Por Carlos Henrickson*
Si bien es inevitable el pudor al recorrer épocas marcadas por conflictos que se llevaron vidas y dejan huellas hasta ahora, hay que reconocer la necesidad colectiva de los pueblos de visitar de nuevo precisamente los tiempos que puedan serles más traumáticos. Esto tiene su mandato expreso en la reconstrucción histórica por parte de la investigación en cuanto tal; menos claro queda al considerar la no ficción. Y no obstante la dimensión de profundidad y reactualización en la experiencia de lectura que genera esta posibilidad, el intento de proyectar la imaginación sobre el trasfondo de hechos reales es un riesgo que pocos toman a conciencia, en nuestro país al menos.
La novela Nuestros guerreros desnudos en la niebla, de Tomás J. Reyes, representa este riesgo superado y bien cumplido. Se trata de una narración, que usa acertadamente de una temporalidad anacrónica para registrar la trayectoria vital de varios personajes -entre ellos el protagonista- desde su infancia bajo Dictadura, pasando por su compromiso político y su entrenamiento militar para la resistencia, hasta un momento posterior en que los diversos acontecimientos anteriores han forzado la decisión de una acción, un acto de justicia armada. Como tal, constituye una novela de ficción, e incluso cabría, considerando los hechos que se relatan en el relato primario -el “presente” de la narración-, pensarlo como una “novela negra”. Esto no sería necesariamente una sorpresa, considerando la obra de Vásquez Montalbán en España, o de Ramón Díaz Eterovic en Chile, en que precisamente la presencia de la expectativa de uno o varios misterios que resolver, un pasado que guarda secretos traumáticos, y una atmósfera deshumanizada y cargada de violencia, pueden bien plasmarse sobre el fondo de la historia real, produciendo un interés adicional, al comprometer al lector más allá de su empatía hacia los valores de los personajes o su particular juicio histórico sobre los hechos o la época.
La estructura de analepsis (los “saltos” en la historia) está conformada de una manera muy bien lograda, produciendo de modo efectivo una reconstrucción sólida en la perspectiva del lector que sabe aproximarle a una experiencia vívida. La descripción de los entornos es somera y precisa; y los personajes están bien desarrollados, inclusive los que son relativamente marginales para la historia central. La mano de Reyes sabe ofrecer su historia con seguridad y experiencia narrativa, sin descuidar la intervención de tonos y fragmentos poéticos que, más que distraer, ayudan al lector a profundizar en la conciencia de los personajes clave.
Cabe detenerse en la narración de la formación emocional e intelectual de los futuros combatientes. Se quisiera asumir el conocimiento personal del autor, ya que su escritura logra transportarnos a una escena histórica e intelectual particular con gran precisión: los debates políticos, el ambiente universitario, las primeras experiencias de acción propagandística, el inicio de la fase de entrenamiento. Cabe señalar la importante mención de libros formadores, de modo significativo, Kafka, Sábato, Cortázar y Camus, además de poesía; esto es, textos más vinculados a la profundidad de la opción existencial que a la formación de cuadros políticos. Esto tiene profunda importancia, dado que de algún modo Nuestros guerreros… tiene en su centro el tema de la elección existencial, con respecto a la toma de acción y al lugar de la afectividad personal dentro de esta. Reyes sabe poner este acento en forma decidida, lo que proyecta los conflictos hacia una esfera más universal y ahonda la construcción de personajes.
Un detalle que quizás hace ruido, es el modo de enmascarar los hechos reales sobre los que está proyectada la ficción. Así, el cambio de los nombres del Frente revolucionario y de la ciudad de origen de los personajes centrales, parece no tener mayor justificación, al aparecer bastante transparente, a partir de los paratextos (en particular la biografía del autor y la dedicatoria a Juan Valdemar) aquellos a los que se refiere. Queda claro históricamente, con un mínimo de búsqueda, por ejemplo, que el hecho de armas central narrado en el pasado es la Operación Albania, o Matanza de Corpus Christi. Acaso había que enmascarar menos los datos o enmascararlos más (cada opción conlleva su riesgo), ya que resulta distractor identificar los detalles mencionados.
Con todo, efectuar una ficción eficaz y entretenida, que no deja de emocionar y despertar la empatía del lector, revela una escritura madura que sabe cumplir los fines que se propone. Al lograr, a través de la lectura, reactualizar un pasado que se nos revela cada vez más lejano según cambian nuestras condiciones sociales e históricas, Tomás J. Reyes rinde servicios tanto a la historia como a la literatura.
*Poeta, cuentista, ensayista y traductor.
Crónica Digital
Santiago de Chile, 28 de marzo del 2024