Pero todo indica que avanzamos velozmente hacia un tiempo en que la confrontación de ideas y proyectos va a volver a estar en el centro de las prácticas de nuestra sociedad.
La disyuntiva central ha sido planteada de forma muy clara por la Presidenta Michelle Bachelet, al proponer a la ciudadanía sentar hacia 2010 las bases de un gran sistema de protección social, que incluya a toda la ciudadanía chilena.
Para lograr esa meta, Chile deberá resolver, durante los próximos cuatro años, una serie de dilemas fundamentales para su futuro. Y las respuestas a las que lleguemos como sociedad determinarán nuestro contexto por mucho tiempo.
No estamos, por lo tanto, frente a una conversación de salón o un coloquio de intelectuales. Lo que se discutirá no es ni más ni menos que el modelo de Estado que nuestra sociedad necesita. Significa poner en discusión los elementos centrales de la arquitectura política que nos heredó la dictadura.
Afortunadamente, en esta ocasión nuestra sociedad no abordará este debate en el marco de los esquemas simplificadores de la guerra fría.
Hoy es posible relativizar temas que en el marco de los dogmatismos del pasado se consideraban intransables. Pero este desapasionamiento ideológico no implica negar la conflictividad de una discusión de esta naturaleza.
No es extraño que El Mercurio haya comenzado a alertar sobre la llegada de un costoso estado maternal, basado en mayores impuestos y regulaciones. O que el Instituto Libertad y Desarrollo detecte en la propuesta presidencial el fantasma contra el cual preparar sus dardos venenosos.
Sin embargo, nadie hoy puede negar que la vulnerabilidad y el temor son experiencias fundamentales para la ciudadanía, y que se manifiestan de modo cotidiano: miedo a la enfermedad, la exclusión, la vejez, a perder el empleo, a no acceder a la educación, y un sinnúmero de otras realidades que se acumulan y que impiden contar con mecanismos sociales para reducir las tensiones de nuestra sociedad.
Chile parece, más que nunca, gritar por un régimen de protección social capaz de superar la desconfianza social y la incertidumbre que nos aqueja. Y este malestar, que se ha tratado de expresar de muchas maneras desde el retorno a la democracia, parece que por fin ha sido escuchado desde la elite política del país.
¿Cómo entender, si no es así, la fascinación colectiva que Michelle Bachelet ha sabido despertar en la población?
Por lo tanto, las expectativas de protección y seguridad humana de la ciudadanía deben entenderse como la mayor fortaleza con que cuentan las fuerzas progresistas y de izquierda para atreverse a proponer ideas audaces.
La confianza ciudadana no es un cheque en blanco a sus representantes, que se puede satisfacer con retoques o ajustes al modelo de desprotección planificada que heredamos.
Las llamadas apuntan a implementar un sistema basado en una intervención del Estado más universal, fundada en principios y valores solidarios.
Sabemos que nuestra generación es la primera que cuenta, luego de muchos años de esfuerzo colectivo, con los recursos y la capacidad técnica para hacer realidad para todos los chilenos el derecho al desarrollo y poner a toda nuestra población al abrigo de la inseguridad.
Lo que todavía no tenemos es una visión compartida, con criterios aceptados y adoptados tanto por los partidos políticos como por la sociedad civil, y que nos comprometa a hacer de esta meta un horizonte de acción común.
Sin embargo, estos consensos no se pueden logran clausurando de antemano las discusiones y postergando las demandas y los intereses de las mayorías ciudadanas. Requieren una voluntad y una articulación mayor.
El surgimiento del Comité por la Democracia y la Justicia Social es tal vez el germen de un proceso de estas características, que debe apostar por lograr acuerdos amplios basados en que la gran disyuntiva que dasafía al Chile del siglo XXI se resuelva por medio de la conquista de una democracia participativa y la implementación de un sistema de protección social que logre dar obnertuda de calidad a nuestro pueblo.
Por: Alvaro Ramis. El autor es Teólogo chileno, miembro del Centro Ecuménico Diego de Medellín. Colaborador de Crónica Digital.
Santiago de Chile, 19 de abril 2006
Crónica Digital
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