Bozic fue encontrado muerto en su domicilio de Santiago por su sobrina viviana en la tarde del domingo. Se hallaba vestido como para salir a la calle, según informó su hermano Luis, quien fue la última persona que habló con él por teléfono, cerca de las 22 horas del sábado. El cadáver fue traslado al Instituto Médico Legal, donde los médicos precisaron que falleció de un infarto masivo al miocardio, a una hora todavía no precisada, pero que se obtendrá con el informe final de la autopsia, informó su amigo el doctor Hugo Unda Díaz, funcionario del ministerio de Salud y también concejal de Las Condes.
Los restos de José Bozic fueron trasladados en la tarde del lunes a la Parroquia Italiana, en Av. Parque Bustamante 180, Santiago, donde permanecerán hasta la mañana del miércoles, informó su hermano Juan. A las 9:00 horas del miércoles se celebrará una ceremonia religiosa y está previsto que el cortejo parta a las 9:45 horas rumbo al Cementerio General.
El Pepe Bozic, como lo llamaban sus amigos, estuvo preso en Isla Dawson inmediatamente después del golpe militar de 1973, que lo sorprendió como director del diario La Prensa de Punta Arenas. Una vez que obtuvo su libertad se trasladó por tierra a Río Gallegos y, enseguida, a Buenos Aires, donde ejerció la docencia en el instituto de periodismo Simón Bolívar, entre otros rebusques.
El golpe militar de 1976 en Argentina lo aventó a Venezuela, donde sobrevivió casi tres décadas sin previsión social ni trabajo estable. Viajó a Santiago en septiembre de 2005 para atenderse numerosas dolencias en la salud pública, a la que tuvo acceso por su condición de exonerado político y víctima de prisión y tortura, a través del sistema Fonasa, Fondo Nacional de Salud.
Padecía de un aneurisma dorsal y de incontables coágulos en su sistema circulatorio, además de inflamación de la próstata, insuficiencia respiratoria y lo más grave, severos problemas cardíacos que demandaban la colocación de un bypass, pero sólo alcanzó a intervenirse con éxito la próstata.
En Venezuela, Bozic se dedicó al periodismo corporativo como asesor de partidos políticos, principalmente en períodos de elecciones. Perteneció toda su vida al partido Socialista, en el que también militó su padre José Bozic González, dirigente de los estibadores de Punta Arenas y de los sindicatos de la esquila en las haciendas de Magallanes.
El Pepe cultivó numerosas amistades en Argentina y Venezuela, además de sus amigos emblemáticos de la infancia y la juventud vivida en la austral Punta Arenas. Entre esas amistades se encuentra el poeta y periodista Jorje Lagos, también de Magallanes, quien escribió hoy lunes esta suerte de responso:
Requiescat in pace, por Jorje Lagos Nilson
Hoy, lunes 20 de marzo de 2006 supimos que el Bozic partió. Por mucho tiempo el vino no sabrá a nada. Nunca haremos ese viaje que nos prometimos a Magallanes. Habíamos comprendido el valor del silencio de la amistad, pero nada me preparó para su callar definitivo.
Entre un sábado y la madrugada del domingo murió en Santiago de Chile José Bozic Laboric. Fue periodista toda su vida y hombre bueno es la única definición que le cabe. Uno de los mejores. Partió solo a ese largo viaje que nadie ha podido contar.
Nos conocimos cuando niños en Punta Arenas una tarde de otoño en un sitio baldío en la esquina de las calles Chiloé y Fagnano. Allí se jugaban largos partidos de fútbol, ¿que solían terminar con aparatosas reyertas? No teníamos más de ocho o nueve años. Participábamos poco, casi nunca, en las pichangas: ninguno de los dos tenía habilidades con la pelota ni entre las piedras que solían marcar los arcos. Charlábamos.
Pepe es el último de los amigos de infancia que me queda. Que me quedaba.
Nunca terminó sus estudios de periodismo en la Universidad de Chile. No lo necesitó. Esta actividad que le come a uno la piel y los ojos le ardía: fue su única vocación y, de algún modo misterioso, me empujó también a ella.
Jamás pretendió nada, lo suyo era dar. Beber una larga cerveza, comer a cualquier hora, oír lo que podían querer decirle. Respetar al prójimo. No mereció, desde luego, que lo embarcaran, en las condiciones en que todos fueron embarcados, y lo depositaran en esa isla en medio del Estrecho para cumplir la pena de ser peligroso en tiempos de golpe, tortura y negación de la persona humana.
Pepe fue socialista toda su vida. Dawson no lo aniquiló.
Nos reencontramos, luego de tres o cuatro años, en el extrañamiento en Caracas. Solíamos sentarnos en el balcón que miraba al poniente a esperar la breve puesta de sol de esa latitud. Para entonces habíamos aprendido el silencio, y en silencio compartíamos un ron y escuchábamos el canto de la noche que surgía de la quebrada de Chacaíto.
Luego dejamos de vernos: el quedó en Caracas, yo viajé a su amada Buenos Aires. Y en este marzo tristísimo de 2006 conversamos de nuevo en Santiago. Una enfermedad que jamás terminó de confesar ¿y que no era inconfesable, simplemente no hablaba de ella? lo tenía a la espera de los cirujanos.
No alcanzó a esperarlos; se sentó a solas quizá en la noche del viernes 17 y en algún momento ese corazón suyo tan lleno de cosas dijo basta. Hoy lunes cae el sol de Santiago y no tengo nada que decir. Estoy inmensamente solo.
Por: Ernesto Carmona
Santiago de Chile, 21 de marzo 2006
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