Desarrollo humano: No todo está terminado

Por Mauricio Hidalgo-Ortega

En nada piensa menos el hombre libre que en la muerte; su sabiduría consiste en reflexionar, no sobre la muerte, sino sobre la vida.

SPINOZA 

Mirar hacia atrás en la historia de la humanidad nos permite reconocer una variedad de cultos relacionados con la cabeza humana o con su cráneo. Es así como los celtas mostraban cierta fascinación por las cabezas, convencidos que al cortar la de sus enemigos poseerían tanto su fuerza como sus conocimientos, dejando inofensivo el espíritu del muerto. En Sudamérica podemos encontrar ritos similares, destacando la jibarización de cabezas realizada por los Shuar (cultura Nazca). En esta cultura, el propósito de la reducción de cabezas no era destruir el espíritu del enemigo, sino esclavizarlo, dado que ellos creían que el espíritu continuaba viviendo dentro de la cabeza, pero ahora esclavizado en favor del vencedor. Sin embargo, estos ritos ancestrales, que podría pensarse desaparecidos, siguen presente en diversas formas en nuestros tiempos. Diríamos, la humanidad ha desarrollado otras formas más sutiles de reducir cabezas y esclavizar espíritus, pero no menos efectivas, tanto literal como metafóricamente. Es así como en la actualidad podemos ver con gran pesar la jibarización de las cabezas, cráneos y cerebros de una importante parte de nuestra sociedad, especialmente de niñas, niños y adolescentes. Parece que los especialistas (expertos) en estas “ceremonias tribales” ya han logrado reducir a la mínima expresión la curiosidad, el pensamiento crítico y la creatividad de una buena parte de la población, inundado la sociedad de eso que podríamos llamar “sentido común”, una esclavitud basada en la ignorancia, bañada de apatía e individualismo.  Las niñas, los niños y los adolescentes son transformados, muchas veces intencionadamente, en consumidores pasivos, carentes de capacidades auto-constructivas, haciéndolos parte de un rebaño condenado a su propia extinción. En este artículo intentaré dar algunas luces que nos podrían permitir visualizar o a lo menos vislumbrar los invisibles hilos que afectan el desarrollo ontogénico humano (intencionado o no), dejando abiertas las puertas para un debate serio y éticamente muy necesario. 

EL CONTEXTO

En términos adaptativos, la memoria y el aprendizaje son procesos vitales, dado que nos desenvolvemos en entornos dinámicos y complejos, lo que nos pone frente a circunstancias muchas veces impredecibles. Esto nos obliga a responder adaptativamente, modificando nuestros comportamientos y muchas veces obligándonos a anticipar diferentes escenarios. Esta capacidad plástica, sin la cual no podríamos vivir, nos permite modificar nuestro fenotipo (características) e incluso nuestro genotipo (nuestros genes). Esta versatilidad biológica requiere necesariamente de una plasticidad conductual, que nos permita adaptarnos a los cambios del entorno en que vivimos día a día. Esto se traduce en diferentes ajustes de naturaleza homeostática tanto a escala micro, como meso y macro, que afectan nuestra biología como un todo. En este sentido, nuestro cerebro posee una notable capacidad adaptativa (una notable plasticidad difícilmente igualada por otro órgano), la cual es evidente desde las primeras etapas del desarrollo, especialmente en nosotros, los seres humanos. Tal capacidad puede visualizarse como incrementos de las conexiones entre neuronas (sinaptogénesis), lo que posibilita una mayor capacidad de contactos sinápticos y, en consecuencia, una mayor comunicación neuronal. Paralelamente, se van eliminando (poda sináptica) todas aquellas conexiones que no presentan actividad. Así, nuestro cerebro se ve modificado por múltiples estímulos, que a su vez permiten al cerebro responder en base a los estímulos previos (el cerebro cambia gracias a los cambios que ha sufrido previamente). 

