Simbolismos, memorias y reinterpretación de nuestras culturas originarias

Nos encontramos en un doce de octubre distinto, marcado por dos puntos relevantes. El primero la pandemia global y el segundo el álgido movimiento social nacido hacia finales del año 2019. Ciertamente, ambos elementos de alguna forma confabularán para que esta fecha conmemorativa del denominado encuentro de dos mundos sea diferente, aludiendo a que el 18 de octubre del año recién pasado marca un antes y un después en los mecanismos de manifestación popular. Algo hicimos, algo tan grande que nunca lo imaginamos.

El movimiento social de finales del año recién pasado puso en la palestra problemáticas transversales y estructurales para la sociedad chilena, siendo este el motivo con la participación ciudadana en las jornadas de protestas adquirieran una masividad histórica. Recordemos lo ocurrido en el marco de la denomina marcha más grande de Chile, ocurrida el 25 de octubre, donde se reunieron más de un millón de personas en el centro de la capital, copando las principales avenidas, calles y parques. Es dentro de este escenario donde se originaron nuevos simbolismos del mundo popular, como el perro matapacos y la primera línea. También se ocuparon espacios, al punto de ser rebautizados por la sociedad, como ocurrió con la Plaza de la Dignidad (ex Plaza Baquedano). Algunos sitios pasaron a ser verdaderos museos al aire libre, situación vista con el edificio del GAM. Por esos días se hizo común ver en las calles, poblaciones y barrios simbolismos de la resistencia popular, asumiendo la wiphala y la wenüfoye un papel protagónico ante las demandas sociales, reproduciéndose una y otra vez, al punto de hacerse común en las ventanas y balcones.

Este mes de octubre es distinto, está cargado de memorias, imágenes y relatos de los testigos que estuvieron ahí, haciendo la historia, la misma que han escrito los poderosos desde siempre. Nos referimos a la historia oficialista, aquella que siempre ha justiciado en beneficio de unos pocos, aquellos que hoy tienen el monopolio de la verdad en sus manos. Son los tiempos donde se hace necesario tomar parte de nuestros orígenes y de forma introspectiva reconocernos. Por ahí dicen que de las cicatrices debiésemos pensar nuestro pasado, el que no es tan lejano si pensamos en las cenizas sobre las cuales fueron cimentadas las estructuras dominantes en las sociedades contemporáneas. El 12 de octubre debiese ser precisamente donde debiésemos reflexionar sobre nuestros orígenes, incluso aquellos que nos llevaron a un levantamiento popular como el visto hace un año. Al parecer  sufrimos una condena a perpetuidad, la que nos ata irremediablemente a una estructura de dominación tortuosa, capaz de estrangularnos por un trozo de pan o de quitarnos los ojos  por  vivienda o salud digna. Es dentro de ese lenguaje de la violencia donde los simbolismos adquieren importancia, siendo puntos donde llegan a  converger parte de nuestras resistencias ancestrales. De algún modo esas cualidades lograron trascender en el presente. De forma algo tardía se hicieron vigentes, atravesando siglos de historia, posicionándose más allá de las banderas o símbolos como el kultrún o los chemamull que cuidan la Plaza de La Dignidad.

El movimiento social de octubre del año 2019 dejó en evidencia un sesgo que ha sido ampliamente reproducido, radicando ahí una crítica sobre el uso que se le da a los símbolos, puesto que las propias estructuras de dominación hacen posible la retracción de su significado real, banalizándolo, otorgándole un sentido de pertenencia. Saussure llega a relacionar esto con algunos mecanismos de propaganda política, donde la semiología trabaja en base a la mantención de símbolos, instaurados en el centro de la vida social (Gordon & Lubell: 2001). Se ha observado que estas características se relacionan funcionalmente con intereses particulares. No es de extrañarse que esta cualidad sea utilizada para construir modelos de realidad y distribuir discursos sociales sobre el acontecer nacional, recayendo acá la actividad de los medios de comunicación, tan ampliamente explotado por el discurso televisivo, donde el uso de imágenes es evidente para todos, aportando en la sociabilización de los contenidos, adquiriendo una carácter instigador sobre los mismos a la hora de su dispersión, así aportando concretamente en la creación de realidades. En la década del 30’ ya lo disponía de esta manera el filósofo alemán Walter Benjamin.  En su texto La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, expresa la manera en que esto afecta en diferentes tipos de movimiento de masas y de expresión social, como llega ser en determinado instante una manifestación popular con las características vistas a finales del 2019.

“La reproducción masiva favorece de manera especial la reproducción de las masas. En las grandes paradas festivas, en las concentraciones gigantescas, en los actos masivos de orden deportivo y en la guerra – que alimentan todas ellas el aparato de filmación – la masa se mira a sí misma cara a cara” (Benjamin: 1936).

Es dentro de esa disposición donde se malogra la visión objetiva de los símbolos y su real significado. Esta banalización es algo propio de los tiempos modernos, donde este fenómeno de reproducción está vinculado a los ejes centrales del modelo económico imperante a nivel global. Si, son los efectos del capitalismo los que han terminado desvirtuando el contenido real de estas imágenes, trayendo tras de sí un constante flujo de reinterpretaciones, al punto de hacerse comercializable, algo típico de encontrar cuando nos referimos al concepto de la mundialización de la cultura, respondiendo a la lógica de la circulación de productos de carácter cultural a escala global.

Las dinámicas acá expuestas son señales de los tiempos actuales, correspondiendo a la lógica de una aldea global. Ciertamente esto no es una crítica a su utilización, sino más bien una motivación hacia la reflexión respecto a los orígenes de estos simbolismos. Así se evita caer en los canales de reproductibilidad desde donde mismo emanan los problemas que tenemos como sociedad, las que han sabido funcionar en una innecesaria relación simbiótica. Son los tiempos donde se hace pertinente el cuestionamiento respecto a nuestro funcionamiento como una sociedad en movimiento, donde se deben conocer y respetar los símbolos, aquellos que hemos hecho parte nuestra desde los orígenes mismos del levantamiento social.

De alguna manera, todos los cambios sociales son los efectos de las tecnologías sobre nuestras vidas. En nuestra construcción como seres humanos modernos los medios de comunicación son participantes activos, reproduciendo constantemente muestras de las culturas globales, llegando al punto de lograr una suerte de enajenación cultural.

Autores:

Guillermo Cotal Ponce: Profesor. Licenciado en Historia y Ciencias Sociales. Mención Patrimonio y Ciudadanía©. Dirigente indígena mapuche.

Arturo Castro Martínez: Máster en Historia contemporánea y mundo actual, Universidad de Barcelona©. Profesor. Licenciado en Historia y Ciencias Sociales. Mención Patrimonio y Ciudadanía.

Jean Paul Retamal: Profesor. Licenciado en Historia y Ciencias Sociales. Mención Patrimonio y Ciudadanía©.

Santiago de Chile, 13  de octubre 2020
Crónica Digital

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