Ocho claves de la probable derrota de la extrema derecha en la elección de Brasil

Por Víctor Osorio Reyes*

El mundo tiene las miradas puestas en el proceso electoral en curso en Brasil. Por su enorme importancia económica, cultural y política, resulta evidente que los resultados de la pugna por la Presidencia tendrán un impacto más allá de las fronteras del país más extenso de América del Sur y el quinto del mundo, que además es el séptimo más poblado de la Tierra y la mayor economía de la región, considerado como una potencia global emergente y una potencial superpotencia.

Para la extrema derecha se torna fundamental la reelección de Jair Messias Bolsonaro​ pues representaría una confirmación de una gobernanza que se ha caracterizado por todas las vulgaridades ideológicas postfascistas: desde los intentos de relegitimación de la dictadura brasileña y el negacionismo de las violaciones a los derechos humanos; la exaltación de la violencia para regular la convivencia social; el desprecio por la ciencia, lo que dio como resultado una catastrófica gestión de la pandemia del COVID–19; y las recurrentes críticas a unas imaginarias “ideología de género” y “agenda globalista”, que no son más que excusas para justificar su repulsa, por ejemplo, a las plataformas feministas y ecologistas.

Así, no resulta sorprendente lo consignado por el diario “El País” de España el pasado 22 de octubre: “La ultraderecha estadounidense tiene el ojo puesto en las elecciones brasileñas”.

Para los demócratas progresistas, una victoria presidencial de Luiz Inácio Lula da Silva y de la coalición que encabeza el Partido de los Trabajadores (PT) sería un paso adelante en la consolidación del denominado “nuevo ciclo progresista” en América Latina, a partir de la proliferación de gobiernos de izquierda y progresistas en la región, y –sobre todo– en abrir un nuevo proceso de unidad e integración en la región.

Estas notas comenzaron a escribirse en São Paulo, ciudad de Brasil en la que acompañamos la primera vuelta de las elecciones presidenciales el pasado 2 de octubre, al igual que en los comicios registrados en 2018, cuando se impuso Bolsonaro. En ellas hemos consignado las razones por las que consideramos que el curso más probable de los acontecimientos será una victoria de Lula y el progresismo en la segunda vuelta.

Ello, sin perjuicio de no olvidar que toda elección tiene niveles de incertidumbre y que las certezas se obtendrán solamente en las urnas.

1. El cuadro de la primera vuelta

Luego de la primera vuelta, los medios de comunicación de la derecha se han dedicado a destacar con entusiasmo la “sorprendente” y “enorme” votación de Bolsonaro, sobre todo tomando en cuenta –dicen– los pronósticos de las encuestas (a pesar que no es cierto que todos los sondeos estuvieran lejos del resultado).

Sin embargo, no han colocado igual énfasis en los resultados mismos, que son un primer indicador fundamental del escenario político–electoral brasileño en curso.

Según los datos oficiales del Tribunal Superior Electoral de Brasil, con el 100 por ciento de los sufragios escrutados de la primera vuelta, Lula logró el primer lugar un 48,43 por ciento con 57.259.504 votos, mientras que Jair Bolsonaro llegó a 43,20% con 51.072.345.

Ello significa que a Lula le faltó apenas un 1,57% para imponerse en la primera vuelta. No solo ese dato es importante: Lula logró 5,23 puntos de ventaja por encima de Bolsonaro, y un total de 6.187.159 votos más que el actual Primer Mandatario.

Bolsonaro solo para empatar a Lula en la segunda vuelta debería sumar a lo menos el 62,5% de los votos en juego (es decir, la votación que lograron los otros nueve candidatos sumada a la abstención), lo cual implicaría un cambio impensado de la tendencia electoral que fue observada en la primera vuelta. Por otro lado, la abstención del 20% fue el promedio de las últimas elecciones y todo indica que es improbable que disminuya.

Ello no significa soslayar que la ultraderecha mantiene una fuerza electoral considerable, sino que constatar debidamente el crecimiento del progresismo: en la primera vuelta de las elecciones de 2018, Bolsonaro se impuso nada menos que por 16,57 puntos de diferencia a Fernando Haddad, quien ocupó el segundo lugar y fue el abanderado del PT, en alianza con el Partido Comunista de Brasil (PCdoB) y el Partido Republicano de Orden Social.