Desde hace algún tiempo se sabe que el aprendizaje y la memoria son eventos que favorecen la plasticidad y entre más plástico es el cerebro, mayor es la capacidad de aprendizaje y adaptación. El aprendizaje, en este contexto, puede considerarse como una modificación estructural y funcional de nuestro cerebro, que da como resultado un cambio interno que suele manifestarse de forma relativamente permanente con cambios conductuales. 

En definitiva, la información aprendida es retenida o “almacenada” en los circuitos neuronales que forman las redes neuronales del cerebro y constituyen, estructuralmente, lo que denominamos engramas, las huellas de la memoria. Se aprende para el mañana, recordando el ayer; es decir, lo aprendido (vivido) nos permitirá enfrentar de manera exitosa las futuras demandas provenientes del entorno. 

LAS MEMORIAS

Al ser sistemas complejos, los seres vivos evolucionamos en contextos espacio temporales dinámicos, por ende, nuestros desarrollos dependen de nuestras relaciones con los cambiantes entornos tanto ontogénica como entre generaciones (inter/transgeneralmente). Esta metamorfosis afecta a todo nuestro organismo y lo hace en sus distintas dimensiones biopsicosociales. Hoy no cabe duda que esta co-creación (resultado de relaciones recíprocas entre lo interno y lo externo) muestra una enorme dependencia de los contextos de desarrollo, estímulos, memorias, experiencias y aprendizajes. En este sentido, somos capaces de generar una multiplicidad de vías de desarrollo y de respuestas adaptativas predictivas a modo de soluciones emergentes capaces de anticipar nuevos escenarios ambientales. De hecho, nuestra capacidad para retener información (memorias) tiene un enorme valor evolutivo, por cuanto la memoria no es solo el hecho de “almacenar” experiencias, sino que su importancia radica en que permite la emergencia de diferentes escenarios ambientales a los cuales podríamos hacer frente. Es decir, la memoria tiene que ver con la construcción de posibles futuros y eso suele denominarse imaginación. Por ello, si hay una característica de los seres vivos que permite la construcción de futuras respuestas adaptativas, y con ello el éxito evolutivo, esta se denomina aprendizaje y no solo depende de una estructura innata interna, sino de las relaciones que se han vivido ya desde el paso por el útero materno.

ENTORNOS, RELACIONES Y MEMORIAS

El entorno, a través de sus diferentes estímulos, influye en la expresión de nuestro genoma, afectando nuestro desarrollo en todas sus dimensiones, y con ello nuestras capacidades cognitivas tanto en lo adaptativo como en lo predictivo (anticipatorio). Sin embargo, la forma en que los estímulos modifican (esculpen) nuestro desarrollo y moldea nuestro fenotipo (características), en parte está determinado por las experiencias previas de cada persona. Dicho de otra manera, nuestra evolución ontogénica depende de cambios anteriores, engramas o huellas de nuestras experiencias vividas desde nuestra primera infancia o incluso antes, una metamorfosis en una espiral espacio-temporal continua. Es decir, las relaciones con los entornos y las memorias que se van consolidando son aquello que transforma a la persona, la modifica (una metamorfosis que solo se detiene con nuestra muerte).

En esta argamasa de nodos relacionales, las respuestas iniciales parecen estar supeditadas a eventos inconscientes, en los que subyacen nuestras experiencias más tempranas. Al parecer, nuestras decisiones o respuestas frente a determinados estímulos están subordinados, al menos inicialmente, a operaciones que no regulamos conscientemente. Como especuló acertadamente Freud, “la consciencia es solo la parte final de un sistema de operaciones cerebrales mucho más amplio”. Adicionalmente, una de las bases fundamentales de la Teoría del Aprendizaje de Piaget es el hecho que un ser vivo se relaciona con su entorno desde una estructura dotada de una herencia que subyace a la forma en la que se relacionará con el entorno. Subyace también a la forma en la que se procesará y dará sentido a la información proveniente desde afuera. 

