En qué va a terminar todo esto. Una pregunta leída numerosas veces en las redes sociales. El virus enfermará a muchos, dañará a unos cuantos y matará a otros tantos. Sin embargo las consecuencias más importantes se observarán en la forma de relacionarnos, tanto persona a persona, grupo a grupo, como también de la humanidad con el medioambiente. Pero cuál será el sentido del cambio, a quién beneficiará. Es una cuestión aún abierta pero con tendencias históricas favorables a unos más que otros.
Lo más probable será una salida a la crisis favoreciendo a los más ricos y poderosos, como lo señalara públicamente Oscar Landerretche (hijo) hace poco. El gobierno hace todo lo posible para que así sea. El apoyo a las micro y pequeñas empresas no es sino un traspaso de recursos para los bancos, que no asumen ningún costo significativo en esta situación. Las medidas del supuesto apoyo a los trabajadores son con cargo a los ahorros de los propios trabajadores en sus seguros de cesantía. Las cuentas de la electricidad, agua y telecomunicaciones deberemos pagarla igual, después, pero nosotros mismos. ¿Quiénes disminuyen proporcionalmente más su patrimonio y quienes menos o derechamente lo incrementan?
Muchas de las medidas gubernamentales actúan con fondos generales de la nación. ¿Cuál es el principal origen de estos fondos? Los impuestos ¿Qué impuesto hace el mayor aporte al tesoro público? El IVA, que pagan todos. Como los ricos son pocos y los demás somos muchos, este tributo es fuertemente regresivo, es decir los ricos pagan poco como proporción de su patrimonio y los pobres pagan mucho. Entonces quién paga las medidas que favorecen a los ricos. Para ser ecuánime diré que las clases pobres y medias hacen la mayor contribución a las medidas que terminan favoreciendo principalmente a los ricos.
Pensar que la crisis no tiene un origen en las relaciones económicas entre las personas nos lleva a cuestionar el porqué ha de favorecer más a unos que a otros. Sobretodo incrementar las desigualdades socioeconómicas parece una acción de tonalidades éticas gris oscuras.
El gobierno de los ricos defiende los intereses de los ricos, para eso está. Entre su gente de confianza las medidas pueden ser dirigidas con descaro hacia su propio terreno. Acaso el presidente ¿no tiene millonarios intereses en el sistema financiero y en múltiples empresas de gran tamaño? Por eso no quiere oír a nadie más. Muchas personas de extraordinarios talentos profesionales, algunos de renombre internacional, han hecho propuestas serias, pero ninguno ha sido considerado.
Algunos de los científicos más connotados del país han realizado fuertes críticas al manejo del gobierno en la crisis, tanto en la revuelta social como en la pandemia. El gobierno hace como que no se escucha, es que no quiere a nadie de fuera de su círculo íntimo. Podría ejemplificar con un hecho que al menos se cataloga de curioso. Parte del equipo investigador que encontró hace pocos días un protocolo alternativo para extraer el RNA de manera simple y compatible con el PCR, ofreció sus servicios al Minsal en febrero, ellos ni siquiera tuvieron una respuesta de parte de la autoridad.
Los alcaldes han hecho propuestas diversas, siendo acusados de hacerlo por meros intereses electorales. A los profesores tampoco se les escucha. Sólo se han oído las voces de los empresarios pidiendo reabrir el comercio y regresar a los trabajadores a sus labores. Si Paulmann no se hubiese pronunciado públicamente en contra, hoy todos los mall estarían abiertos.
Avanzar hacia una salida de la crisis más justa requiere de un proceso de activación de muchas personas para poner en la discusión pública cuestiones relevantes como la necesidad imperiosa de elevar las tasas del impuesto a la renta de manera creciente en los tramos más altos. Así se equilibraría algo el aporte de cada uno a solventar los costos de la crisis.
Si hacemos algo hoy, existe una posibilidad (pequeña o grande, dependiendo de la cantidad de participantes y/o de su peso específico) de disputarle el costo de la crisis a los ricos y poderosos.
Cuando hubo más de un millón de personas en la calle, las desprestigiadas organizaciones políticas formales rápidamente acordaron hacer un plebiscito para que el pueblo soberano decidiera si se cambia o no la constitución de la dictadura. Hoy a este desafío se le suma otro ¿permitiremos que los ricos se hagan más ricos y nosotros más pobres? En este mundo moderno ¿tenemos alguna chance de tomar la palabra y decir esto no está bien? ¿De qué unidad nos hablan si sólo se escuchan a ellos? Ya hay muchos pasándola mal y el panorama venidero no se proyecta mejor.
Postulo que cada uno destine un poco de tiempo buscando la mejor forma de alzar la voz para hacer que los demás realmente escuchen lo esencial de su clamor. Puede resultar ser este cometido una inversión tanto en nuestro propio ser como en los otros cuantos que están en similares condiciones. Si sucediera una respuesta masiva quizá podamos girar la manija de los acontecimientos y construir un nuevo escenario social, político y económico.
El malogrado estado de ánimo, producto de las circunstancias desfavorables, atentará contra una iniciativa así. Se trata de un idealismo pueril sostendrán unos, en principio. ¿Y qué perdemos con intentarlo? ¿No nos dejará en mejor pie saber que buscamos una alternativa diferente, de buena calidad para muchos? Pero muy por sobre eso se trata de poner en la mesa del poder la potencia de una mancomunidad de personas su versus la simple suma de individuos amantes del dinero y el poder.
Yo estoy bastante deteriorado físicamente, me cuesta sentarme a escribir, pero si comienza a multiplicarse esta voz, me encontrarán en la calle gritando con la voz que ya no tengo por una salida justa a la crisis económica, social y política.
Economista, 20 años de trabajo en el sector público, magister en gobierno y gerencia pública.
Santiago de Chile, 20 de mayo 2020
Crónica Digital