VOLODIA TEITELBOIN HABLA SOBRE ERNESTO “CHE” GUEVARA

EL CHE, 40 AÑOS

Las palabras de Fidel dieron de inmediato la vuelta al mundo, conmoviendo a los pueblos. El 15 de octubre de 1967, ante la te­levisión cubana, dio a conocer la noticia de la muerte del Coman­dante Ernesto Che Guevara en la selva boliviana. Había entrado en la historia un héroe legendario de nuestro tiempo, una de las personalidades revolucionarias más cautivantes y puras del siglo XX.

Combatiendo en la quebrada del Yuro, herido, hecho prisione­ro, el 8 de octubre los rangers asesinan al Che en el pueblo de Higueras.

Aún no cumplía cuarenta años. Sucumbió joven, cuando había realizado sólo una parte de sus sueños: el triunfo de la Revolu­ción Cubana. El soñaba, quería, buscaba y luchaba por la victo­ria de la Revolución latinoamericana.

Era hombre de escenarios móviles, que se desplazó del sur al norte e hizo sus primeras armas combatientes en América Cen­tral y en el Caribe.

Los libertadores del coloniaje español veían la libertad como un patrimonio común y se sentían luchando por su causa en cualquier región del continente. Aún más, consideraban la inde­pendencia hispanoamericana como una parte del proceso universal. Miranda conspiraba en Londres. O Higgins se prepara en aquella misma ciudad para emprender su tarea en Chile. Bolívar combate desde el Orinoco hasta las sierras del Perú. El compatriota de Ernesto Che Guevara, José de San Martín, se mueve como jefe mi­litar y Libertador desde Buenos Aires y Cuyo hasta Guayaquil.

Este argentino del siglo XX recorre un itinerario viajero desde su más temprana mocedad. Oriundo de Rosario, estudiante de Medicina en la ciudad de Buenos Aires, a los 22 años se enrola como marinero en un barco petrolero. Luego viaja por varios países sudamericanos, corno quien explora el terreno donde va a actuar. Ve no sólo montañas y mesetas, playas de desembarco, ciudades macrocefálicas, sino el continente de la miseria, el mundo de los oprimidos, la América de los pobres y los explota­dos.

Cuando se gradúa de médico, quiere partir de inmediato.

En su bitácora figuran Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, El Salvador. Su profesión, que no toma como un negocio, sino como un modo de acercarse al hombre y de ali­viar sus dolores, no anda detrás de la clientela rica. Siempre dio la espalda a los poderosos del dinero.

En Guatemala el go­bierno del Presidente Jacobo Arbenz le enciende una esperanza. Cuando los norteamericanos dan la voz para la invasión de Cas­tillo Armas, el pide un rifle para defender el régimen popular. No se lo dan. Es una lección que escribirá en el libro abierto de su experiencia. Siente el hecho como una derrota. Se va a México donde trabaja como médico en la Sala de Alergias del Hospital Central. Desde niño sufre de asma y necesita el inhalador. Su carácter es indomable y decide convertirse en un hombre no sólo moralmente fuerte sino físicamente recio a pesar de su dolencia. Así lo cree necesario para asumir res­ponsabilidades revolucionarias.

Cuando en México conoce a Fidel Castro, éste acepta de inmediato su proposición de sumarse a la guerrilla. Lo impresionó tanto el hecho y el hombre que se lo pedía que esa noche Ernesto Che Guevara escribió un Canto a Fidel:

Vámonos, ardiente profeta de la aurora, por recónditos senderos inalámbricos a liberar el verde caimán que tanto amas.Vámonos, derrotando afrentas con la frente plena de martianas estrellas insurrectas, juremos lograr el triunfo o encontrar la muerte.
Y si en nuestro camino se interpone el hierro, pedimos un sudario de cubanas lágrimas para que se cubran los guerrilleros huesos en el tránsito a la historia americana.

El hombre tenía la mirada larga. La última estrofa ofrece la visión de su propio fin y podría servir como su epitafio.

Pero antes conocerá todo o casi todo. Por empezar, la cár­cel en México por integrar el grupo de Fidel Castro. El día 25 de noviembre de 1956 es un día mareador y feliz: sale del puerto de Tucspan, en el «Granma», formando parte de los 82 héroes en­cabezados por Fidel. Participa en toda la guerra revolucionaria contra Batista. Dos veces resulta herido. En medio de una batalla, cuando tiene que escoger entre su botiquín de médico y una caja de balas, coge la última. Su vocación está absoluta­mente definida. Es designado Comandante de la Cuarta Columna, después de la Octava Columna «Ciro Redondo». Era un valiente. Fidel Castro dijo que siempre se caracterizó por un extraordi­nario arrojo, por un absoluto desprecio al peligro. Llega a las montañas del Escambray y dirige magistralmente la batalla de Santa Clara, ciudad que libera el 1º de enero de 1959. La columna del Che entra en La Habana y ocupa la fortaleza de La Cabaña.

