La gaviota no pudo hacer nido este verano cuando volvió a casa para tomar reposo de una fatigosa batalla que desde sus comienzos le fue tan dura y heroica como su misma vida, pero que libró con una tenacidad y dignidad sorprendentes.
Es un poco complicado, pero allí donde los médicos luchan por salvarte la vida, la muerte es más percibida que en otra cama, y eso espanta.
La chipionera quería su casa y los suyos junto a ella, tratando de vivir siglos en cada minuto de un tiempo que se le gastaba como pastilla de jabón.
Para ella, como repetiría, cada amanecer era ahora un regalo, un suceso, un color y olor nuevos, diferentes, que curiosamente le hacía palpitar en un disfrute pletórico pero contradictorio al que sentía pánico en lo más profundo de su ser.
Pálida, sin que los afeites de la siempre presumida chiquilla de Chipiona pudieran ocultar los estragos de una insuficiencia hepática nunca superada que echó otros problemas donde no cabían más, María del Rocío Trinidad Mohedano Jurado quería embriagarse de la acuarela de su vida y de sus sueños.
Pensaba que la policromía de sus ilusiones y la luz de su esperanza podrían abatir la anemia, el agudo incidente hepático y ciertos sangramientos que no cedían terreno al tratamiento contra el pertinaz cáncer de páncreas que la atenazaba de forma inexorable.
Su vía crucis comenzó a mediados de 2004, cuando le fue detectado el tumor. El 3 de agosto de ese año fue operada de urgencia y ese mismo día empezó su gran batalla por la vida.
La entrañable Lady España 1968 y Lady Europa 1969 no le ocultó a su público el gran peligro que la acechaba. Como una gladiadora, anunció su decisión de enfrentar los leones.
Casi convaleciente y sin reponerse de la mala noticia, regresó al escenario y cumplió compromisos dentro y fuera de España, tratando de ganarle tiempo al mismísimo tiempo como si algo así fuese humanamente posible.
Pero lo intentó, y los finales de 2004 la vieron a lomo de ese potro malévolo tratando de dominarlo con las bridas de la esperanza y ese temperamento que transmitía tanto vigor y ánimos hasta al más pusilánime.
Ese amor a la vida le daba a su timbre de oro y fortaleza escénica una connotación y belleza superior a la apreciada por los peritos cuando en 2000 la proclamaron en Nueva York la mejor voz femenina del siglo XX.
Esa justa gloria se la habían dado piezas antológicas como «Si Amanece», «Lo siento, mi amor», «Mi amante amigo», «Si te habla de mi», o su esplendoroso álbum «Como una ola», en el que figuran también «Dónde estás, amor», «Paloma brava» y «Punto de partida».
En los momentos postreros, aquella ave fénix conmovió a España con una impresionante gala el 1 de diciembre, en la que se la vio esplendorosa, vital, idolatrada, junto a ilustres intérpretes que cantaron con ella o la saludaron en directo desde todas partes del mundo.
Jamás se vio a una mujer tan entregada y feliz. Esa noche nadie, ni ella misma, pensó en el desgraciado e inoportuno cáncer. Pero el esfuerzo fue extremo. Era su despedida de las tablas, el último eco de su inmaculada voz.
En enero ingresó para una revisión en el oncológico de Texas y desde entonces ya no le fue posible ser ella misma. María del Rocío Trinidad, la hija de zapatero gaditano y ama de casa con alma gitana, claudicó cinco meses después.
Los vuelos de sus vestidos han caído y la cola de sastrería de mercadillo o de gran tijera con la que atavió de lujo la copla, ya no siguen el contorneo de su voluptuoso cuerpo. Chipiona llora y sus lágrimas humedecen, como una ola, todo el planeta.
Por: Luis Manuel Arce desde Madrid
Madrid, 2 de junio 2006
Prensa Latina , 0, 64, 9