[EDITORIAL] Afganistán: la experiencia de un pueblo que impuso su dignidad y derechos

Por Marcel Garcés Muñoz

La frase con la que el jefe de las fuerzas ocupantes de  Estados Unidos en Afganistán, Mayor General Christopher T. Donahue a las 23.59 horas del 30 de agosto recién pasado, dejó el aeropuerto de Kabul, sintetiza tanto la derrota de las tropas invasoras, como el fracaso del proyecto estratégico imperial de Washington de imposición manu militari de su pretendido dominio global.

El máximo representante militar del imperio en retirada, intentó eludir el hecho objetivo del desastre político, castrense y diplomático, y de la vergonzosa retirada, con una frase elaborada por sus servicios de guerra sicológica, pretendiendo que poco menos que era una salida honrosa, y la culminación de un deber cumplido.

“Trabajo bien hecho, estoy orgulloso de todos ustedes”, espetó, al mejor estilo de una película bélica de Hollywood, el mayor general, vestido con su equipo militar completo, chaleco antibalas, casco  de combate,  y sosteniendo un fusil M4 con su mano derecha, pero con la cola entre las piernas, segundos antes de subir por la rampa trasera del C-17 que lo evacuaría del teatro de operaciones  de Afganistán.

Pero, claramente no basta una retórica castrense, que pretende ser triunfalista, para ocultar el desastre militar, político, o calificar de “héroes” a los más de dos mil militares estadounidenses muertos víctimas de una aventura colonialista en 20 años de una guerra no solo injusta, sino destinada al fracaso.

La inversión, revelada por  Washington, de 837 mil millones de dólares en gasto militar, y otros 133 mil millones para las tareas de la “reconstrucción”, un eufemismo para encubrir sobornos, coimas, apoyo a las bandas de narcotraficantes y a los brutales “señores de la guerra” tribales- fueron una gasto inútil tras 20 años de ocupación, y solo sirviero0n para envilecer, corromper a una capa de servidores de los invasores.

Para ser objetivos y serios hay que agregar al balance los 2.448 soldados muertos, junto a los 3.846  “contratistas” norteamericanos, los 66 mil militares y policías afganos, los mil 145 efectivos de los países de la OTAN.

Y claro hay que decir que la invasión de Estados Unidos en Afganistán se tradujo en ganancias  millonarias para el complejo militar industrial estadounidense, que  buscará ahora mantener su actividad económica  en el país a través de programas de “acción cívica” o negocios.

Como bien lo dijo el actual presidente de Estados Unidos, Joe Biden, con una franqueza brutal y desvergüenza, despecho y desprecio por  el país colonizado, “nuestra misión no fue construir una nación”.

El objetivo era  geopolítico (amenazar la soberanía de Rusia, China, la India, Pakistán y toda la región) colonialista y de apoderarse de sus riquezas naturales, como el litio, cuya magnitud supera a las reservas de Bolivia y otros minerales, además de controlar el opio, una de las fuentes de riqueza y poder de las oligarquías tribales del país, que buscaban  controlar y poner a su servicio para desestabilizar los países vecinos.

Se comprende así que la derrota norteamericana  y la recuperación del poder político y administrativo de los afganos sea lamentado y sentido como un peligro para  su subsistencia por los “colaboracionistas”, (en la acepción francesa que define a quienes ” apoyan la colaboración con un régimen que la mayoría considera opresivo, en especial con las fuerzas enemigas que han ocupado su país” y que definió a los traidores de Francia, que sirvieron a la ocupación hitleriana) y que se puede aplicar con exactitud ahora en Kabul, a los que huyeron del país al que traicionaron al servicio de los ocupantes.

Gracias a un acuerdo con las fuerzas patriotas de Afganistán, denominados “talibanes”, en el léxico propagandístico de los medios informativos estadounidenses, reproducido mundialmente por sus asociados, como “El Mercurio”, de Santiago de Chile, no menos de 122 mil personas huyeron  de la derrota política y militar más resonante de las tropas invasoras yanquis  en su historia de invasiones, intervenciones militares, ocupaciones,  y operaciones , golpes de estado, crímenes  y acciones  colonialistas de su historia.

La huida de Kabul recuerda, por su cobertura periodística, y su significado de fracaso, la estampida de las fuerzas estadounidenses de Saigón(28-39 de abril de 1975), pero también testimonian, el rol brutal de las invasiones en Panamá (diciembre de 1989-enero 1990). en Irak,(2003-2011), la Guerra del Golfo (1990-1991), en Corea, la invasión de  Granada25-29 de octubre, y el asesinato de su presidente  Maurice Bishop e incluso el rol intervencionista de la Operación Unitas y del Pentágono en el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, en Chile, entre otras “intervenciones” militares, sediciosas, políticas y conspirativas a escala global del Pentágono, el Departamento de Estado, en fin, de la Casa Blanca y sus transnacionales.

Dicho sea, no solo de paso, más de algún oficial militar chileno debe conocer las aulas e instalaciones de Fort Bragg, en Carolina del Norte, EE.UU., base de la División Aerotransportada 82, parte de la XVIII División Aerotransportada del Ejército de Estados Unidos, que es, como se constata, una de las fuerzas expedicionarias globales del Imperio, Comandada por  el Mayor General  Christopher T. Donahue, en su retirada.

Y claro deben recordar el adoctrinamiento que se les entregó por sus “superiores” gringos.

