ANGELA DAVIS, LA ETERNA INDÓMITA

La legendaria militante comunista y antirracista norteamericana, antigua discípula del filósofo Herbert Marcuse, anuncia la aparición de un próximo libro.

—¿Cuáles son las razones que han llevado a establecer este conjunto de disposiciones de seguridad a ultranza?

—La Patriot Act (Ley Patriota) fue promulgada inmediatamente después del 11 de septiembre de 2001. La Administración Bush halló en este ataque la oportunidad para explotar el miedo al terrorismo como fundamento del conjunto de su política de guerra mundializada. La Patriot Act integra nuevas formas de maccarthismo y de racismo… La edificación del nuevo Estado que antepone a todo la seguridad y que se funda en la fábrica del miedo constituye una nueva erosión de los vestigios de democracia en nuestro país. Hemos entrado en la era más conservadora de nuestra historia, más conservadora incluso que en la época de MacCarthy.

“La Patriot Act fue adoptada casi por unanimidad. Incluso las fracciones más progresistas (como, por ejemplo, el Black Caucus, el colectivo de los representantes negros) rechazaron en ese momento cualquier toma de posición contra las decisiones de Bush. De hecho, una sola persona —la representante de mi circunscripción, en California— tuvo la fuerza y el coraje suficientes para decir no. Una combinación de racismo, particularmente frente a las gentes de fe musulmana, y de miedo arteramente manipulado ha acabado creando una situación tal, que lo que nos queda de democracia está en proceso de rápida erosión. Eso se ve, por ejemplo, con el uso de la pena de muerte: hace poco tuvimos la milésima ejecución, y el mismo día, la número mil uno. Esa auténtica rutinización, esa banalización, se ha instalado en el derecho hijo de la guerra de Iraq, de la guerra planetaria contra el terrorismo y de la creación de un Estado ampliamente fundado en nociones erróneas de seguridad”.

—La Patriot Act ha concedido al FBI unos derechos exorbitantes, como la Carta de Seguridad Nacional (National Security Letter)…

—El FBI tiene ya el derecho, por una simple carta, y sin mandato judicial, de exigir a instituciones, organismos o personas poseedoras de ficheros de clientes o usuarios, informaciones sobre cualquier ciudadano pretendidamente sospechoso de actividades terroristas. Los destinatarios de la Carta son, por lo demás, mantenidos en el más absoluto de los secretos. De manera que, sin haber sido nunca informado, uno puede ser objeto de una investigación policial sobre su cuenta bancaria, sus compras o sus actividades culturales, incluidos los libros tomados en préstamo de una biblioteca.

—La Patriot Act, ¿autoriza el encarcelamiento sin mandato ni inculpación por parte de un juez, sin asistencia letrada y sin notificación de la causa de la detención?

—Así es. Esos procedimientos se practican bajo el pretexto de que habría problemas específicos de seguridad inherentes al hecho de que los actores de la llamada guerra terrorista carecen de vínculos particulares con algún país determinado. Dicho esto, todas las discusiones giran actualmente en torno a la cuestión de la capacidad del gobierno para violar derechos, tanto de los nacionales como de los extranjeros. Uno de los puntos esenciales es el de la tortura en los centros de detención norteamericanos y en los países de Extraordinary Renditions (transferencias extraordinarias). Se ve cada vez más que la Admnistración Bush-Cheney, con su programa de guerra contra Iraq y de guerra planetaria contra el terrorismo, empuja al país en una dirección de extrema derecha.

“La cuestión principal, en mi opinión, es saber cómo desarrollar un movimiento capaz de protestar contra ese proceso. La revelación a todas luces de la abyecta y absoluta pobreza, en particular de los negros, en Nueva Orleans, ha mostrado la incapacidad del Gobierno Federal para reaccionar frente a una urgencia particular creada por la conjunción de un desastre natural, del racismo y de la pobreza. Desde entonces, la popularidad de Bush ha experimentado un notable deterioro. Razón por la cual esperamos que se abra una posibilidad de contestación y protesta popular contra la Administración Bush”.

—A finales del año, en mitad del mandato presidencial, habrá elecciones al Senado y a la Cámara de representantes. ¿Ve Usted posibilidades de una verdadera alternativa en ese marco rígido del sistema bipartidista

—Es el principal problema. Sin duda, lo mejor será poder lanzar una campaña, a fin de obtener el impeachment (destitución) de Bush, lo que permitiría ejercer cierta presión sobre un eventual candidato demócrata para que nos sacara de la actual tendencia. El problema es que los demócratas, en no menor medida que los republicanos, han estado implicados en la guerra y en la política interior.

—En su próximo libro Usted define el sistema de detención estadounidense como un complejo industrial-carcelario. ¿Cuál es su función política y social?

