El western realista no existe porque eso destruiría el género. El oeste verdadero y el western nada tienen que ver, pues éste suprime toda distinción entre verdad y falsedad, historia y leyenda.
Claro que es necesario proporcionar al espectador la impresión de realidad más precisa posible, como hicieron en su momento Sergio Leone, Ford, Hawks y otros. Pero es para que no distinga desde la butaca dónde termina la verdad y dónde comienza la fantasía.
Los infundios son muchos. Así, por ejemplo, puede afirmarse, sin rodeos, que las calles de Nueva York, por aquellos años, eran más violentas que las sendas polvorientas de Dodge City. Y que la mayor parte de los vaqueros del lejano oeste, contrario a lo que se muestra en el cine, tenían una puntería desastrosa.
Por otra parte, en los saloons o cantinas, no sólo se bebía y jugaba a las cartas, sino también se escuchaban discursos políticos y monsergas de predicadores, se celebraban competencias de consumo de pasteles y se dejaban y recogían mensajes de todo tipo, amén de propiciar el encuentro con mujeres luego de varios meses de soledad en las praderas.
Pero donde se ha violentado más la realidad ha sido en la construcción de los personajes de estas películas. Es el capítulo en el que se ha mentido de manera más desbordada. De ahí la rehabilitación e incluso idealización de muchos bandidos.
Billy the Kid era una psicópata que eliminó a gran número de sus adversarios sorprendiéndolos en forma traicionera y desarmándolos primero, pues era un pésimo tirador.
Wild Bill Hickock, un justiciero de la pradera, famoso por haber acabado con múltiples pandillas de malhechores, fue despedido como sherif de Abilene por incompetente.
Wyatt Earp. En su caso, no sería adecuado hablar de prestigio o de respetabilidad. Su comportamiento fue muy equívoco o al menos bastante sórdido. Siempre dispuesto a suprimir cómplices o testigos de sus actos, mató por la espalda a muchos oponentes.
Jesse James. El más célebre salteador ennoblecido por la leyenda era, realmente, un bandido brutal y sin escrúpulos, incluso un drogadicto. Contrario a lo que se ha repetido tanto, nunca regaló un centavo a los pobres.
Por lo demás, los pueblos ganaderos como Dodge City tuvieron en realidad vidas efímeras. En su mayoría desaparecieron cuando las malas condiciones del tiempo, la llegada del ferrocarril y la excesiva especulación puso virtualmente fin a la cría de ganado vacuno en campo abierto, a mediados de la década de 1880.
El mito cuenta una historia sagrada y el western, en su primera época, sitúa en su lugar, simplificándolos al máximo, los elementos constitutivos de la gesta americana a la que ponen marco las inmensas extensiones del oeste de los pioneros y de los indios.
Al igual que el mito, el western tuvo la misión de relatar un acontecimiento que sucedió en la época primordial, la época fabulosa de los comienzos. Es decir, la de la conquista del oeste y más tarde la del establishment progresivo.
Así narró cómo, gracias a las hazañas de seres sobrenaturales, una realidad llegó a tomar vida. Estos seres míticos son, sin duda, los hombres y las mujeres del oeste. Y la nueva realidad que adquiere forma no es sino Estados Unidos.
De un pasado literario y musical surge el hecho de que el western había sido preparado en las mentes mucho antes de que apareciera sobre las pantallas. Y si Edwin S. Porter lanza la cámara a la conquista de vastos territorios es porque resultaba normal utilizar el nuevo medio de expresión para continuar la leyenda.
El western fue afirmación épica, polémica, trágica, y más tarde realista. Actualmente parece entregado a las ironías destructivas, a las inversiones de valores, como si intentara, tan espectacularmente como fuese posible, un suicidio que le está prohibido.
En este juego pasional hay un evidente patetismo. Y en sus profundidades, la angustia que acompaña a toda desalienación.
Por: Rodolfo Santovenia
La Habana, 2 de junio 2006
Prensa Latina , 0, 79, 9