¿LAS RELIGIONES CONTRA DIOS?

El tras­unto en materia social siempre es más o me­nos el mismo: predominio, envidia, ambición, in­triga, mentira, tergiversación, ma­niobra. Esto es lo que hace que cada vez nos im­porte me­nos qué motivó este hecho, qué dio lugar a él, quié­nes intervinieron, cuál es móvil y qué se pretende con ello. Al final todo se reduce a dominación y a lucro.

Dicho lo anterior, hay muchas diferencias formales entre la religión islámica y la cristiana. Sin embargo en las de fondo, apenas alguna. Y entiendo por fondo, eso que en filosofía se llama “esencia” o lo que “es en sí”. En realidad ninguna religión instituye principios disolventes; ni individuales ni so­ciales. Ninguna dice: mata a otro, destruye tu sociedad, agota las canteras, arrasa la selvas o vacía los mares de sus frutos. Todo lo contrario. Todas intentan ayudar a la de­bilidad flagrante del ser humano. Sin embargo, a pesar de su empeño y principalmente las monoteístas, no hacen más que aportar miseria tras mise­ria. La paradoja está en que para adorar a Dios, a un Dios eventual, improbado e impro­bable, no es preciso vocearlo, menos agitar al mundo con la convicción, y menos arremter contra el prójimo, y menos matar en su nombre.

Bueno, admitámoslas. Todas las religiones van a parar a lo mismo: a facilitar el equilibrio, a ayudar a los seres humanos y a la sociedad a que pertenecen a doblegar su lado perverso y su inclinación a causar perjuicio. Colaboran a que el ser humano compense el instinto de la propia supervi­vencia con el ajeno. Todas concilian logos, razón pura, y razón práctica, sobrevi­vir. Pero son hom­bres quienes las administran, y como tales, no hacen más que despropósi­tos.

Por consiguiente entre el Islam y la Cristiandad no hay más un montón de diferencias rituales, formales, concep­tuales. Pero conceptuales sobre lo accesorio, no sobre lo fundamental. Y desde luego la religión cristiana y las disci­plinas que la componen para su innecesario estudio: teolo­gía, apologética, teodicea, etc encierran a menudo tantas con­tradicciones entre sí como exégetas se dedican a inter­pretarlas.

Pero no podemos, sin vol­vernos locos, disociar los razo­namientos de papas y expertos en religión cristiana de la ló­gica formal, del len­guaje común y del metalenguaje aso­cia­dos a ella. Por consiguiente, en lo formal, en lo acceso­rio, en la cáscara que envuelve los preceptos mosaicos que se reducen a dos, tanto puede valer una cosa como otra, a me­nudo opuesta a ella si contrastamos lo dicho en el Anti­guo Testamento con lo dicho en la Buena Nueva. Y ello es en función de los tiempos, del lugar, de las modas, clima y ne­cesidades materiales de cada sociedad.

Pero desde luego no es posible refundar una religión como la cristiana prescindiendo de la constante paradoja, de los constantes vaivenes de concilios y de principios que en un momento histórico fueron concluyentes hasta desencadenar guerras intestinas en el seno de la propia iglesia cristiana o cristianas. De aquí viene el celibato impuesto de los chama­nes o el matrimonio consentido a los chamanes, la barraga­nía o la condena de la barraganía, la sexualidad como epi­centro o la caridad como norte. Son tantas las contradiccio­nes formales en cuanto se salen de la afirmación de la pura existencia de Dios (independientemente de otros aspectos innobles y ofensivos para la razón, como son indulgencias, inquisición, cruzadas) que más les valiera a los dirigentes eclesiásticos cristianos olvidarlo todo y renunciar de una vez a un pensamiento único sobre naderías. No puede haber una verdad absoluta, jamás ha existido ni existirá fuera de lo que le une a las demás religiones y de lo que tiene en co­mún con ellas y concretamente con el Islamismo.

Si está de acuerdo Benedicto XVI en que ambas religiones comparten los preceptos esenciales: el amor a Dios y a los demás seres humanos ¿a qué viene atizar desde el Vaticano una nueva guerra santa que no se distingue de la yihad? ¿Se ha apoderado del penúltimo papa el alma del diablo o la men­tecatez o la perversidad aliándose a quienes causan mayores males, más atrocidades, más muerte y destruc­ción, que son los dirigentes anglosajones y sus socios? Lo que no se puede es tomar el asunto religioso en el siglo XXI como una cuestión competencial y economicista propia de la repulsivamente mer­cantilizada concepción occidental.