Para complementar, las estructuras biológicas permiten relacionarnos, posibilitando la generación de respuestas adaptativas predictivas, que determinan aquello que somos capaces de percibir o comprender, pero a la vez hacen posible la co-construcción de percepciones de la realidad que nos permite enfrentarnos adaptativamente a ella. Es decir, eso que llamamos aprendizaje, resulta de la argamasa de interacciones entre nuestras herencias genéticas (genes), epigenéticas (toda relación se impronta como una marca/huella en nuestro organismo) y culturales, y los encuentros con nuestros entornos. En otras palabras, la integración y asimilación de los diferentes estímulos generados en los entornos hace que una experiencia sea percibida bajo la luz de una construcción de experiencias y memorias, organizadas con mucha anterioridad. No hay duda, la construcción que se elabora queda totalmente supeditada a las experiencias anteriores.

INEQUIDADES TRANSMITIDAS INTERGENERACIONALMENTE

Por décadas diferentes investigaciones han documentado la existencia de transmisión intergeneracional de desventajas socioeconómicas, demostrando que factores tan gravitantes como los económicos, políticos y sociales contribuyen de manera significativa en la transmisión de las desventajas entre generaciones. Estas observaciones, que describían fenomenológicamente una determinada propiedad (transmisión de desventajas biopsicosociales), hoy podemos explicarlas, en parte, apelando a una teoría (explicación) basada en factores biológicos.

La exposición a diferentes situaciones de adversidad, como por ejemplo la desventaja socioeconómica y la violencia física y psicológica que sufre la mujer embaraza, compromete el desarrollo neurológico de la descendencia, afectando la salud física y mental de los hijos a corto y largo plazo, permitiendo explicar en muchos casos el origen del desarrollo de diferentes enfermedades que hoy sufren muchos adultos. La creciente evidencia, además, sugiere que la influencia de la madre sobre el hijo ocurre tanto prenatalmente, así como también posnatalmente (con los primeros contactos madre–hijo ej., lactancia materna). 

Hoy nos debería preocupar a todos la existencia de una transmisión inter/transgeneracional de las desventajas biopsicosociales en las poblaciones humanas. Este conocimiento debería tener implicaciones en la generación de políticas públicas, en términos de generar las condiciones que permitan entre todos reducir la transmisión de tales desventajas. Si bien aún necesitamos más estudios del cómo ocurre esta transmisión, debemos tomar los resguardos para abordar esta brecha de desigualdades (inequidades intergeneracionales) con políticas públicas a largo plazo, evitando condenar a más generaciones por nuestra innegable negligencia.

IGUALDAD DE OPORTUNIDADES, ¿UNA ILUSIÓN?

Las inequidades, las desigualdades socialmente injustas, tienen un profundo impacto en el bienestar de las personas. Hoy podemos constatar que las enfermedades agudas y crónicas, las deficiencias en el crecimiento y desarrollo, y las menores habilidades cognitivas tienen un patrón social predecible, de modo que los niños más desfavorecidos tienen mayores riesgos que los niños más favorecidos. Así, las desigualdades surgen cuando niñas, niños y adolescentes se ven privados de los estímulos y potenciadores necesarios para el establecimiento de una adecuada y coherente relación homeostática con sus entornos. Carencia de estímulos positivos que impacten en el desarrollo y la salud de niñas, niños y adolescentes (partiendo por lactancia materna exclusiva por a lo menos seis meses), el acceso a una educación basada en la formación de ciudadanos con responsabilidad social, colaborativa y con un elevado nivel de pensamiento crítico y acceso a una medicina basada en la educación, más preventiva que curativa. 

Los abuelos

La desigualdad en el patrimonio familiar en nuestro país es alta, pero muy poco sabemos sobre cuánto y cómo se mantiene la riqueza, la calidad y el bienestar a través de las generaciones. Una perspectiva a largo plazo, en el que se refleje la naturaleza acumulativa de la riqueza podría ser crucial para comprender el alcance y los canales de la producción de riqueza a través de las generaciones. Estudios internacionales, que abarcan casi medio siglo, muestran que la riqueza de los abuelos es un muy buen predictor de la riqueza de los nietos, más allá del papel de la riqueza parental, lo que sugiere que centrarse únicamente en las díadas entre padres e hijos subestima la importancia de los linajes de riqueza familiar. En segundo lugar, considerando cinco canales de transmisión de riqueza -dones y legados, educación, matrimonio, propiedad de vivienda y propiedad de empresas-, se puede constatar que la mayoría de las ventajas derivadas del patrimonio familiar comienzan mucho antes en el curso de la vida que lo que implica el enfoque común en legados, incluso cuando consideramos la riqueza de los abuelos.

