Por Marcel Garcés Muñoz
El mes de septiembre sigue siendo un periodo para el recuerdo de una parte crucial de la historia de Chile, de hechos que marcaron de manera indeleble la historia personal y colectiva de millones de chilenos, en la que generaciones de compatriotas hicieron su aprendizaje dramático y marcador de una épica romántica, de una experiencia vital, del despertar de una democracia de la que fueron protagonistas directos, pero también y del miserable actuar de una clase social, política y económica y de las tropelías brutales, de una soldadesca ebria de una crueldad criminal y sed de sangre, tanto como de una corrupción e inmoralidad desconocida en la historia nacional.
El 4 de septiembre de 1970, con la limpia victoria electoral de la Unidad Popular, y el apoyo nacional a un proyecto de justicia social, de progreso y de dignidad nacional, es parte inolvidable de la historia de un pueblo que protagonizó una verdadera epopeya de cambio, pleno de esperanzas y optimismo.
Pero el 11 de septiembre de 1973, es el ejemplo de la abyección a la que puede llegar la derecha económica y política, utilizando los mecanismos de su poder, masacrando al pueblo, desconociendo sus elementales derechos democráticos y humanos.
En 1973, una combinación artera de los intereses y la sedición financiada y dirigida por Estados Unidos, las transnacionales y el poder imperial, utilizó a las Fuerzas Armadas chilenas, para convertirlas en instrumentos de la Guerra Fría, y de sus planes de dominio global.
La Derecha política y económica chilena, junto a una camarilla militar subordinada al Pentágono, y otros serviles mercenarios, fueron cómplices –algunos hablan hoy de pasivos, para disimular sus culpas- de un objetivo estratégico global de dominación imperial, y no puede hoy pretender rasgar vestiduras por la democracia, que nunca han tenido como objetivo político ni moral.
Pero este septiembre de 2020 tiene un perfil político y social, un contenido y objetivo estratégico y patriótico en busca de un porvenir democrático, de un proyecto esperanzador.
Y es esa meta la que debe perfilarse como la orientación y sentido, la meta promisoria del quehacer político de la ciudadanía.
Resulta claro que el objetivo de la Derecha, de los enemigos de la democracia, es frustrar el anhelo patriótico y democrático del pueblo chileno.
La campaña contra el “Apruebo” la demanda de una nueva Constitución para Chile no oculta su intención de mantener las reglas fascistas, reaccionarias, de la Constitución de Pinochet, impuestas en 1980, por la barbarie y la muerte, la complicidad de algunos “nuevos” demócratas que hoy aparecen en el escenario.
Es francamente ridículo que la propaganda de los retardatarios argumente que al apoyar el “rechazo”, se propone impedir que “los mismos de siempre” redacten la nueva Carta Magna, cuando bajo la dictadura, una decena de serviles a la dictadura militar fueron los que redactaron el documento que hoy pretenden eternizar.
Por ello, cuando la propuesta popular es que los ciudadanos, todos, mediante el mecanismo del Plebiscito, discutan y redacten una Constitución que refleje el acuerdo social ciudadano, pretender desconocer la voluntad democrática de la ciudadanía- es más que un crimen, es una estupidez.
Por lo demás, y de acuerdo a la realidad histórica, esta sería la única Constitución nacional que sería producto de una democracia realmente participativa y no de un grupo de “notables”, una decena de individuos dueños de tierras o de minas y comercios, oligarcas y dueños de títulos nobiliarios, de terratenientes o prestamistas, o dueños de lavaderos de oro y de esclavos, genocidas y explotadores brutales, o abogados de los señores del salitre, los que redactaron a su antojo y según sus intereses, las normas constitucionales que garantizaran sus dominios y sus cuentas.
Esta es el sentido verdadero de la vocinglera e histérica campaña política y mediática – incluida una nueva versión de la “guerra sucia” con la que pretenden frustrar la voluntad ciudadana- de una nueva Constitución que responda a las demandas, necesidades y sueños de los chilenos del siglo XXI. Precisamente El Mercurio y otros medios y personajes subordinados a la Derecha pretenden reflotar los argumentos y métodos de la “guerra sucia” y de la “Campaña del Terror” de los años 70 y la Guerra Fría para deslegitimar las demandas democráticas de la ciudadanía y sus reivindicaciones económicas y sociales y junto con ello calumniar, desnaturalizar , ensombrecer la figura, del pensamiento y la practica política, el liderazgo histórico del presidente Salvador Allende, el avance social democrático que significó la Unidad Popular y su Programa , como culminación de un proceso político social popular chileno, notable en la historia nacional, regional y mundial.