2. La unidad y la convergencia

Una de las claves del avance que registró la fuerza del progresismo fue la disposición del PT a construir alianzas políticas amplias para enfrentar a la ultraderecha, lo que se expresó en la creación de la coalición Brasil de la Esperanza. Esta convergencia está integrada por el Partido de los Trabajadores, el Partido Verde, la Red de Sostenibilidad (REDE), el Partido Comunista de Brasil (PCdoB), el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), el Partido Socialista Brasileño, Solidaridad, Avante, Actuar y el Partido Republicano de Orden Social.

El esfuerzo de unidad es significativo, considerando que en las elecciones presidenciales de 2018, hubo desencuentros entre parte de estos actores políticos. El Partido Verde y REDE levantaron una candidatura presidencial propia y que compitió con Bolsonaro y Haddad en la primera vuelta:  la ecologista Marina Silva, quien además es evangélica y antes se había presentado como postulante al cargo en 2010 y 2014.

En tanto, el PSOL –que fue una escisión del PT– presentó el 2018 la candidatura presidencial de Guilherme Boulos, quien además integraba la coordinación nacional del Movimiento de Trabajadores sin Tierra (MST). Desde 2006 era la cuarta ocasión en que el PSOL presentaba una candidatura presidencial en pugna con el Partido de los Trabajadores.

Hay otros casos más notables. Solidaridad compitió con el PT el 2014 y el 2018, apoyando las candidaturas del centrista Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Un camino similar adoptó el partido Actuar. Avante incluso votó a favor de destituir a Dilma Rousseff, cuando encabezaba el cuarto gobierno del Partido de los Trabajadores.

3. El tercer y cuarto lugar

De las 11 candidaturas presidenciales presentadas en primera vuelta, con la obvia excepción de Lula y Bolsonaro las únicas dos postulaciones que tuvieron una mínima competitividad fueron Simone Tebet, abanderada del centrista Movimiento Democrático Brasileño (MDB) y que contaba con el respaldo del PSDB, y Ciro Gomes, persistente candidato del moderado Partido Democrático Laborista. La primera llegó al 4,16%, mientras que el segundo alcanzó el 3,04 por ciento. Es decir, ambas candidaturas sumaron el 7,2 por ciento y un total de 8.514.710.

Una nota publicada por El Mercurio On Line (EMOL) al día siguiente de la primera vuelta se titulaba: “Los votos de Simone Tebet y Ciro Gomes, claves para definir al ganador de la segunda vuelta presidencial en Brasil”. El texto señalaba que los resultados dejaban “una cuota de incertidumbre de cara a la segunda vuelta”. Sentenciaba que adquirían “cada vez más valor los votos obtenidos por Simone Tebet y Ciro Gomes”. Añadía que ambos “han manifestado cautela” y habían evitado expresar alguna preferencia pública.

Apenas unos días después, Tebet y Gomes expresaron su abierto apoyo al líder del Partido de los Trabajadores y pidieron a sus electores que voten al expresidente. “Daré mi voto a Lula da Silva porque reconozco su compromiso con la Democracia y la Constitución, cosas que no encuentro en el actual presidente”, expresó Tebet.

Además, en una revisión del Gobierno de Bolsonaro, señaló que “Brasil fue abandonado en la hoguera del odio (…) La negación atrasó las vacunas. Las armas ocuparon el lugar de los libros (…) La mentira hirió la verdad (…) Brasil volvió al mapa del hambre”.

4. Las otras candidaturas de derecha

En la primera vuelta se presentaron cuatro candidaturas conservadoras, cuyo electorado pudiera eventualmente inclinarse por el actual Mandatario en la segunda vuelta: Soraya Thronicke, postulante del partido de derecha Unión Brasil y que fue partidaria de Bolsonaro; Luiz Felipe D’Ávila, que se presentó por la colectividad liberal de derecha llamada Partido Novo; Padre Kelmon, el abanderado del grupo ultraderechista Partido Laborista Brasileño, la que también respaldó en el pasado a Bolsonaro; y José Maria Eymael, el histórico líder de los residuos del Partido Demócrata Cristiano, de orientación centroderechista.

El conjunto de estas candidaturas conservadoras no sumaría mucho a Bolsonaro, puesto que en su conjunto totalizan solo el 1,06 por ciento y 1.258.396 votos. Además, Thronicke anunció que no apoyará a ninguno de los dos candidatos y su partido dejó en libertad de acción a sus adherentes. Una postura similar anunció Luiz Felipe D’Ávila, incluso antes de la segunda vuelta, lo cual fue confirmado luego por el partido Novo. El Partido Demócrata Cristiano liberó a sus afiliados para “votar según su conciencia”.