Nos citó una noche, a las tres de la madrugada, en su ofici­na del Ministerio de Industrias. Fuimos a verlo junto con Sal­vador Allende y otros compañeros. Dijo que no le gustaba ser Ministro ni vivir encerrado en una oficina. Se sentía un guerrillero, un luchador a campo abierto o en medio de los matorrales en algún país de América o de África, donde combatió por la independencia de los pueblos coloniales.

Cuando estaba preso en México, y se preparaba la expedición del Granma, encaraba ya la posibilidad de la muerte en combate. Decía:»desde ahora no consideraría mi muerte una frustración; apenas como Hikmet, ‘sólo llevaré a la tumba la pesadumbre de un canto inconcluso’».

El primero de abril de 1965 escribe su carta de despedida, a la cual Fidel da lectura en la Reunión constituyente del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.

El Che quería partir de todos modos. Insistió, poseído por la idea de proseguir su tarea por la liberación latinoamericana. Elige Bolivia como centro de operaciones, porque la considera el centro geográfico, el corazón del cuerpo continental, desde don­de la luz de la libertad puede irradiar, reeditando de manera diversa la gesta libertadora del siglo pasado.

En su mochilla llevaba un libro de poemas: Canto general de Pablo Neruda. Está subrayado el verso «pequeño capitán va­liente», refiriéndose a Bolívar.

Creía en la verdad. Sostenía que ella es revolucionaria. Insistía en subrayar los valores morales. Su final se preci­pitó como un rayo. Iluminó como un relámpago toda la América y el mundo. Puso en los revolucionarios una mezcla explosiva de pena y orgullo.

Los chilenos se movilizaron para salvar a los sobrevivientes de su grupo guerrillero. Fuimos a visitarlos en Santiago, adon­de habían llegado tras una odisea increíble. Salvador Allende, entonces Presidente del Senado, los acompañó hasta las islas Tahití, para asegurar sus vidas.

El Che se transformó en una figura mundial de los pueblos, en un ídolo de la juventud.

Su resplandor se hizo tan intenso y deslumbrante que el propio imperialismo, responsable principal de su muerte, comenzó a explotar la popularidad de su figura comercialmente. Su efigie apareció pintada en las camisetas de ven­ta masiva en el mundo occidental y su perfil decoró los más di­versos objetos destinados a la venta. Un homenaje interesado que el vicio rinde a la virtud, que los homicidas dispensan a su víctima gloriosa.

Comenzaron a surgir los libros, los poemas, las pinturas, las obras de teatro. El Che se transformó en imagen noble de la época, un nombre de la epopeya moderna.

Hoy, el Partido, las Juventudes Comunistas, todo el Chile ansioso del cambio lo saludan. Es un hombre-emblema de los jóvenes de avanzada. Es una bandera de los pueblos. Pablo Milanés, tomando un verso de Miguel Barnet, dijo “si el poeta eres tú, que tengo yo que hablarte, Comandante”. Julio Cortázar no escribe sobre él porque ambos sean argentinos. Aludiéndolo, dice simplemente: “Yo tuve un hermano”.

En su carta de despedida a sus “queridos viejos”, el Che les dice: “Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinan­te, vuelvo al camino con mi adarga al brazo”. Es Don Quijote que sale no a los campos de la Mancha, sino a las tierras de América. Pero un Quijote que contribuyó a modificar la historia de continente y seguirá modificándola.

Fidel en una “introducción necesaria” al Diario del Che en Bolivia, decía que “sus ideas, su retrato, su nombre son banderas de lucha incluso en las propias metrópolis imperialistas y colonialistas”. Hoy Bolivia, con Evo Morales a la cabeza hace revivir al adelantado, al precursor Che Guevara.

Han pasado cuarenta años. Pero el guerrillero heroico sigue en la brecha, anda por el monte, por América, combatiendo por el sueño inconcluso. Es nuestro sueño. Es el sueño de millones. El Che, vencedor de la muerte, ahora triunfa en Bolivia.

Santiago de Chile, 9 de octubre 2007
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