Es una verdadera cultura, donde el grupo, no sólo no tiene claro cuales son los posibles atajos por donde salir, sino que, lo peor de todo, no tiene actitud de salir.
Pero cualquier programa de lucha contra este mal endémico debe contar con algunos criterios básicos de operación. En primer lugar, las acciones o actividades a realizar en terreno mismo, deben contemplar unidades, por decirlo así, de grupos no demasiado grandes. Deben ser comunidades, por lo menos en un comienzo, de no más de 15 a 20 personas. Estas comunidades deben mostrar, o lograr un cierto avance en ellas, de determinadas características.
Tal vez la primera, por su importancia, es disponer de un mínimo ambiente de solidaridad del grupo, proyectando cierta imagen de unidad. En segundo lugar, y tal vez tan importante como la primera, contar con cierto perfilamiento de la presencia de uno o más líderes en el grupo, con el reconocimiento correspondiente.
Ayuda mucho, también, el haber tenido alguna experiencia común pasada exitosa, por mínima que fuere. También es importante que el grupo a atender tenga internalizado, aunque sea vagamente, el o los principales problemas que los aquejan.
Otro factor imprescindible a estar presente, es el concepto mayoritario del grupo en cuanto a la institucionalidad. La municipalidad, la institución pública, incluso la iglesia, deben ser conceptualizadas, no exclusivamente como donantes, sino como puntos de apoyo y/o colaboración frente a las necesidades propias. Esto lleva implícito que el grupo debe estar convencido de que la lucha contra la pobreza es la conjunción de dos esfuerzos: el de una institución especializada y la de uno propio. Si no hay aporte propio, no hay salida.
Una señal positiva, de grupos que empiezan a cambiar de actitud, es cuando identifican alguna idea de un proyecto de inicio y logran con ello un principio de acuerdo con la mayoría de la comunidad, manifestando que ese proyecto de inicio es el adecuado.
Todo esto, que parece tan lógico, en la práctica significa una especie de caminar juntos previamente, agente externo colaborador, con la comunidad. Muchas veces este caminar juntos toma un tiempo, tiempo en el cual se diagnostica la realidad y se descubre la posible ruta a seguir. En innumerables ocasiones esta ruta no se encuentra y el grupo debe ser descartado, en beneficio de otros grupos que sí pueden iniciar su camino de salida de la pobreza.
La estrategia tradicional en Chile en esta materia, ha sido, o demasiado asistencialista o demasiado diseñada para grandes coberturas y, por lo tanto, grandes impactos. Los resultados, por lo tanto, no han sido satisfactorios.
En consecuencia, desafíos de esta magnitud y complejidad, deben estar basados en la existencia de organizaciones e instituciones de base. Organizaciones comunitarias, acciones municipales, agencias de áreas institucionales fiscales y micro financiamiento ágil y oportuno.
El modelo chileno global aplicado, en los últimos 20 años, ha demostrado sus virtudes, pero también ha demostrado su incapacidad de vencer la pobreza extrema del país, especialmente la del mundo rural.
Son los Gobiernos Regionales, activando las redes institucionales de base y buscando el financiamiento central, los que tienen la mayor responsabilidad de activar el mayor número posible de proyectos concretos de lucha contra la pobreza, proyectos que deben caracterizarse por un esfuerzo compartido entre beneficiarios y beneficiados.
Por: Hugo Ortega T. Director Escuela de Ingeniería en Agronegocios U. Central de Chile. El autor es colaborador permanente de Crónica Digital.
Santiago de Chile, 12 de septiembre 2006
Crónica Digital
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