Transformar a Chile en una potencia agroalimentaria mundial significa la confluencia de, a lo menos, cuatro esfuerzos enormes y complementarios Primero, del Estado vía los Gobiernos con sus programas y normas correspondientes; segundo, el empresariado productor, generador de las materias primas; tercero, la investigación, tecnología e innovación y, finalmente, la formación de cuadros profesionales en los ámbitos involucrados.
Durante los últimos años, indudablemente que nuestro país ha avanzado mucho en este intento. Los TLC firmados por los diferentes Gobiernos, el esfuerzo exportador de los agricultores y varios otros factores que han permitido realmente conquistar mercados más rentables.
Sin embargo, si queremos transformarnos en una potencia en el aporte de alimentos al mundo en forma estable y por mucho tiempo, tenemos que apresurarnos en el logro de aspectos sustantivos que se nos están quedando atrás. Concretamente, el trabajo en red de los agricultores.
Cuando se trata de trabajar en red, no se hace referencia a las tradicionales asociaciones de productores, que existen en la gran mayoría de las regiones, donde cada uno de los agricultores participantes trata de beneficiarse individualmente y coyunturalmente de algún beneficio específico. Un precio adecuado para sus insumos, un precio de venta razonable para sus productos, una posible nueva oportunidad de negocio, alguna novedad tecnológica, etc.
El trabajo en red significa estar conectados y coordinados no solo los agricultores entre sí, sino conectados con los abastecedores de insumos, con los procesadores de los productos, con los centros de estudios e investigación existente en la zona, con los centros de capacitación en las materias involucradas. En otras palabras, significa, estar organizados para un trabajo más amplio, que no solo debe repercutir en el progreso de cada una de las empresas agrícolas, sino que también en el desarrollo del sector territorial donde se encuentran estos actores.
Hoy día, los agricultores chilenos ven a sus pares como competidores, siendo que deben verlos como aliados. Igual pasa con los otros actores de la cadena de valor. Abastecedores, transportadores, procesadores, compradores, etc. El buen negocio es aquel en que todas las partes quedan satisfechas.
Los agricultores en red pueden enfrentar sus debilidades en mejor forma que independientemente. Un solo packing diseñado adecuadamente puede prestar servicios a muchos predios, al igual que un pool de maquinaria. Un estudio de niveles tecnológicos o nuevas variedades puede ser de utilidad múltiple en el área de operación. Un software diseñado especialmente para un sistema de registros operados en línea permite comparar diversas situaciones e incorporar correcciones. Un convenio con alguna universidad permite realizar estudios e investigaciones en función de las reales necesidades de los productores o capacitarse en materias propias de sus gestiones empresariales.
Un trabajo común bajo la forma descrita, potencia la actividad agrícola y le permite manejar variables que incluso le permiten influir en mucho mayor grado con el resto de los actores de la cadena de valor. Organizados así aumenta el interés de sentarse a la mesa de negocios a los abastecedores de insumos, a las plantas agroindustriales, a las universidades, etc.
En definitiva, si el empresario agrícola quiere incorporarse al mundo globalizado y apuntar a la conquista de los mercados más rentables del mundo, debe visualizar su predio como parte de una red de trabajo conjunto en la localidad en que se ubica.
Por: Hugo Ortega T. El autor es Director
Escuela de Ingeniería en Agronegocios
Universidad Central. Colaborador de Crónica Digital.
Santiago de Chile, 3 de julio 2006
Crónica Digital
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