Inexplicable ha sido en los ámbitos literarios de Latinoamérica la escasa resonancia de la conmemoración del cincuentenario de la publicación de “Rayuela”. Escrito en Paris entre 1950 al 56, fueron para Julio Cortázar los años más felices, pese a la pobreza material que padecía.
A través de sus protagonistas, Oliviera el porteño o Maga, el autor recorre París como si fuera un continente y un laberinto. Enredados ambos en un intrincado existencial, diariamente deben enfrentar problemáticas de amor, de sistemas filosófico–políticos y de vidas cotidianas en la cuidad parisiense. A pesar que el texto pudiera definirse como profundamente pesimista, por el sentido de que no hace más que lamentar el estado de cosas, enseña igualmente la esperanza de un triunfo: la realización de un proyecto social no concretado.
Fue editado por primera vez en 1963, en pleno período histórico –a pesar de la guerra fría– de los “años dorados” del capitalismo occidental, expresados en los “Estados del Bienestar” constituidos en la postguerra, donde Salud, Vivienda, Educación y Trabajo estaban garantizados, en especial para la juventud. Su recepción entre cierto público y la crítica fue desalentadora. Plantear el hastío y cierta repulsión existencial hacia esa cotidianidad del capitalismo industrial–tecnológico que proporcionaba a la sociedad de entonces un estilo de vida de confort urbano, tal como se manifestaba abiertamente en “Rayuela”, era un acto provocador.
En poco tiempo,”Rayuela”, pasó a la categoría del Index sutilmente no recomendado. En esa condición, un día de mi adolescencia, a insinuación de un librero recién arribado de Europa, el texto llegó hasta mis manos. Su lectura me alucinó a pesar de que ciertos pasajes no los entendí. Hubo la casualidad que un compañero de mi liceo también hojeaba y reflexionaba con “Rayuela”. Y así durante años transformamos este libro en un gran juego entre ambos.
Como los capítulos no estaban conformados correlativamente tratamos de articular un modelo para armar a Oliveira. Con trozos de París y surrealistas, como Wilfredo Lam, André Breton y Henri Michaux, armábamos un rompecabezas cuando nos juntábamos. Sin darnos cuenta enarbolamos la bandera rayuelista, del ideal libertario de la vida.
Diez años después, el propio Julio Cortázar, en una conversación con una alumna de literatura mexicana, evocará el significado de su obra: “Descubrí que ‘Rayuela’ estaba destinada a los jóvenes y no a los hombres de mi edad. Nunca lo hubiese imaginado cuando lo escribí. Ahora, ¿por qué? Porque fueron los jóvenes los que encontraron algo que les impresionó, que los impactó”.
Añadió: “Los jóvenes encontraban allí sus propias preguntas, sus angustias de todos los días, de adolescentes y de la primera juventud, el hecho de que no se sienten cómodos en el mundo en que están viviendo, el mundo de los padres. Y fíjate que en el momento en que ‘Rayuela’ se publica todavía no había ‘hippies’, había una generación que empezaba a mirar a sus padres y a decirles: ‘Ustedes no tienen razón. Ustedes no están en lo que pretendemos. Están dando en herencia un mundo que nosotros no aceptamos” (Evelyn Picón Garfield: “Cortazar por Cortazar”).
Es probable que el espíritu cortaziano haya aportado en conjunto con la música, el arte y otros pensamientos sociales (tales como el sicoanálisis, el anarquismo, el feminismo, el gandhismo o el ecologismo), algo de su savia en la revuelta del Mayo Francés del 1968, que solo tenía como lema “La imaginación al Poder”, semejante al grito profético de Oliviera, el protagonista de “Rayuela”.
Por Oscar Ortiz. El autor es historiador. Entre 1970 y 1990, fue uno de los principales discípulos y colaboradores de Clotario Blest, quien le heredó su archivo y patrimonio.
Santiago de Chile, 7 de marzo 2013
Crónica Digital