‘La primera dama se sorprendió al ver a un gallo apareándose con una gallina, y a los pocos minutos vio como la escena se repetía con otra gallina y así sucesivamente, entonces llamo a su ayudante y le pidió que fuese donde el Presidente y le comentara del ímpetu sexual del gallo aquél. Cuentan que el presidente Coolidge escuchó la anécdota que le relató el empleado y le mandó a decir amablemente a su esposa que el gallo está así porque se está apareando con varias, no se ha repetido ninguna gallina.
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Hoy sabemos que Coolidge tenía razón, y que mientras la mayoría de las mujeres fantasean con establecer parejas estables, los hombres en cambio, en una proporción similar, tienen fantasías relacionadas con múltiples encuentros sexuales con mujeres desconocidas.
El tema de fondo que enfrenta esta anécdota es el de la naturaleza de nuestra especie. Es evidente que hombres y mujeres tenemos naturalezas disímiles. Basta mirarnos para saber que somos diferentes, pero en realidad, a lo largo de nuestra corta historia como especie, siempre hemos percibido la existencia de requisitos adaptativos distintos para hombres y mujeres.
Se han escrito libros de todo tipo, de los más serios a los más triviales, para llamarnos la atención sobre algo que ha sido evidente para todos quienes han reflexionado sobre esto, desde los griegos.
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Hoy tenemos el orgullo de que nuestra Presidenta sea mujer y creo que vale la pena hacer una reflexión sobre la importancia de nuestras diversas naturalezas.
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La mujer tiene una alta demanda de recursos durante el embarazo y crianza de los hijos, el costo de recursos biológicos de los hombres en cambio es mínimo, pudiendo engendrar hijos con mujeres distintas en espacios de tiempo muy limitados.
Esta diferencia sexual estaría en la base de nuestro comportamiento reproductivo y social. Estudios en Chile han ratificado que nos comportamos de forma diferente y tenemos preferencias distintas que incluso nos deben hacer dudar respecto al sentido que damos a nuestras vidas o si nos referimos a lo mismo cuando hablamos de nuestra existencia o de la muerte misma, como cree Cristóbal Holzapfel (A LA BÚSQUEDA DEL SENTIDO, Sudamericana, 2005).
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Cuenta Aristóteles que «Sófocles decía que él representaba a los hombres tal como deberían ser, y Eurípides los representaba tales como eran». Es probable que esa apreciación sea real, ya que otro contemporáneo suyo, Aristófanes, se burlaba de él en la comedia LAS RANAS, donde Dionisio le reprocha sus personajes femeninos diciéndole: «los vicios que tú achacabas a las mujeres ajenas los has sufrido tú mismo».
El autor de Fedra, uno de los primeros ejemplos de amor humano en la literatura, otorgó en sus obras una marcada preferencia en los papeles decisivos a las mujeres, haciéndose famoso por sus críticas a los hombres.
En estas obras podemos reconocer varios de los argumentos que hoy se nos entregan sobre la relación compleja que tienen ambos sexos, preocupación más bien madura del propio Eurípides,
Este es el tema de su última tragedia, LAS BACANTES, representada en forma póstuma por su hijo, en esta se nos da cuenta de la conciencia social respecto del problema de la percepción que hombres y mujeres tienen de sus diferencias.
La obra comienza con la aparición, con forma humana, del dios Dionisio (o Baco), quien anuncia que viene a dar una lección a su ciudad natal, Tebas, y a su rey Penteo ya que no lo reconocen como dios, «porque -dice- me deja a un lado en sus libaciones y nunca en sus plegarias hace mención de mi». Dionisio enloquece a las mujeres de Tebas, las que se van a los montes bailando danzas orgiásticas en su honor, «embriagadas por el vino… buscando a escondidas el amor en el bosque». Para detener la locura que se ha apoderado de las mujeres, Penteo apresa a Dionisio, pero termina siendo presa de los poderes del dios.
Este ofrece guiarlo donde las Bacantes a lo que el rey Penteo accede, pero ya no para apresarlas sino sólo para «verlas», «espiarlas» dice, en una escena de clara burla y crítica del voyerismo masculino:
«Dionysios.- ¿Y de dónde te viene, dime, este deseo…?.
Penteo.- ¡Confieso que me sentiría abrumado de tristeza si las viera embriagadas!
Dionysios.- ¿Y… verías con gusto lo que te apena?
