Después de meses de consultas y enconadas discusiones, la Asamblea General logró el pasado 15 de marzo aprobar al borde de la fatiga la creación de un Consejo de Derechos Humanos, que desde el 19 de junio funciona en la subsede de la ONU en Ginebra.
La entrada en vigor del Consejo marcó el final de la veterana Comisión de Derechos Humanos, gravemente enferma de un lamentable descrédito por juzgar violaciones en países subdesarrollados y de mirar hacia otro lado cuando se trataba de potencias ricas.
Una resolución aprobada en la noche del 23 marzo último por los 54 miembros del Consejo Económico y Social de la ONU (ECOSOC) fijó el 16 de junio como el día final de 60 años de labor de ese organismo.
Los proyectos que impulsaron la creación de la Comisión de Derechos Humanos en febrero de 1946 se vieron gradualmente distorsionados en las últimas dos décadas por sus enfoques politizados, selectividad y dobles raseros.
La culpa de todo este desastre aparece oculta entre las constantes manipulaciones a que fue sometida la Comisión durante años por las potencias ricas, principalmente Estados Unidos y sus aliados de Europa, para acomodarla a sus interese geopolíticos.
Como rara peculiaridad que acompañará para siempre a ese nuevo organismo, su aceptación por la Asamblea General de 192 Estados miembros no fue confirmada mediante la tradicional práctica del consenso, un reflejo de las serias divergencias que lo rodean.
En cambio, la instancia suprema de la ONU debió proceder a una votación abierta a petición de Estados unidos para aprobar la formación de ese nuevo mecanismo, al que atribuyeron la condición de pieza clave en la reforma de este órgano mundial.
Sin lo que hubiera sido un meritorio consenso de la comunidad mundial, el Consejo de Derechos Humanos fue creado por votación de 170 a favor, cuatro en contra (Estados Unidos, Israel, Palau e Islas Marshall) y tres abstenciones (Venezuela, Irán y Belarús).
Esa votación solicitada por Estados Unidos fue interpretada como un gesto de soberbia de la superpotencia para dejar registrado su desacuerdo con el nuevo mecanismo de la ONU, aun cuando probara la penosa soledad a la que Washington fue relegado en este caso.
Durante las jornadas de debates que ocuparon las labores de la Asamblea General desde mediados del 2005 los países subdesarrollados hicieron una fuerte resistencia a las presiones de Washington y de alguno de sus aliados europeos para adecuar el nuevo Consejo a sus intereses.
En particular, ellos insistían en que ese nuevo mecanismo de la ONU debía tener solo 30 miembros, que fueran elegidos por mayoría de dos tercios y que, a partir de criterios selectivos, contaran con la aprobación de Washington en materia de derechos humanos.
Sin embargo, el proyecto aprobado dejó establecido que el Consejo cuente con 47 asientos, que esté abierto a todos los miembros de la ONU y que los aspirantes sean electos con la mitad más uno de los votos de la Asamblea.
Según la distribución geográfica de los asientos en el Consejo, 13 corresponden a África, 13 a Asia, ocho a América Latina y el Caribe, seis a Europa Oriental y siete a repartirse entre Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea, Australia y Nueva Zelanda.
La intención detrás del frustrado empeño de Washington era tratar de impedir el ingreso a ese nuevo organismo de países como Cuba que no desperdician ocasión alguna para denunciar o echar a perder cuantas maniobras tengan por víctima al Tercer Mundo.
Para disgusto del gobierno estadounidense, Cuba fue electa el 9 de mayo al Consejo de Derecho Humanos con 135 votos a favor, una mayoría superior a los dos tercios, quizás el más notable certificado mundial a su labor en esa esfera de la vida.
De igual manera, funcionarios diplomáticos en esta sede opinaron que la elección de Cuba al Consejo fue una clara muestra del descrédito en que se encuentra el ejercicio anticubano que Washington promovió en la vieja Comisión de Derechos Humanos.
Junto con Cuba fueron electos también para ocupar los ocho asientos correspondientes a la región de Latinoamérica y el Caribe Brasil, Argentina, México, Perú, Guatemala, Uruguay y Ecuador.
Desde su asiento en el Consejo de Derechos Humanos, Cuba insistirá en poner fin a la manipulación política, los dobles raseros y la selectividad que destruyeron la credibilidad de la desaparecida Comisión de Derechos Humanos, advirtió el embajador cubano ante la ONU, Rodrigo Malmierca.
Este compromiso ha sido ratificado por Cuba en su condición de presidente del Movimiento No Alineado (MNOAL), según aparece recogido en los documentos de la 14 Cumbre de este grupo de 118 países en desarrollo celebrada en la Habana en septiembre último.
Como resultado de esa sostenida voluntad, la Asamblea General de la ONU aprobó a finales de noviembre pasado una resolución que pide al Consejo de Derechos Humanos evitar condenas a países que respondan a manipulaciones políticas o sean selectivas.
La votación de ese documento, que contó con la oposición de Estados Unidos y la Unión Europea (UE), tuvo lugar en la Asamblea General para Asuntos Sociales, Humanitarios y Culturales.
Esta fue la primera vez que en el supremo organismo de la ONU hay un pronunciamiento contra esa práctica, la misma que llevó al descrédito a la colapsada Comisión de Derechos Humanos.
Tomás A. Granados*El autor es Corresponsal de Prensa Latina en Naciones Unidas.
Naciones Unidas, 10 de diciembre 2006
Prensa Latina
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