—El complejo militar-industrial se desarrolló en el curso de la guerra de Vietnam. La industria armamentista y las instituciones militares se convirtieron en elementos centrales de la economía y de la cultura estadounidense, con vínculos estrechos con las empresas, los medios de comunicación, los representantes electos y la alta jerarquía militar. En ese proceso, las cárceles han acabado convirtiéndose en un dato esencial de la economía norteamericana y, cada vez más, de la economía mundializada. Y cuando se observa que los políticos, las empresas y los medios de comunicación tienen interés en la expansión continua de la industria punitiva (punishment industry), no se puede menos que constatar una gran similitud entre el complejo industrial-carcelario y el complejo militar-industrial.

—¿Cuántos detenidos hay actualmente en las cárceles de los EE.UU.?

—Hay dos millones de personas en las cárceles norteamericanas. Y si añadimos los condenados en situación de libertad condicional o bajo control judicial, nos acercamos a la cifra de cinco millones.

—¿Puede esto considerarse un medio de controlar las tensiones sociales?

—¡Desde luego que no! Al contrario: se constata un incremento de las tensiones, así como un fenómeno nuevo, el de la conexión entre el sistema punitivo y la institución militar. Esta última practica la tortura, al tiempo que se ha convertido en la única vía que permite a los pobres, esencialmente a los negros, evitar la cárcel. Si, por otra parte, constatamos que cerca de un 70 por ciento de los detenidos en nuestro país son gentes de color, se ve claramente una fuerte correlación entre la destrucción del Estado social y la utilización creciente del racismo, un resultado directo del capitalismo mundializado.

—En vísperas de su pasada visita a Europa, Condoleezza Rice afirmó que los europeos tendrían que tomar decisiones difíciles, porque, según ella, la guerra contra el terrorismo es una nueva forma de guerra y porque, en consecuencia, las reglas del pasado han dejado de tener validez. ¿Hay una estrategia a largo plazo en este proceso?

—Condoleezza Rice representa lo más reaccionario de la Administración Bush. Exige que un Estado prive a la gente de sus derechos, que los Estados Unidos ignoren totalmente capítulos enteros del derecho internacional. Es terrorífico: yo no suelo usar el término “fascismo” cuando no es necesario, pero creo que estamos aquí en presencia de tendencias fascistas muy netas representadas por Bush, Condoleezza Rice y Cheney.

—En la presentación de su libro, Usted declara que los criterios de la democracia son la existencia, para los ciudadanos, de derechos concretos. ¿Pueden esos derechos ser ejercidos y desarrollados en un mundo de capitalismo globalizado bajo la hegemonía del más poderoso?

—El creciente deslizamiento hacia la derecha en los EE.UU. y en Europa refleja, en el período actual, la tendencia dominante del capitalismo. Así, la democracia, en la formulación de la Administración Bush, se confunde con el capitalismo… Cuando hablo de nuevas formas de democracia, hablo de socialismo, de una democracia que no se funde únicamente en derechos formales como el derecho al sufragio, sino también en derechos concretos como los derechos sociales: el de vivir al abrigo de toda violencia, el derecho al trabajo, a la vivienda, a la atención médica y a una educación de calidad, al derecho de cruzar libremente las fronteras… Si se observa la manera en que los EE.UU. han tratado de regular lo que se llama el problema racial, resulta claro que se necesitan soluciones nuevas. Habría que citar aquí a Marx, quien decía que el capitalismo crea problemas que es incapaz de resolver. El nacionalismo negro no es, ciertamente, una respuesta, como hemos podido constatar en los EE.UU. Es necesario crear nuevas instituciones con, por ejemplo, un mejor sistema educativo, lo que significaría ya un gran cambio, o también una forma de sistema gratuito de salud, cosas, todas estas, que resultan tan necesarias en nuestro país…

—¿Ve Usted signos de una nueva solidaridad internacional?

—Es la cuestión esencial. Sobre todo en los EE.UU., que no tienen buena reputación internacionalista. Una de las consecuencias más graves de la política de guerra mundializada es el hecho de que ha resultado fácil persuadir a la gente de que tenemos necesidad de una nación multicultural, en detrimento de una solidaridad que se proyecte más allá de la nación. Ha sido mucha la gente de color que ha acabado replegándose en el nacionalismo, percibido como la única respuesta posible a una agresión procedente del exterior. En la misma onda, la solidaridad con el pueblo de Afganistán o con el de Iraq no ha sido considerada como uno de los medios efectivos para salir de la situación. Yo digo que tenemos necesidad de explorar y desarrollar nuevas vías de solidaridad internacional. Tenemos que estudiar cómo crear líneas de comunicación, de solidaridad, especialmente después del hundimiento de la comunidad de países socialistas, la cual, de hecho, constituía un espacio que permitía la producción de solidaridad internacional.

(Tomado de sinpermiso.info)

Santiago de Chile, 11 de febrero 2006
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