Penteo.- Manteniéndome en un total silencio, agachado bajo los abetos».
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Finalmente, Dionysios lo convence que la única forma de que no lo reconozcan es disfrazándolo de mujer; «¿De que me he de vestir? ¿De mujer? Oh, la vergüenza me domina», dice Penteo ahora absorto con la idea de parecer femenino. Ya travestido, pregunta «¿a qué me parezco pues? ¿Tengo el aire de Ino -su cuñada-? ¿O tengo mas bien el porte de mi madre Agave?», y agrega, «no empleemos la fuerza para vencer a las mujeres».
Sin embargo, Dionysios lo entrega a las Bacantes y estas, enloquecidas y encabezadas por su madre, lo despedazan. Agave lleva de regreso a Tebas la cabeza de su hijo creyendo que es la de un león. Al recuperar la cordura toma conciencia del crimen y, desconsolada, pide que le reúnan el cuerpo de su hijo, y se va al destierro.
El final del texto no está completo y los especialistas creen que la frase que falta, en la respuesta a la solicitud de Agave de reunir el cuerpo de su hijo, probablemente haya sido: «todo ha sido encontrado, salvo el pene de Penteo».
Todo indica que nunca han existido sociedades matriarcales en un sentido estricto, más allá de las leyendas. Como la de las Amazonas, o de la existencia de las perversas «mujeres afeminadas», de que hablo Hesiodo (s. VIII a. de n. e.), que fueron tan míticas como su simbólico fin culpable, al no haber cuidado Pandora su caja, desde la que al ser abierta se esparcieron los males que afligen a la humanidad, alcanzando a quedar en la caja sólo la esperanza… o el caso bíblico de Lilith, la primera mujer, que además ostenta el record de ser la primera en ser demonizada.
Sin embargo, estos relatos nos dan cuenta de la conciencia que existía respecto a estas diferencias sustanciales en la naturaleza de nuestros sexos. Lo evidente, una vez más, nos lleva a plantearnos argumentos desde lo que los filósofos analíticos, como Ernst Tugendhat (INTRODUCCION A LA FILOSOFIA ANALITICA, Gedisa, 2003), han llamado el sentido común.
Más que en las obviedades de los libros de difusión, todo indica que debemos centrar nuestra atención en precisar nuestras divergencias, pues ello nos permitirá comprender cuáles de éstas responden a diferencias originadas en nuestra disímil naturaleza y cuáles han sido construidas culturalmente.
El presidente Coolidge nos llamó la atención sobre algo respecto a lo que hoy ya tenemos cierta certeza científica. Nuestra afirmación inicial respecto a las fantasías de hombres y mujeres responden a un comportamiento que nos es común con la generalidad de los grandes monos hominoides.
Hay cierta verdad en la afirmación de que los hombres son polígamos y las mujeres son monógamas. Y es probable que la moderna monogamia sucesiva de los hombres sea nuestra forma de pactar la convivencia entre dos géneros con agendas de vida tan disímiles, de hecho en todas las sociedades se permiten a los hombres mayores libertades sexuales que a las mujeres. En todo caso, si nuestra especie fuese, por naturaleza de ambos sexos, monógama físicamente seriamos muy diferentes, y probablemente tendríamos tamaños similares, los machos órganos sexuales más pequeños y muchas otras características diferentes a como somos hoy día. Por cierto, siguiendo este mismo supuesto, probablemente la tasa de criminalidad seria similar entre hombres y mujeres, tal como ocurre entre las raras especias que realmente lo son, y no como lo es actualmente en una proporción de 1 a 39 entre mujeres y hombres.
Este y otros muchos datos nos entrega periódicamente la investigación multidisciplinaria de las ciencias cognitivas. Sin embargo, si bien podemos ser optimistas, como afirmaba hace poco un especialista que visito nuestro país, y estas investigaciones tal vez nos permitan comprender no solo rasgos de nuestra conducta cotidiana sino que también importantes aspectos respecto al origen de enfermedades como la Esquizofrenia o el Alzheimer, informaciones recientes nos indican que a lo menos esta última estaría presente un una especie de ratón y no solo en los humanos.
Fin primera parte
Por Gonzalo Rovira. El autor es académico. Miembro del Consejo Editorial de Cronica Digital.
Santiago de Chile, 29 de septiembre 2006
Crónica Digital ‘, 0, 165, 3’