Bolsonaro solamente se estaría quedando con el apoyo del “Padre Kelmon” y su 0,07%. Se trata de un extraño personaje, que se ha presentado como presidente interino del llamado “Movimiento Conservador Cristiano”, y como sacerdote, aunque la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa Siria de Antioquia han denunciado que Kelmon no tiene vínculo alguno con las entidades eclesiásticas en Brasil. Luego aseguró haber sido ordenado religioso en una iglesia de Perú.

5. Las otras candidaturas de izquierda

Otras pequeñas candidaturas de izquierda radical optaron por Lula, pese a su escepticismo de la efectiva voluntad transformadora del PT. Leonardo Péricles (0,05% y 53.519 votos), fue abanderado del partido de izquierda radical Unidad Popular. Dijo: “En el segundo turno, Unidad Popular convoca al pueblo brasileiro a votar en contra del fascismo y votar por Lula Presidente. Esa es la salida en el momento actual”. Indicó que “el gobierno de Bolsonaro es el gobierno de la muerte, de la corrupción, del desempleo (…) Un gobierno incompetente, que provocó hambre y miseria”.

Sofía Manzano (0,04% y 45.620 votos) fue la candidata del Partido Comunista Brasileño (PCB) y anunció tempranamente que su colectividad había llegado a la conclusión de que es necesario “elegir a Lula para continuar nuestra lucha”. La Comisión Política Nacional de esta colectividad, identificada también con una izquierda radical, anunció: “Cerrada la primera vuelta electoral (..) las amplias masas del pueblo brasileño se verán obligadas a elegir entre dos proyectos, ninguno de ellos comunista. El PCB se posiciona claramente: votando por Lula para derrotar a Bolsonaro”.

Vera Lúcia con el 0,02% (25.625 votos) fue candidata presidencial del Partido Socialista de los Trabajadores Unificado, grupo de orientación trotskista. La colectividad anunció pronto que en la segunda vuelta “cuando no podemos presentar una candidatura independiente, defendemos el voto crítico de Lula para derrotar a Bolsonaro en las elecciones, porque reivindica la dictadura militar, defiende un proyecto autoritario y amenaza las libertades democráticas”.

6. El panorama económico de Brasil

Uno de los argumentos claves de la extrema derecha contra la candidatura de Lula es bien conocido en Chile: es la reiteración majadera de que todas las alternativas de izquierda han fracasado en el mundo y han producido empobrecimiento económico, a diferencia del éxito del neoliberalismo en producir riqueza. Ello se complementa, por cierto, con referencias a la situación en Venezuela. Todo ello ha sido vociferado en la campaña, desde el propio Jair Bolsonaro hasta las hordas que pueblan las alcantarillas de las redes sociales.

El único problema para esos “razonamientos” es que hoy es posible comparar los pasados períodos presidenciales de Lula con los resultados del régimen de Bolsonaro. Una nota que fue publicada por El Mercurio On Line (EMOL) el pasado 29 de septiembre consignaba: “El gobierno de Lula es reconocido por haber conducido a Brasil a un período de bonanza económica, al triplicar su PBI per cápita, que pasó de 3070 dólares en 2003 a 11.286 dólares en 2010”. En su último año en el gobierno, “la economía experimentó un crecimiento del 7,5%, su mayor alza en 24 años”.

Por cierto, en el período de Lula no se produjo situación alguna que permitiera hacer una comparación con la situación de crisis en Venezuela: muy por el contrario, hubo prosperidad económica constante.

Bolsonaro, en cambio, comenzó su gobierno con un PBI per cápita de 9151 dólares, según datos del Banco Mundial, valor que cayó a 6814 dólares en 2020, para experimentar una leve recuperación el 2021 con un PBI per cápita de 7518. Las estimaciones oficiales prevén un crecimiento de 2,7% para este año. Todas esas cifras están por debajo de los resultados del período de Lula y muestran un panorama económico más bien oscuro.

7. El panorama social de Brasil

Los resultados de la gestión presidencial de Lula no solo muestran un ciclo de crecimiento económico de enorme envergadura, sino que la expansión de la economía se desarrolló en forma acompasada con políticas consistentes de inclusión social, que permitieron que se enfrentara la exclusión y las inequidades, expandiendo las condiciones de bienestar en la población.