Como consecuencia, debemos reconsiderar el concepto de meritocracia. Ésta se suele considerar positiva y justa, dado que permitiría la distribución de los recursos, en función de los esfuerzos y logros personales. Se basa en la noción de que «las personas salen adelante y obtienen recompensas en proporción directa a los esfuerzos y habilidades individuales. Adicionalmente, el concepto de meritocracia deriva su legitimidad del “sentido común”, de la suposición de que las recompensas se obtienen a través del trabajo duro, y que las personas que no trabajan lo suficientemente duro merecen recompensas menores. Sin embargo, la meritocracia no deja de ser un «mito», algo ilusorio. Tiene el barniz de la igualdad, mientras simultáneamente enmascara las ventajas y desventajas reales que han sido diferencialmente distribuidas en nuestra sociedad.

Por el contrario, el elitismo como concepto no siempre genera el mismo “sentido común” de legitimidad. Evoca un sentido de injusticia y hostilidad el que una pequeña minoría debiera reclamar privilegios y distinciones basados únicamente en quiénes son o de dónde vienen. Sin embargo, las creencias elitistas persisten en muchas formas que no siempre equivalen a reclamos directos de trato especial. Por ejemplo, se da el elitismo a través de mecanismos y tecnologías aparentemente justas y equitativas tales como pruebas de coeficiente intelectual y pruebas estandarizadas de rendimiento académico tales como PISA y SIMCE, o selección universitaria tales como PSU/PDT/PAES. 

Es claro, el elitismo no se basa exclusivamente en afirmaciones manifiestas de superioridad basadas en privilegios existentes, a veces se oculta en prácticas aparentemente justas e igualitarias.

In utero

Un aspecto muchas veces olvidado es el hecho que la etapa de desarrollo intrauterino tiene un enorme impacto en el bienestar futuro de niñas y niños, marcándolos muchas veces a fuego. El útero se transforma en un ambiente modelador del cerebro del feto (diríamos, nuestra primera escuela), afectándolo de formas muy variadas. Similarmente, este ambiente resulta preponderante en el establecimiento de huellas (epigenéticas), que trazarán las rutas de salud o enfermedad de las personas cuando éstas ya sean adultas. Este ambiente intrauterino es especialmente permeable a las “circunstancias gassetianas” que vive la madre. Es así como es muy frecuente la exposición del feto al estrés prenatal (estrés de la madre que incluye depresión y ansiedad). De hecho, alrededor de un 10% de las mujeres embarazadas tiene un diagnóstico de trastorno depresivo mayor, un 20 % presenta síntomas depresivos y un 25% presenta síntomas de ansiedad clínicamente relevante. La evidencia indica que estos problemas de salud mental de la madre no solo afectan su propia salud y bienestar durante el embarazo, sino que también tiene efectos perjudiciales para la salud tanto física como mental de sus hijas e hijos por nacer. Similarmente, los hallazgos de estudios recientes respaldan un enfoque concertado sobre el período intrauterino de desarrollo como una de las ventanas principales para la transmisión intergeneracional de los efectos de la exposición a maltrato infantil.  Estas observaciones se corresponden con lo que podríamos esperar en el contexto de la teoría de los Orígenes del Desarrollo de la Salud y la Enfermedad (DOHaD por sus siglas en inglés Developmental Origins of Health and Disease). Según esta teoría, la exposición del feto a las adversidades ambientales (vividas por la madre) puede alterar el entorno de desarrollo del feto de forma tal que puede dañar los órganos que se están desarrollando, así como también alterar los sistemas de retroalimentación fisiológica y, por lo tanto, aumentar el riesgo de problemas de salud física y mental en la vida posterior.

