EL PAYO… Y LAS VÍAS CHILENAS A LA MEMORIA

Escucho a Payo Grondona. Siempre he seguido sus canciones y en estos días lo escucho con más atención. Especialmente “Canto de nuevo”, su “Balada doble” y la versión hecha en el exilio de “La Nelly y el Nelson”. En estos momentos, con aires conmemorativos, pienso en las varias canciones urbanas de este porteño que ha leído Santiago como pocos. Recuerdo cuando le cantó al “Sindicato de esperadores de micros” y su ya clásica y graciosa canción “Me diste mal la dirección”. Y la que es prácticamente un ensayo sobre la ciudad y el país es su tema “La Circunvalación Américo Vespucio”, que la hace recorriendo esa avenida que rodea la ciudad desnudando su segregación vergonzosa: La circunvalación Américo Vespucio / tiene barrios limpios tiene barrios sucios / … al norte los pirulos al poniente los picantes… / al oriente negociados al poniente cesantía… /  de la Escuela Militar al pupitre de Lo Hermida… / la circunvalación tiene monumentos / al General Schneider y al caballo Huaso muerto / … que desprendimiento: / por una parte cuidan por otra allanamiento /  La circunvalación noche tarde y día / con las contradicciones de esta tierra mía. Etcétera: es una canción de casi cinco minutos, que nos propone leer la ciudad y la simbología que está presente en ella, en la que muchas veces no reparamos.

Al respecto, con ecos de la melancolía de septiembre y otras penas- recuerdo que el Presidente Allende (de quien Payo Grondona -antes del golpe- integró fragmentos de sus discursos a sus canciones) construyó la síntesis de su esperanza con la imagen “se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre”; pensamiento que sería un epígrafe de gran pertinencia para leer el libro de la ciudad y su simbología. Cada uno tiene sus propias grandes alamedas a las cuales ponerle nombre y darles un sentido que no sea solamente el sentido del tránsito. ¿Da lo mismo como se llame el lugar por donde caminamos? ¿Ese lugar donde nos encontramos con el resto de los ciudadanos, con el sindicato de esperadores de micro? ¿El lugar público por donde transitamos de la casa al trabajo… esos puntos de partida o de llegada donde están nuestros afectos familiares o laborales? ¿Nos importa que nuestra calle se llame de tal o cual manera? ¿Es casual?¿…o puede tener sentido preguntarnos por el nombre de las calles, que a veces llamamos arterias, como si recorriéramos un cuerpo que nos contiene a todos? Ciertamente el olvido hace que muchos nombres, en el uso diario, no tengan más sentido que una señal caminera para no perdernos.

No sabemos por qué, en algún momento ese nombre de persona mereció ser “nombre de calle”. Cuando se impone la indiferencia, como en un palimpsesto podemos escribir otro nombre encima y nadie se sentirá violentado por ello. Las huellas débiles se borran y lo que no es recordado se muere… o queda en un estado de latencia hasta que alguna contingencia lo actualiza y nos enteramos del origen de la nominación. Entonces, nos preguntamos qué tan justo o merecido o correcto es que tal o cual avenida lleve el nombre de un personaje determinado o de una fecha histórica. ¿De qué son evocadores esos nombres?

En nuestro país, el tránsito a la democracia no desmontó los dispositivos simbólicos que dejó la dictadura, incluso cuando la medida de lo posible lo permitía.

Aquí no hubo un derribamiento de estatuas, como se hizo en otros países, cuyas imágenes se convirtieron en la metáfora de la caída de los regímenes que representaban. Digamos también que no había estatuas que derribar y que el golpe se monumentalizó no tanto por la vía del culto a la personalidad del dictador sino por la vía de las desapariciones de íconos vinculados a la cultura de izquierda y sus reemplazos. Por ejemplo, en Chillán hubo un lugar al que los pobladores, por unanimidad en una asamblea, decidieron llamar “Violeta Parra”. Inmediatamente después del Golpe de Estado, la dictadura decidió llamar de otra manera a esa Población. Se le impuso el nombre de un héroe de la batalla de la Concepción y pasó a llamarse “Población Luis Cruz Martínez”. La artista fue reemplazada por un militar “como una manera de hacer justicia a los valores propiamente nacionales y poner término a las designaciones políticas” (El Mercurio, Santiago, 2 de octubre de 1973). Esa fue, valga la paradoja, la política que se implantó. También se retiró el busto a Luis Emilio Recabarren de la Plaza Artesanos y se desarrolló la “operación limpieza” que blanqueó los muros de la ciudad para que no quedaran vestigios de “allendismo”.

Al final, es una demostración de poder y los diversos Estados y gobernantes siempre querrán anclar su versión histórica en monumentos de recordación. Es legítimo, entonces, recuperar y reivindicar la presencia simbólica merecida, así como des monumentalizar lo que no merece monumento. Por ello debe ser exasperante para la Nelly y el Nelson, del querido Payo, pasear por Santiago y cruzar calles que se llaman “11 de septiembre” o “Av. General Bonilla”. En esos municipios están dando mal la dirección.

Santiago de Chile 10 de octubre 2012
Jorge Montealegre
Investigador U. de Santiago.
Crónica Digital

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