Crisis, ¿cuántas?

El problema de la crisis se ha instalado como un gigantesco eclipse del entendimiento en la escena mundial. La dificultad en caracterizarla acompaña de cerca las dificultades del sistema mundial para encararla.

Guillermo Castro H. *, colaborador de Prensa Latina

Ante esta situación, por ejemplo, el Foro Económico Mundial plantea que “la cascada de crisis interconectadas en que nos vemos envueltos a comienzos de 2023 demanda un nuevo descriptor para definir la escala de los problemas que enfrenta el mundo”. Así, ha optado por el término “policrisis” para acercarse a una visión interactiva de los conflictos que animan el cambio de época que vivimos. [2]

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“el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad,

cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia,

y derriba lo que se levanta sin ella.”

José Martí, 1891.[1]

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Desde otra perspectiva, sin embargo, cabe decir que aquello que encaramos es una crisis general de la organización adoptada por el sistema mundial tras la Gran Guerra de 1914-1945. Aquel conflicto tuvo entre sus consecuencias geopolíticas mayores la liquidación de la previa forma colonial de organización de ese sistema. En lo geocultural, además, dio lugar al desplazamiento – que no la liquidación- del viejo paradigma del colonialismo como lucha de la civilización contra la barbarie, por el de la colaboración mundial en la lucha contra el subdesarrollo de las viejas sociedades coloniales, una vez transformadas en Estados nacionales.

Esa perspectiva resulta más integral por estar mejor integrada. Con ello, facilita distinguir entre la contradicción principal que anima la crisis que encaramos, y el aspecto principal de esa contradicción en cada momento de su desarrollo. Como nos dice un texto clásico sobre este tema.

En el proceso de desarrollo de una cosa compleja hay muchas contradicciones y, de ellas, una es necesariamente la principal, cuya existencia y desarrollo determina o influye en la existencia y desarrollo de las demás contradicciones. […] De este modo, si en un proceso hay varias contradicciones, necesariamente una de ellas es la principal, la que desempeña el papel dirigente y decisivo, mientras las demás ocupan una posición secundaria y subordinada. Por lo tanto, al estudiar cualquier proceso complejo en el que existan dos o más contradicciones, debernos esforzarnos al máximo por descubrir la contradicción principal. Una vez aprehendida la contradicción principal, todos los problemas pueden resolverse con facilidad. [3]

Así, por ejemplo, el cambio climático vendría a ser el aspecto principal de la contradicción en las relaciones entre la especie humana y el sistema Tierra que ha dado lugar a la formación del Antropoceno. Pero incluso esa crisis es un aspecto de otra, directamente vinculada al desarrollo de la especie que somos. En efecto, todo indica que la contradicción principal que anima este cambio de épocas es la que ocurre entre el desarrollo de las fuerzas productivas generadas por la Cuarta Revolución Industrial, y la organización interestatal de ese mercado.

Esa organización del mercado mundial vino a ser la respuesta a lo planteado por Marx en 1858, en el sentido de que la tarea histórica de la burguesía había sido “la creación del mercado mundial […], y de la producción basada en ese mercado.” Esa tarea habría culminado con “la colonización de California y Australia y la apertura de China y Japón”, con lo cual para mediados del siglo XIX “el movimiento de la sociedad burguesa” todavía estaba “en ascenso sobre un área mucho mayor” que el mundo Noratlántico en que había nacido el capitalismo.[4]

Al respecto, conviene recordar que la primera forma de organización del mercado mundial- la que lo creó de hecho, y le dio su primer gran impulso- fue el sistema colonial, dominante en el mercado mundial entre 1650 y 1950. En su fase ascendente, dicho sistema, al decir de Marx, “hizo madurar, como plantas de invernadero, el comercio y la navegación”, administrados por sociedades comerciales que “constituían poderosas palancas de la concentración de capitales”, pues “la colonia aseguraba a las manufacturas en ascenso un mercado donde colocar sus productos y una acumulación potenciada por el monopolio del mercado.”[5]

Para fines del siglo XIX, sin embargo, el sistema colonial ingresó a un proceso de crisis y descomposición agobiado por sus crecientes costos de operación para los estados coloniales, y por el ingreso a escena de la organización monopólica de las grandes economías capitalistas, bajo la hegemonía del capital financiero. A ese respecto, pudo decir V.I. Lenin en 1917 que “el resumen de la historia de los monopolios” era el siguiente:

