Por Marcel Garcés Muñoz
Estados Unidos vivió el miércoles 6 del presente mes de enero, no solo un acto demencial y criminal. El asalto al Capitolio, en un intento brutal de interferir, de frustrar y anular la voluntad electoral de la mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos, fue una acción subversiva del orden democrático, por parte del presidente en ejercicio del país, el republicano Donald Trump que pretendió desatar un golpe de estado, para evitar el acceso a la Casa Blanca de Joe Biden.
Es decir no se trató solo de una “tormentosa tarde”, como delicadamente lo caracterizó editorialmente “El Mercurio” de este jueves 7 sino del corolario natural de una política instalada por el magnate derechista, una expresión enfermiza de su desequilibrio mental, en realidad de su primitivismo político, de su extremismo ideológico neofacista desde el momento de llegar al poder y que se parapetó después de las elecciones de noviembre, en acusar a los demócratas de realizar un fraude electoral, cuando las cifras le fueron desfavorables.
Primero acusó a los gobernadores y autoridades de los Estados favorables a los demócratas, luego a una empresa supuestamente “chavista” de manipular las computadoras, cuando las cifras de los escrutinios le fueron negativos a sus ambiciones y propósitos, luego a agentes de Maduro o de Cuba y hasta llego a acusar a Biden de ser instrumento de los comunistas, de los “terroristas” , en fin de los enemigos de Estados Unidos, que solo tendrían a su persona como su “Super Héroe Defensor”.
El asalto de los terroristas fue la respuesta planificada al “grito de guerra” lanzado minutos antes por el propio Presidente de Estados Unidos a sus secuaces, al insistir, en su fallida teoría del “fraude”, y atizar el odio y la irracionalidad de sus partidarios contra el proceso electoral, contra los demócratas y contra la democracia.
En una clara incitación a la violencia, Trump vociferó entonces: “Después de esto vamos a marchar—y estaré con ustedes- vamos a marchar hacia el Capitolio. Y vamos a alentar a nuestros valientes senadores y congresistas y probablemente no vamos alentar mucho a algunos de ellos”, agregando “Nunca nos rendiremos”.
Tras esas palabras las turbas “trumpistas”, perpetraron el asalto entonando la consigna elegida para ello: “Si no recibimos la respuesta correcta hoy, ¡Volveremos con rifles!”.
Decirlo no era necesario. Alle estaban, con sus armas de guerra, los “Proud Boy”, la fuerza de choque paramilitar de Trump.
El resultado del episodio es además de la cifra de cinco muertos, decenas de heridos, guardias del Congreso, y policías agredidos, la constatación en el mundo entero del valor real de la práctica política democrática real, en un país que se ha arrogado la defensa del la democracia en el mundo entero, con lo cual se han justificado agresiones, invasiones, ocupaciones , intervenciones militares en todas las latitudes.
La aventura antidemocrática de Trump, confirma el irrespeto de la institucionalidad y del Derecho en uno de los principales escenarios del “american way of life”, y la mentira e hipocresía del discurso del modelo de derechos democráticos y de guardián de la paz y la seguridad (nacional de Estados Unidos, claro) en el mundo entero, que se ha autoasignado Washington, la Casa Blanca, el Pentágono, la CIA, etc.
La verdad es que los hechos de este miércoles 6 confirman que Estados Unidos es un país polarizado, donde coexisten sectores democráticos, progresistas, un país de poblaciones carenciadas como los afroamericanos, los “latinos”, chicanos, los migrantes, junto a supremacistas blancos, mercenarios , una fuerza militar agresora a escala planetaria, grandes empresas transnacionales explotadoras de las riquezas del tercer mundo, bandas paramilitares fuertemente armadas amparadas en la legislación , extremistas y aventureros desequilibrados, al estilo Donald Trump.
