Kenny fue el primer letrado civil autorizado por el Pentágono a reunirse con un prisionero en ese enclave, territorio cubano ocupado por Estados Unidos en contra de la voluntad de las autoridades y el pueblo de la isla.
En Guantánamo, Washington mantiene a más de 500 personas, arrestadas a raíz de la invasión norteamericana a Afganistán a fines de 2001 y etiquetadas de «combatiente enemigo», término utilizado por el gobierno del presidente George W. Bush para excluirlas de toda asistencia legal.
Tras múltiples negociaciones, Kenny recibió el visto bueno de las autoridades norteamericanas para visitar a su cliente, el australiano David Hicks, a quien encontró muy deprimido por las condiciones de reclusión.
Al abogado le fueron impuestas restricciones acerca de lo que podría decir sobre los cinco días que permaneció en el centro de detención.
No obstante, en un encuentro con reporteros en Nueva York, le fue imposible guardar silencio sobre el infierno que observó en el penal, y acuñó a Guantánamo con su lapidaria frase, cuya esencia sería corroborada en lo sucesivo por otros abogados que han visitado la cárcel, y por testimonios de muchos reos
Innumerables denuncias sobre los maltratos a prisioneros, desde el empleo de perros para intimidar hasta las profanaciones del Corán, salieron a la luz tras la visita de Kenny, quien hizo ver que no había mucha diferencia entre Guantánamo y Abu Ghraib, la siniestra cárcel utilizada por el Pentágono en las afueras de Bagdad.
La revelación de la identidad de muchos de los prisioneros que mantiene Estados Unidos en la base naval reavivó el debate en torno al calvario indefinido de las personas recluidas allí, sin que hayan sido sometidas a juicio.
Transcripciones de testimonios de los detenidos muestran que la mayoría de ellos perdió la esperanza de ser algún día liberados.
«Estamos en una tumba aquí», declaró a su abogado Ahamed Abdul Aziz, quien desde hace tres años es mantenido tras las rejas.
El reo ha sido interrogado unas 50 veces, y ve muy lejana su ansiada libertad, pese a no existir cargo alguno en su contra, tal como ocurre con el 98 por ciento de la población penal de la base.
Peor es la situación de Msihal Awad Sayaf Alhabri, cuya nacionalidad no se precisa.
El prisionero presenta un daño cerebral grave, consecuencia de la falta de oxígeno sufrida al intentar suicidarse en enero de 2003.
Los testimonios fueron divulgados en el sitio en Internet del Pentágono, tras el reclamo de medios de prensa que exigían fuese difundida ante la opinión pública la identidad de las más de 500 personas apresadas.
Sobresale el caso del campesino pakistaní Abdur Sayed Rahman, arrestado en su granja y tildado de ser miembro de la organización Al Qaeda.
«Yo soy sólo un criador de pollos en Paquistán», declaró ante los interrogadores el reo, quien todo indica fue confundido con Abdur Zahid Rahma, un ex alto funcionario de Afganistán en época del gobierno Talibán.
También impactó la amarga experiencia del saudita Muhammed al-Utaybi, de 26 años, quien estudiaba arte cuando decidió viajar a Paquistán, donde fue arrestado.
Hace pocos días, el abogado Thomas Wilner, defensor de seis prisioneros kuwaitíes, denunció que sus clientes llevan cuatro años detenidos, sin que hayan sido presentados ante un tribunal.
En un artículo de su firma en el diario Los Angles Times, Wilner aseguró que le tomó dos años y medio recibir autorización para acceder a la base.
«He visitado 11 veces la instalación en los últimos 14 meses, y lo que he presenciado es un cruel y espeluznante infierno de hormigón y alambres de púas que se ha convertido en la pesadilla diaria de las personas en prisión, sin cargos ni juicio durante más de cuatro años», afirmó.
Los expedientes del Pentágono sobre los seis prisioneros kuwaitíes representados por Wilner revelan que ninguno fue capturado en el campo de batalla ni acusado de participar en actividades hostiles contra los Estados Unidos.
Todos fueron detenidos por caudillos paquistaníes y afganos, y entregados a Estados Unidos por recompensas que oscilan entre cinco y 25 mil dólares, según confirmaron medios de prensa estadounidenses.
Wilner constató que en las fichas de los detenidos sólo aparecen endebles acusaciones o habladurías que cualquier tribunal desestimaría.
El expediente de uno de los prisioneros señala que fue visto hablando con dos supuestos miembros de Al Qaeda un mismo día, pero en lugares que están a miles de kilómetros de distancia.
En otro caso se citó como evidencia que el reo portaba un reloj Casio, similar al «utilizado por muchos terroristas». Sin embargo, ese mismo modelo era llevado en su muñeca por un capellán militar en la prisión de Guantánamo.
Los abusos contra los prisioneros quedaron más al descubierto a inicios de marzo pasado, tras reconocer funcionarios del Departamento de Justicia que los reos son amarrados para alimentarlos por la fuerza.
Al comparecer ante un tribunal, los abogados del gobierno admitieron que los detenidos que toman parte en la huelga de hambre en ese enclave, son fijados con grilletes a las llamadas «sillas de compostura», para ser nutridos con gruesas sondas.
Las evidencias salieron a flote, luego que la defensa del prisionero yemenita Muhamed Bawazir apelara a una corte de distrito en Washington por tales abusos.
El abogado Rick Murphy pidió a un juez federal que suspendiera inmediatamente el uso de métodos agresivos para obligar a los prisioneros a nutrirse.
Murphy dijo que su cliente fue sometido a «un ritual diario de dolor y humillación» para detener su ayuno.
Bawazir, de 26 años, quedó inmovilizado en la silla de compostura durante dos horas y media para ser nutrido por la fuerza. Los alimentos le causaron diarreas y vómitos, incluso defecó y se orinó encima.
«El Gobierno decidió provocarle dolor a Bawazir de forma sistemática para obligarle a abandonar su huelga de hambre… porque la huelga de hambre no era conveniente», denunció Murphy, quien pudo ver de cerca el infierno de rejas y hormigón donde su cliente ha sido obligado a vivir.
Por: Enrique Torres. El autor es Jefe de la Redacción de América del Norte de Prensa Latina.
La Habana, 3 de abril 2006
Prensa Latina , 0, 109, 7