1) Décadas de 1860 y 1870: cénit del desarrollo de la libre competencia. Los monopolios están en un estado embrionario apenas perceptible. 2) Tras la crisis de 1873, largo período de desarrollo de los cárteles, que son todavía una excepción. No están aún consolidados, son todavía un fenómeno pasajero. 3) Auge de finales del siglo XIX y crisis de 1900-1903: los cárteles se convierten en un fundamento de la vida económica. El capitalismo se ha transformado en imperialismo.[6]

La “época presente” a que se refería Lenin, en todo caso, estaba aún en formación. En realidad, vino a conformarse a mediados del siglo XX con la organización del mercado mundial como un sistema internacional, que multiplicó y diversificó los centros de acumulación, al crear cerca de 200 mercados tutelados por sus respectivos Estados nacionales. Esto creó las condiciones para el pleno despliegue de aquella cualidad característica que Lenin le atribuía al capitalismo maduro: que la exportación de bienes era característica “del viejo capitalismo, cuando la libre competencia dominaba indivisa”, mientras en el capitalismo moderno “donde manda el monopolio”, lo característico es “la exportación de capital.”[7]

No es de extrañar, así, que el sistema internacional fuera organizado para facilitar la expansión incesante del capital financiero a partir de entidades como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional que garantizaron además la dolarización de la economía mundial. Ese impulso fue tan poderoso, que transformó mucho más el mercado mundial en 50 años de lo que lo había transformado el sistema colonial en cuatro siglos.

El agotamiento de esa fase de desarrollo del mercado mundial está en el origen de la crisis que hoy encaramos. La vieja organización internacional, en efecto, ha ingresado a un proceso de transición cuyo carácter y alcance aún no estamos en capacidad de establecer con precisión. A riesgo de contaminar la reflexión con salpicaduras de lugares comunes, cabría quizás decir que transitamos desde un sistema internacional- interestatal, en realidad – a uno transnacional. En el primero, los Estados nacionales tutelan de un u otro modo a sus propios mercados, mientras en el segundo grandes corporaciones transnacionales tutelan a esos Estados.

A esta visión parece corresponder la idea de que la crisis por la que atraviesa el sistema mundial expresa entre las tendencias a la multipolaridad de aquella “área mucho mayor” a que se refería Marx en 1858, y la aspiración a la unipolaridad de aquel de sus integrantes forjado por la única sociedad creada por el capital y para el capital. El punto aquí, de momento, consiste en cuál de esas dos formas de organización favorece más a la acumulación del capital a escala mundial y cual favorece menos el paso a formas de organización de la vida social que favorezcan la lucha por la sostenibilidad del desarrollo de nuestra especie.

De momento, parece evidente que el orden unipolar sólo puede ser impuesto y sostenido mediante la guerra sin fin, proclamada y ejercida como una política explícita de la potencia hegemónica tras la agresión terrorista de que fue objeto en septiembre de 2001. Por contraste, el orden multipolar parece ofrecer mayor espacio a la negociación y la formación de conjuntos de interlocutores que se relacionen entre sí en un mundo en el que la Cuarta Revolución Industrial impone un régimen de tiempos que tienden a acortarse sin cesar.

Desde nuestro propio lugar en tal proceso, ¿cómo aplicar el mandato martiano de hacer causa común con los oprimidos «para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores»? La respuesta más adecuada está en el primer párrafo del ensayo Nuestra América, que es como el acta de nacimiento de nuestra contemporaneidad: no dar por bueno el “orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos.”[8]

Nuestra América empieza a encontrar camino propio en la crisis, utilizando “las armas del juicio, que vencen a las otras.” Desde trincheras de ideas que “valen más que trincheras de piedra” lucha hoy contra “las ideas y formas importadas que han venido retardando por su falta de realidad local, el gobierno lógico”[9], y desde la lucha por ese gobierno ve en la posibilidad de un mundo multipolar el camino mejor para avanzar hacia un desarrollo que sea sostenible por lo humano que llegue a ser.

rmh/gch

*Doctor en Estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993-1995. Fundación Ciudad del Saber, Panamá: Vicepresidente de Investigación y Formación, 2013 a la fecha.

