proceso de cambio del poder y de su estructura dio paso a que algunas mujeres participaran incluso de labores de guerra.
Un factor importante fue la modificación de la línea de herencia, lo que permitió que ellas pudieran acceder a la tenencia de la tierra. De no existir hijos la herencia pasaba a ellas.

Durante ese período las familias defendían su poder y el problema de los herederos era fundamental. Hubo incluso casos famosos, como los de Matilde (1102-1167) de Alemania y el de Leonor de Aquitania (1122-1204).

Leonor heredo del Duque Guillermo, quien dispuso en su testamento que fuese su heredera, y se caso con el hijo del rey de Francia Luís VI, separándose de el y casándose con Enrique Plantagenet. Hasta su muerte, fue una mujer que jugo un papel decisivo en los cambios políticos de la región.

Todo el desarrollo del comercio con el oriente no solo dio paso a un nuevo concepto del lujo y el ocio, sino que además trajo consigo nuevas formas de expresar el status. Los trajes de hombres y mujeres cambiaron, como así también la relación de ambos en la vida cortesana.

Aprendieron a disfrutar de la lectura, además en su mismo idioma y no solo en latín. Cada vez más leían por placer y no solo por provecho intelectual. Particularmente María, hija de Leonor de Aquitania, en su corte ayudo al desarrollo de una literatura propia.

Estos textos, entre otras cosas, nos muestran el nuevo mundo de riqueza de vestuario y lujos en que vivían los nobles.

Fue un proceso en que, a través de la escritura, dieron cuenta como ya no solo se imaginaban en su vida cortesana, o en la de marido y mujer, sino también en el rol de amantes, enriqueciendo justamente mitos clásicos como el del amor y la muerte.

Paulatinamente el dinero pasa a tener un rol mas determinante en la vida de la nobleza, desde la adquisición de los crecientes lujos que deseaban, hasta armar a sus guerreros y defender sus tierras.

En este marco la mujer del noble ahora participaba de la producción y administración de la riqueza en sus propiedades, incluso muchas veces también de la venta de los productos. Los mayores períodos de paz dieron la posibilidad de mejorar las condiciones de vida.

Las herencias entonces pasan a tener un nuevo y mayor sentido, y con el también la muerte. El traspaso de tierras a las hijas solo pudo ser posible en la medida que se acompañara del matrimonio de esta, por el riesgo que se corría de perderlo todo por la confiscación del rey y las menores posibilidades de defensa -como fue la situación que originó el matrimonio de Leonor y muchas otras.

Mientras no cambió la normativa de herencia y las mujeres no podían heredar, las viudas corrían el riesgo de perder todos los derechos al morir su marido, incluso la dote. Podían ser obligadas a volverse a casar. El problema central era la posesión de los bienes, y estos normalmente la viuda los perdía.

Un caso excepcional lo constituye el de Margarita de Dinamarca (1353-1412). Quien fue reina real de Dinamarca, primero como regente de su hijo Olaf, y a la muerte de este como gobernante por derecho propio.
Otro caso notable lo constituyó el de la Reina Isabel la Católica (1451-1504), quien asume el trono tras el conflictivo período en que reino su hermanastro Enrique IV. Y, con gran habilidad, a su muerte toma el poder y se casa con Fernando de Aragón unificando y co-gobernando ambos reinos.

Probablemente, es en este marco en el que se desenvuelven las trovadoras mujeres. Y aunque lo más seguro es que las poetisas no viajaran de castillo en castillo, si lo es el que escribieron para diversión propia y de su corte.

Por cierto, sus versos diferían en estilo y temas de los trovadores masculinos. En los Lais de María, se reivindica para la mujer algunos derechos que lo normal es que se reservaran para los hombres.

Por ejemplo, aquí son ellas las que, en ocasiones, toman la iniciativa; la muchacha lo hace en la historia de Eliduc, y en la escena con Lanval es la Reina quien, al verlo sólo, se le acerca y le abre su corazón.

En el mismo texto, se nos muestra como ellas tienen una percepción distinta de detalles importantes, como era el cuidado y la protección de la dama: “un viejo sacerdote de florida barba blanca guardaba la llave de la puerta. Había perdido sus más bajos miembros; de otro modo no hubiese confiado en él su señor”.

En el licencioso tono conversacional de sus canciones y tensones no idealizaron el amor ni el sentimiento de amor, emplearon menos la alegoría y el juego de palabras pero, en cambio, fueron directas, prácticas, sensuales y espontáneas.

Sin duda este ya no era el mundo de la alta edad media, donde todo era rudeza y combates. Los héroes de los Lais y romances no peleaban con huesos en las mesas de los banquetes, ni despedazaban a sus adversarios sobre un río de sangre, como hacían en los cantares de gesta.