Otros, pretenden polemizar sobre un pretendido carácter “social demócrata”-utilizando el concepto como un agravio y casi una acusación en contra de Allende, la unidad Popular y sus partidos.
Olvidan, no por casualidad o desmemoria, de que su proyecto político, elaborado a lo largo de una vida de líder popular, de conocimiento y estudio profundo de la realidad del país, y su compromiso con las demandas populares, se desarrolló en medio del ataque permanente de la Casa Blanca, el Pentágono y la CIA, de los señores Kissinger y Nixon, que pusieron al servicio de la conspiración a algunos yanaconas locales, representantes de la gran empresa y las transnacionales.
Olvidan, a sabiendas, y para “olvidar” sus culpas en la traición a la democracia y en los crímenes de la dictadura de Pinochet el escenario de la Guerra Fría y de la lucha ideológica global y el verdadero sentido del “castigo” que se quiso propinar al pueblo de Chile, por su determinación soberana de encaminarse hacia un sistema democrático y popular, definido como “socialismo chileno” cuyo contenido anti imperialista era innegable y cuyo “mal ejemplo” para el mundo, podía debilitar del dominio imperial de Washington.
Unos y otros desconocen el aporte de Allende a una estrategia y táctica de avance social, de progreso, de patriotismo y latinoamericanismo, de aporte a la lucha por la democracia y los derechos a la autodeterminación y soberanía de los pueblos y los pueblos oprimidos del mundo.
Pero sobre todo olvidan, y en ello también se equivocan, el sentido presente de su ejemplo, de su voluntad de cambios, de progreso social, de ejemplo de compromiso, de convicción democrática, su condición de liderazgo, de voluntad unitaria de las fuerzas sociales y políticas por el cambio que nutrió su labor partidaria, política y gubernamental
El aporte de Salvador Allende a la unidad del pueblo, la dignidad de su rol histórico, que lo llevo hasta el sacrificio de su vida, como contribución suprema a las luchas que, estaba seguro seguiría dando el pueblo chileno, aún no ha sido recogido, reconocido, dignificado y sobre todo, honrado, por algunos que en estos días se han proclamado como herederos de su ejemplo.
Porque hoy tanto como celebrar su figura, dignificar, estudiar su vida, su pensamiento y su accionar político concreto, lo que hace falta, mucha falta, es aprender de su ejemplo concreto, de cómo se jugó por la unidad del pueblo, y como respondió, fue digno de la confianza del pueblo.
En las circunstancias presentes del escenario político nacional habría que aprender de la conciencia unitaria de Allende, de cómo contribuyó a la unidad política y social, como supo poner en su Programa las tareas de entonces, aplicables en el presente y el futuro, en la defensa de la democracia, de la participación popular, del progreso social, de la defensa de los intereses y las riquezas nacionales, de la dignidad, del país en la escena internacional, del patriotismo, y la verdadera defensa y soberanía nacional, entendido en su más amplio significado y concepto.
Cuando Chile se encamina, con decisión pero con sobresaltos, en un complejo panorama de conspiraciones y amenazas, de incertidumbres, indecisiones y reticencias, en el proceso constitucional, la vida, el ejemplo moral, los sueños de Salvador Allende, deberían estar más presentes, en el quehacer político de la centroizquierda, la izquierda, y en el movimiento social.
La unidad del pueblo, una voluntad y un programa unitario de progreso, la claridad respecto de los objetivos patrióticos y una clara definición estratégica, y un acuerdo en la práctica política, respeto mutuo y no dejarse embaucar por la ofensiva mediática de la Derecha y sus medios, y una convivencia respetuosa de las diferencias y ajena a descalificaciones y “gustitos retóricos” para aparecer en las polémicas alimentadas por deliberadas estrategias divisionistas, parecen ser el único camino posible para vencer en esta nueva batalla histórica para Chile.
Por Marcel Garcés Muñoz
Periodista
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 9 de septiembre 2020
Crónica Digital