(Tomado de Firmas Selectas)

[1] “Nuestra América”. La Revista Ilustrada, Nueva York, 1 de enero de 1891; El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. VI, 18.

[2] weforum.org

[3] Mao Zedong (1937): “Sobre la contradicción”.

[4] Karl Marx a Friedrich Engels en Manchester / Londres, viernes [8 de octubre] de 1858

[5] “La llamada acumulación originaria” [Libro I “El proceso de producción del capital”, sección VII “El proceso de acumulación del capital”]. Marx, Karl: Antología. Selección e introducción de Horacio Tarcus. Siglo XXI editores, Buenos Aire. 2019: 373.

[6] El Imperialismo. Fase superior del capitalismo (esbozo popular).

[7] Lenin, V.I. (1917): El Imperialismo. Fase superior del capitalismo (esbozo popular). IV: “La exportación de capital.”

[8] Ídem, VI:15

[9] VI, 18-19.

Ciudad de Panamá, 1 de mayo 2023
Crónica Digital/PL

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América Latina: entre la presión de imperios occidentales y el avance de la multilateralidad

Lun May 1 , 2023
La formación de los imperios en la era del capitalismo, siempre se vinculó al dominio sobre territorios y países. Ese proceso nació en el siglo XVI, con el mercantilismo, época que se extendió hasta el siglo XVIII. América, como continente, fue colonizada por grandes potencias europeas, a la cabeza de las cuales se colocó España, un reino unificado y centralizado precisamente en 1492 por los Reyes Católicos El dominio colonial español permanentemente tuvo como adversarios a Inglaterra y Francia, aunque los conflictos fueron menores con Portugal y otras monarquías europeas. El mercantilismo en Europa y el coloniaje en América fueron las dos caras de la misma moneda. La relación mercantilismo/coloniaje fue la base de lo que K. Marx denominó como acumulación originaria de capitales, que preparó el surgimiento del capitalismo como sistema consolidado a partir de la I Revolución Industrial. En esa consolidación se produjeron las Revoluciones de Francia (1789), que representó el ascenso de la burguesía y el fin del feudalismo, así como la Revolución Estadounidense (1776), que expresó el triunfo de una nación para poner fin al colonialismo y establecer un país soberano bajo la forma republicano- democrática. En el marco histórico del surgimiento de la Edad Contemporánea también se produjeron las revoluciones independentistas en América Latina, que se iniciaron en Haití (1804), continuaron con la fase de las Juntas (1809-1812) y prosiguieron con las prolongadas guerras, hasta 1824. El resultado fue el nacimiento de los diversos Estados latinoamericanos, que finalmente adoptaron la forma republicana-democrática de gobiernos presidenciales (los imperios en México y Brasil resultaron temporales), siguiendo el modelo político de los Estados Unidos. Bajo el capitalismo las relaciones mundiales adquirieron nueva estructura. Durante el siglo XIX Inglaterra mantuvo la hegemonía; pero en el XX ésta giró y los EEUU consolidaron su expansión imperialista. América Latina, que había soñado en su propio camino soberano una vez alcanzadas las independencias, fue una región que inevitablemente afirmó los lazos de la dependencia frente a las potencias hegemónicas. En este marco, la historiografía tradicional buscó los rasgos comunes que identificaran a Europa con Estados Unidos y, además, con América Latina, a fin de generar la idea de pertenencia de las tres regiones a un mismo mundo. El trabajo pionero de los historiadores Jacques Godechot y R.R. Palmer en Le Problème de l’Atlantique au XVIIIème siècle (1955) ya habló de una “comunidad atlántica” que vinculaba específicamente a Europa y Norteamérica, sin referirse a Latinoamérica. Bajo las condiciones de la Guerra Fría se forjó un nuevo criterio, con una maniquea división: Europa, los EEUU y América Latina, pertenecían al “mundo libre”, al mundo de la “democracia”, mientras la URSS, Europa del Este, China, y en nuestro continente Cuba, formaban parte de la “esclavitud comunista”. Quedó fijada la idea de una esfera civilizatoria localizada en el mundo Occidental, que debía guiar el camino histórico de todos los otros confines de la Tierra. La conmemoración de los bicentenarios independentistas latinoamericanos fue la oportunidad para el desarrollo de una renovada historiografía que ha servido para esclarecer, […]

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