La literatura caballeresca también fue perdiendo su trasfondo celta y ganando nuevos contornos sociales. Mucho después, estos mismos cambios permitieron los amores privados, como el de Don Quijote con Doña Dulcinea del Toboso que, aunque él no quisiera dilucidar si era real o imaginario, seguía siendo la base de su vida.
Como bien decía Don Quijote, “quitarle a un caballero andante su dama es quitarle los ojos con que mira, y el sol con que se alumbra, y el sustento con que se mantiene”. Carla Cordua aborda algunos de estos temas en Ideas y ocurrencias (RIL editores, 2001).

En la vida real, tal como la describen, incluso en las confrontaciones se había transitado hacia unas formas más deportivas, en las que los premios eran caballos, o sencillamente dinero, y no tenían como fin matar al contrincante. En este mundo el
caballero debía honrar y proteger a la mujer.

Con el tiempo, por sus altos costos, la caballería se fue transformando en una profesión hereditaria en manos de la nobleza. Como parte de la misma, sin entrar aquí a analizar las implicancias sociales de la formación de este grupo de poder, el noble adquiría compromisos de nuevo tipo con las mujeres de la corte. El modo mismo como el caballero trataba a la dama era clave para su reputación y, por ejemplo, daban cuenta de su calidad de caballero.

Uno de los motivos centrales de esta literatura era el amor y la muerte, Eros y Tanatos, sin duda un tema clásico. Ya en el mito de Tristan e Isolda los amantes aceptaban una “segunda muerte” con tal de gozar de la unión de sus cuerpos y de su amor.

Se trata de lo que se ha llamado también la “pequeña muerte”, en que lo erótico da la posibilidad de una forma superior de vida aunque solo sea transitoria. Lo interesante es como una mujer da cuenta de este tema clásico, con sus matices propios.

Esta preocupación me parece importante, por cuanto estos conceptos fundamentales de la existencia humana han tenido diferentes significados a lo largo de la historia. El valor social que se le asigna, que no ha sido el mismo en los diversos períodos, sin duda ha sido un factor determinante en la vida de la especie humana y en particular en la formación de la mujer.

Sin duda, la relación de Eros y Tánatos tenía como marco definitorio la cercanía de la muerte natural en el medioevo. La vida cotidiana en la Edad Media no solo a de haber sido dura, con grandes dificultades de alimentación y gigantescas inseguridades frente a la violencia del medio, ambos aspectos de la vida a los que le dedicaban gran parte de su existencia.

Pero, parcialmente, este fenómeno esta ligado a los altos riesgos de vida, sin conocimientos médicos y la más absoluta falta de higiene, los niveles de mortalidad han de haber sido altísimos, más haya de los períodos en los que arreciaban las pestes y todo tipo de enfermedades.

La muerte se abatía sobre todas las edades, especialmente durante la infancia, pero también durante la edad adulta joven. Era por consiguiente una presencia infinitamente más familiar de lo que es en nuestro caso, ya que para nosotros la muerte que sobreviene antes de la edad de los cincuenta y cinco años constituye relativamente una rareza

Debemos asumir que a lo largo de la historia ha habido varios tipos de actitudes frente a la muerte. Lo más probable es que en la edad media estuviese desprovista de un carácter particularmente aterrador, y el destino del individuo se subordinaba sosegadamente al futuro de la colectividad, del grupo jerárquico y de la familia. Entonces la muerte no constituía realmente una etapa sino una condición.

Socialmente, esta es una creencia que se mantiene inalterada hasta entrado el siglo XIX; todos morimos, y hay un despliegue público de arrepentimiento y serena aceptación del fin. El hecho de no vivir con miedo a la muerte significa llegar a una avenencia con ella, admitirla por dura e inaceptable que pueda parecer al principio.

En el siglo XII, son muy pocos los ámbitos de la actividad humana en las que pueda observarse el concepto del individualismo, por lo que las modernas concepciones de la relación con la muerte no tenían cabida en tiempo de las cruzadas. Incluso, la supuesta obsesión cada vez mayor por los placeres sensuales de la vida y por los bienes materiales es difícil de sustentar documentalmente.

Como nos muestra la profesora Invernizzi, vale la pena detenernos en estos temas pues, mientras que el temor personalizado hacia el “juicio final” fue pronto mitigado por la creencia en el “Purgatorio”, los Lais nos daban cuenta de este concepto de la muerte y de su relación con el amor el cual, visto con “sentido común”, no pierde su romanticismo pero si su ingenuidad, sobre todo cuando quien nos lo relata es una mujer.

Por Gonzalo Rovira S. El autor es miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital

Santiago de Chile, 20 de julio 2007
Crónica Digital

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