El panorama no deja de ser inquietante para el futuro de Estados Unidos, pero especialmente para la seguridad y la paz internacionales. Y para la soberanía y los derechos de países como Chile y los de América Latina, cuya dependencia de la locura y de la locura imperante más allá del Río Grande resulta francamente preocupante.
Por ello, sería importante que nuestros políticos gobernantes, el presidente de la República, los poderes legislativos, los partidos políticos, los liderazgos sociales e intelectuales tuvieran en cuenta la grave situación generada para nuestro devenir democrático e institucional por la acción desquiciadora para la institucionalidad política desatada por el presidente Donald Trump y la Casa Blanca. Y se manifestaran al respecto.
Chile y el actual gobierno
Sobre todo los políticos del actual gobierno chileno, que han sido tan proclives a solidarizar y subordinarse a las desmesuras antidemocráticas del presidente Trump, deben explicitar ante la opinión pública, si comparten el golpismo y la subversión ante el orden democrático , el uso de la fuerza del terrorismo. , la militarización de la política contra la voluntad ciudadana, lo que quedó en evidencia con el asalto al Capitolio y el uso de la fuerza paramilitar para torcer la voluntad democrática evidenciada en la urnas electorales.
El silencio oficial de La Moneda y de sus partidos, frente a la locura destacada en Estados Unidos, no logra disfrazar, ocultar o negar la complicidad frente a un acto antidemocrático gestada bajo la conducción y estrategia del propio presidente del país.
Y confirma las simpatías y la adhesión de la Derecha chilena al discurso y la práctica antidemocrática de un Trump, o de un Bolsonaro, u otros engendros de la ultraderecha neofacista regional y mundial.
No será necesaria una investigación tan profunda para constatar las expresiones de simpatía, y la subordinación de políticos derechistas locales, a la retórica demencial de Trump, y a la práctica primitiva, racista y terrorista de su política.
El asalto al Capitolio, el intento de golpe de estado de Trump, para desconocer la voluntad democráticamente expresada por la ciudadanía de Estados Unidos, es una advertencia para los chilenos, de lo que son capaces los secuaces de Trump a nivel local, en el complejo periodo político electoral, constitucional, cuando los chilenos buscamos el camino de la profundización de la libertad y de la democracia a través de una nueva Constitución.
La derecha tradicional (incluso tenemos un partido “Republicano” en Chile ¿ se dan cuenta?, y aspirantes a caudillos sin escrúpulos y populistas, con bandas paramilitares armadas y dispuestas a asaltar el poder democrático, conquistado por los ciudadanos, con nexos políticos y financieros con los insurrectos que intentaron tomarse el Capitolio en Washington”´), se constituye, por su naturaleza neofacista, complicidad con el terrorismo de Estado, su nostalgia por el “pinochetismo” en un riesgo para el curso democrático del país.
Los demócratas chilenos deben tener en cuenta la advertencia de lo ocurrido en Estados Unidos y la amenaza que representa para los objetivos democráticos de nuestro país. Y cuando surgen en Chile, bandas terroristas neofacistas y políticos extremistas parapetados en la extrema derecha, con los que buscan aliarse todos los grupos con que la Derecha tradicional, ha intentado mostrarse diversa, renovada, moderna, ( y hasta “social demócrata”, al estilo de Lavin o de Desborde”).
Tenemos derecho a dudar de las intenciones de quienes hoy intentan presentarse como repentinamente interesados en una nueva Constitución, provenientes del mundo de los nostálgicos militares pinochetistas (en retiro, dicen), políticos de derecha y empresariales (claramente en actividad).
La interrogante es, qué falta para que la oposición democrática y progresista responda a esta realidad, con la unidad y el acuerdo programático, y no le deje el camino libre a la Derecha pinochetista, para frustrar la demanda de una nueva Constitución para Chile.
Pero, seamos claros: no hay mucho tiempo que perder.
Por Marcel Garcés Muñoz
Periodista
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 8 de enero 2021
Crónica Digital