Más allá de la plañidera ofensiva comunicacional, con lamentos sobre la suerte  de la democracia “occidental y cristiana”, pero sobre todo, el  “modo de vida norteamericano”, alegaciones hipócritas sobre los derechos humanos, las carencias humanitarias que sufrirán los niños y habitantes del país,  y  exigencias de gobiernos, entidades internacionales y ONGs  al servicio de los objetivos estratégicos  de Washington,( que por lo demás no ocultan sus pretensiones intervencionistas y económicas de apoderarse de las riquezas locales) lo que se impone es una realidad objetiva fundamental: el derecho de los afganos a construir su país, su realidad história social, su identidad cultural, plena de conflictos, de contradicciones, pero propia.

Las lamentaciones, dramatizaciones periodísticas de protestas  en Afganistán, que han seguido a la derrota no son otra cosa que una estrategia, para mantener la tensión internacional que justifique, la campaña del terror, y hasta la ambientación y justificación de alguna aventura  sediciosa, contra el gobierno legitimo asumido en Kabul, por los patriotas afganos.

Es por ello que llama la atención que el gobierno del presidente Sebastián Piñera haya , poco menos , que estallado en llanto público, por  el “súbito”, “sorprendente”, desmoronamiento del régimen instalado, financiado, ,manipulado por Estados Unidos en Afganistán,yt frente a la ofensiva de liberación del país, en realidad, la acción masiva, abrumadora de la mayoría de su pueblo.

El gobierno, el presidente  y el canciller, Andrés Allamand, se han alineado, sumado a las lamentaciones plañideras de los halcones de Washington- sobre todo de los republicanos. (En realidad el ex presidente Donald Trump, fue quién negoció con los “talibanes” la operación retirada de las tropas  estadounidenses).

E incluso La Moneda ha ofrecido en, un gesto que intenta ser conmovedor, pero que no pasa de ser meramente comunicacional acoger a  un  reducido número de afganos, 7 a 10 personas, para aparecer en la foto, condoliéndose de los refugiados. Y de ser sensibles al escenario infernal que dibujan del futuro del país, de hambre, miseria, de opresión, muerte, persecuciones, terrorismo mundial, a partir de la gesta liberadora y anticolonial del pueblo afgano.

Es de esperar que la gira internacional del Presidete chileno, no signifique, en este sentido, un nuevo fiasco diplomático, como su puesta en escena en Cúcuta, el 22 de febrero de 2019, o sus consejos patriarcales a gobernantes de los países que visite.

Porque en realidad, ¿de qué se trata?.

Tras 20 años de lucha, de resistencia ante un invasor extranjero, poderosamente armado, una vez más en la historia de ese país, los afganos, han ejercido su derecho a la libertad, a la independencia, a su libre determinación y su soberanía nacional. En definitiva, a gobernarse, sin injerencia extranjera, ni subordinación a ningún poder imperial, ni ponerse al servicio de los intereses geopolíticos establecidos desde Washington, o de la OTAN o de los que aspiran a apoderarse de sus riquezas estratégicas, o convertir al país en una cabeza de puente geopolítica, apuntando contra China, Rusia o  la India.

Es decir, el pueblo de Afganistán recuperó su patria, su dignidad, su libertad, su derecho a la identidad, a la autodeterminación, su soberanía nacional.

Nada que ver con el cuadro dantesco  que presentaba, y sigue presentando, El Mercurio, en su principal titular de portada del martes 27 de agosto,  un día después de la recuperación de Kabul, la capital afgana y de la restitución del Palacio Presidencial a sus legítimos gobernantes.

Para El Mercurio, la situación en el país se definía de la siguiente manera:¨”El caos se desata en Afganistán por el regreso del régimen talibán”.

El cuadro que muestra el periódico es melodramático, recogiendo las palabras del presidente Joe Biden: ”Los líderes políticos huyeron y las fuerzas armadas afganas se derrumbaron, a veces sin ofrecer resistencia”, y mientras  según el mismo texto, reproduciendo a las agencias informativas internacionales, completa un cuadro abrumador:¨”Cientos de miles de personas se apresuraban ayer a escapar del país, tras el retorno al poder de los fundamentalistas”.

Afganistán, su realidad política, cultural, económica, social, étnica, religioso, histórica, militar, merece un examen objetivo, y una reflexión del escenario que se abre mucho más allá de la presente coyuntura. Y donde nadie, mucho menos Washington, la OTAN, la Unión Europea, u otros, como el ámbito ultraderechista que despotrica desde la Moneda, tienen derecho a chantajear, amenazar o boicotear.

Mal que mal, la lucha y dignidad de los afganos, que hoy ha derrotado la intervención, la ocupación  de la que presume ser la potencia global del mundo, ha salido antes victoriosa de su enfrentamiento a otras potencias, poderes, y ambiciones de poder económico, geopolítico e ideológicos globales y regionales.

Es decir, la victoria de hoy, la independencia y la soberanía conquistada es la consecuencia de la dignidad, de la justicia de sus propósitos, la valentía en el campo de batalla, y en la conciencia de sus ciudadanos, de la sabiduría y capacidad de sus liderazgos, que asumen la responsabilidad de conducir un proceso complejo de unidad, progreso, justicia y de futuro.

Solidarizar con este empeño, respetar su proceso, aprender de su experiencia, será también un aporte creador  de una manera de imaginar un mundo en progreso y respeto a la diversidad  y a las diversas perspectivas de su evolución.

(Fin)

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