En materia social, detallaba la citada nota de EMOL, “en ocho años de gobierno, cerca de 28 millones de brasileños (…) salieron de la pobreza. La clase media se amplió a 90 millones de habitantes, casi la mitad de la ciudadanía en ese entonces. El emblemático programa social Bolsa Familia, que según cifras oficiales benefició a más de 40 millones de personas, fue una de las estrategias que lo llevó a recibir un premio que fue otorgado por el Programa Alimentario Mundial (PAM) de la ONU en 2010”.

En cambio, según indicó un estudio de junio pasado de la Red Brasileña de Investigación en Soberanía y Seguridad Alimentaria, 33,1 millones de personas sufren hambre actualmente, un número que triplica a los 10 millones que se registraba en 2018.

Así las cosas, la catástrofe económica ha estado acompañada por una crisis social durante el régimen de Bolsonaro. A ello se suma la gestión de la pandemia por el régimen, que llevó a que una comisión del Senado extendió a la Corte Penal Internacional una denuncia en contra de Bolsonaro por crímenes contra la humanidad, acusándolo de nueve delitos, entre ellos “incitación al delito”, “infracción de medidas sanitarias” y “epidemia con resultado de muerte”. En Brasil no se ha olvidado el macabro record de 660 mil muertos en la pandemia, ni tampoco la crueldad de las palabras de Bolsonaro: “No soy sepulturero, ¿ok?”; “Todos vamos a morir un día (…) Tenemos que dejar de ser un país de maricones”.

8. La subjetividad ciudadana brasileña

Un hecho cualitativo clave a considerar en la elección es la constatación de la subjetividad de una parte significativa de la ciudadanía: existe un clima de enorme hastío con Bolsonaro y una demanda por cambios, que implica que un sector de la población votará por Lula sobre todo por la voluntad de terminar con la experiencia de la extrema derecha. Existen señales públicas del fenómeno.

Anitta, la más cantante brasileña de mayor reconocimiento internacional, cuando anunció su respaldo a Lula escribió: “La postura extremadamente agresiva y antidemocrática de esa gente no me deja otra opción. No soy petista y nunca lo fui. Pero este año estoy con Lula”. Otros artistas también “salieron del closet” de la política, como la popular Xuxa, quien llamó a votar por el candidato del progresismo luego de compartir videos en los cuales acusaba a Bolsonaro de “machista, homofóbico, racista”.

En el campo político, Lula recibió el respaldo del moderado Fernando Henrique Cardoso, el que fue Presidente de Brasil entre 1995 y 2002 e histórico rival de Lula, a quien derrotó por dos veces. En un comunicado, manifestó: “Solicito a los electores que voten en quien está comprometido con la lucha contra la pobreza y la desigualdad, quien defiende los derechos iguales para todos, independientemente de su raza, su género y su orientación sexual, quien se enorgullece de la diversidad cultural y la nación brasileña, valora la educación y la ciencia, y está empeñado en preservar nuestro patrimonio ambiental, el fortalecimiento de las instituciones que aseguran las libertades y el restablecimiento del papel histórico de Brasil en el mundo”.

Un caso significativo fue el respetado exmagistrado Joaquim Barbosa, quien se convirtió en una figura emblemática de la lucha contra la corrupción y en el pasado estuvo enfrentado con los gobiernos del PT. En la campaña presidencial ha grabado una serie de videos en los que fustigó a Bolsonaro y adhirió al líder de la izquierda. “Bolsonaro no es un hombre serio, no es apto para gobernar un país como el nuestro, no está a la altura, no tiene ninguna dignidad para ocupar un cargo de esa relevancia”, afirmó. En el video más reciente señaló: “Bolsonaro está, poco a poco, destruyendo nuestra democracia”.

Un caso similar es el exministro de Justicia, jurista y profesor Miguel Reale Júnior, quien fue uno de los autores del pedido de impeachment contra Dilma Rousseff. “Brasil no aguanta cuatro años más de Bolsonaro”, declaró en el momento de declarar su apoyo a Lula para la primera vuelta.

En su llamado a votar por Lula en segunda vuelta, proclamó: “Queremos un país donde haya libertad de intercambio de ideas, diversidad, pluralidad, creación cultural y no un país de oscurantismo, atraso e ideas prefabricadas y fake news (…) Eso es lo que queremos, y lo conseguiremos con Lula en el gobierno, quien ha demostrado su capacidad de gobernar y su capacidad de diálogo (…) Esto es lo que necesitamos. Estar juntos, estar juntos”.

Por Víctor Osorio Reyes. El autor es periodista y ex Ministro de Estado.

Santiago, 29 de octubre 2022.

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