Hay una circunstancia por lo menos llamativa cuya causa, origen y explicación no me interesa en este momento pues la atribuyo a lo que llamo aspectos formales. Y es el protago­nismo, como meros pacticantes, que en ambas religiones y li­turgias tienen hom­bre y mujeres. La musulmana, en este sen­tido, parece estar hecha para los hombres, mientras que los hombres en la cristiana pa­recen exclusivamente cada vez más circunscri­tos a proveer los puestos de la jerarquía y cuadros de mando. En los templos de la cristiana, y concretamente la ca­tólica, y concretamente en España, la presencia de los hom­bres es cada vez más tes­timonial.

Como el papa y sus acólitos están acostumbrados a la su­mi­sión dentro de ella de la mujer con su psicología dócil, debili­tada por la propia Iglesia, provoca una dife­ren­cial emocional dramática entre las consecuencias de los dis­cursos de los pa­pas y la respuesta de la religión contra la que arre­meten. No son mujeres las que braman armadas hasta los dientes, son hombres hechos y derechos los que braman por la indignidad. Aquí está la explicación de la imposibilidad de diálogo míni­mamente inteligible entre Cristiandad e Islam. Una visión fe­menina o feminoide de la vida y de la muerte, frente a una vi­sión viril, y si se quiere machista, de lo mismo.

En suma, estas recientes declaraciones de Benedicto XVI son propias de un malvado o de un cretino o de un botarate. Cualquiera de las tres posibilidades reducen lo que pare­cía una superior inteligencia, a escombros. Y además, todo tiene lugar en tiem­pos en que asoma el Anticristo. Y parece que la mayor di­versión que estos tiempos nos deparan, consiste en adivi­nar quién es o quién lo encarna.

Por: Jaime Richart de Kaosenlared

Santiago de Chile, 18 de septiembre 2006
Crónica Digital , 0, 87, 19

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MARIO BENEDETTI HABLA DE MARIO BENEDETTI

Lun Sep 18 , 2006
Mario Benedetti inventó la palabra desexilio cuando pudo volver a Uruguay, tras los años de plomo de la dictadura. Pero no hay una palabra que le quite la tristeza de verse solo después de sesenta años con Luz. Era su mujer y murió después de un grave y lento proceso de Alzheimer. Cuando nos sentamos con él, en su casa de Montevideo, se levantó de pronto, cruzó la sala donde recibe las visitas, fue hasta la estantería que hay junto a la computadora y vino con una fotografía que le acababa de traer su hermano Raúl. En la fotografía, los matrimonios de los dos hermanos. Luz murió y la esposa de Raúl está hospitalizada con la misma enfermedad (luego moriría). Cuando nos enseñó la fotografía, Mario comenzó a sollozar, así que cuando pudimos hablar de nuevo, sobre él pesaba la sombra de una tristeza a la que él ya no le ve final. Acaba de cumplir 86 años. Una larga vida de poeta, novelista, articulista, activista político. La policía militar de su país lo persiguió por el mundo –Buenos Aires, Lima, La Habana– para que cumpliera la condena de muerte implícita que pesaba sobre él. España fue su penúltimo refugio. En Mallorca vivió años muy felices, lo dice él, y en Madrid se hizo con casa, amigos y esperanzas hasta que pudo volver. Fue entonces cuando inventó la palabra desexilio: acostumbrarse a vivir en el país que fue el suyo. En todas las partes sus recitales son como los de un músico de rock, en todas las ferias del libro le piden autógrafos como si fuera un actor de cine, y muchos músicos –Viglietti, Serrat, Tania Libertad– hicieron de sus poemas música de amor y de resistencia. Muestra momentos de cierta felicidad, pero está herido. La muerte de Luz fue un tremendo mazazo. Recordé a Benedetti en Madrid, un día después de una de las operaciones que lo tuvieron postrado hace años. Le llevábamos los diarios para que cumpliera uno de los ritos principales de sus mañanas. Uno de esos amaneceres lo vimos desmejorado, sin afeitar. “Tienes que afeitarte, Mario; así pareces más enfermo.” Al día siguiente volvimos y preguntó como un adolescente “¿No decís nada? ¿No has visto que me he afeitado?” Esa combinación de tristeza e ironía, y de ingenuidad a veces rabiosa que hay en sus versos y en su vida, es la música que debe sonar de fondo cuando se lo oye hablar. –¿Cómo eran sus padres? –Había un gran desnivel cultural entre ellos… Mi padre era químico y enólogo, y mi madre casi no había acabado la primaria. Mi madre era bastante caprichosa, no se llevaron bien. Mi padre era un tipo muy inteligente, generoso, buena persona. Y como profesional era excelente. –¿De dónde le venía esa relación con el vino? –Era químico, farmacéutico; cuando acabó su carrera era soltero, y era complicado para él conseguir trabajo. Le dijeron que a lo mejor en el interior del país podía ingresar como químico en alguna farmacia. […]

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