En consecuencia, podemos estar seguros que entre una niña o niño que crece como un adulto seguro y emocionalmente capaz, y una niña o niño que se convertirá en una persona depresiva y ansiosa, que no enfrentará adecuadamente los altibajos de la vida, hay solo una delgada línea. Pudiendo afirmar que nuestra primera escuela (útero) nos “enseña” a enfrentarnos de la mejor manera posible con aquello que nos relacionaremos después de nacer. Por ello, ¿a qué estamos dispuestos para lograr que nuestros futuras hijas e hijos aprueben con honores ese proceso natural de enseñanza?

Es claro, las implicaciones son obvias e importantes para el desarrollo y el momento de las estrategias de intervención para finalmente romper el círculo vicioso de las consecuencias perdurables del abuso y la negligencia transmitidas de una población vulnerable de mujeres maltratadas a la población aún más vulnerable de sus hijos por nacer.

ÚLTIMAS PALABRAS

Debemos mirarnos más allá de lo estático, del fotograma. Debemos centrar las acciones en los procesos de adaptación, en particular, en la formidable plasticidad del cerebro humano, tanto en lo estructural como en lo funcional (la dinámica de lo relacional). Debemos reconocer, además, la formidable capacidad que tenemos para adaptarnos a condiciones novedosas del entorno, a partir de las experiencias previas. 

Es imperativo, además, reconocer los impactos de las relaciones con nuestros entornos en las propiedades cognitivas desarrolladas en nuestra infancia. En este sentido, no podemos seguir defendiendo mitos tales como la meritocracia o que solo con desearlo podamos desarrollar aquellas capacidades adaptativas con las que podamos tener éxito o simplemente una percepción de bienestar. De igual forma, debemos tener presente que el aprendizaje surge como una propiedad emergente que permite la adaptación activa a las demandas provenientes de los entornos en los que nos desarrollamos. El carácter no pasivo del aprendizaje hace referencia a su co-construcción, una inter-relación entre un conectoma plástico y la capacidad, a través de la memoria y experiencias, de generar proyecciones a demandas ambientales futuras.

Por ello, si tenemos presente la perspectiva evolutiva del aprendizaje, seremos capaces de acabar con el mito que las diferencias cerebrales por si solas marcan el destino de las personas (así como los genes que poseemos tampoco marcan un destino definitivo), dado que si la adaptación es una capacidad primigenia, no depende tan solo del organismo sino también de las relaciones que se establezcan con el entorno, de forma tal que una persona, dependiendo de cuales fueron sus primeras relaciones con su entorno, aun cuando pueda presentar trastornos del desarrollo, bajo condiciones adecuadas de contextos relacionales, podría ser capaz de adaptarse y finalmente lograr los aprendizajes adaptativos, y también aquellos aprendizajes generadores de bienestar.

A la luz que ilumina nuestros actuales días, es fundamental y éticamente exigible fortalecer y estimular una nueva agenda dirigida a la formación de niñas, niños y adolescentes, que permita estimular el desarrollo del ser humano, minimizando la jibarización de cráneos, cerebros y mentes. Estimular la imaginación y la pre-construcción de caminos (tenues senderos por donde se pueda iniciar el viaje) de aprendizajes, que estén en resonancia con las historias, la cultura y lo contextual (incluso desde su estadía en el vientre materno), respetando las complejidades propias del desarrollo humano y reconociendo las dificultades de trabajar con la compleja interfaz de las relaciones reciprocas que se establecen entre los ámbitos socioculturales y biológicos de las personas.

Mauricio Hidalgo-Ortega
Estudió licenciatura en biología en Pontificia Universidad Católica de Chile y posteriormente un doctorado en Ciencias en la Universidad de Chile.

Santiago de Chile, 29 de diciembre 2022
Crónica Digital

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