HECHOS Y VALORES: A PROPÓSITO DE LA “PASTILLA DEL DÍA DESPUÉS”

Hoy nos vemos enfrentados a hechos que pueden gustarnos o no, que valoramos o no valoramos, que aceptamos o rechazamos. ¿Cómo funciona este mecanismo de aceptación o rechazo?. ¿Es una cuestión ideológica o, meramente racional y/o empírica?

La aprobación por la Agencia Española del Medicamento Levongestrel o comúnmente llamada la “Píldora del día Después” (PDD), y su comercialización, es un hecho, que a muchos no ha gustado y, ha desatado discusiones en nuestro país desde diversas posturas ético-valóricas. El uso de la PDD, al obstaculizar el desarrollo del embrión humano, conlleva un fuerte contenido ético tanto para el médico que la receta como para la mujer que la utiliza y, ello reproduce dos elementos: Uno en el área de la ética biológica, otro, en el área de la ética profesional. Desde el punto de vista ético-biológico consiste en saber qué es lo que ocurre en el organismo de la mujer y, en el factor ético-profesional, analizar, desde los principios deontológicos, el respeto por las personas y sus convicciones ideológico-morales.

Los hechos como base de nuestro conocimiento de la realidad.

Hay hechos y hay valores, de esto no cabe la menor duda. Los hechos son datos de percepción. Los hechos se ven, se tocan, se huelen. Es decir, un hecho es todo lo que resulta mediata o inmediatamente perceptible.

La ciencia se interesa fundamentalmente de los hechos. Eso es lo que hizo pensar a los Positivistas del siglo XIX, particularmente a Comte, que la ciencia debe estar constituida por hechos, y solo por hechos, teniendo claro que los errores en el conocimiento se deben siempre a un erróneo manejo de los hechos. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. Esto lo vio con toda claridad uno de los filósofos que más a contribuido a esclarecer la idea de hecho, el escocés David Hume. De él proviene la expresión que con el tiempo ha llegado a hacerse típica, cuestión de hecho.

Los hechos, piensa Hume, proceden de las sensaciones que tenemos, de los objetos exteriores. Estas sensaciones son los datos primarios de nuestro contacto con la realidad y en tanto que tales son siempre verdaderos.

Es necesario distinguir lo que es sensación y por tanto lo que viene dado por el contacto con la realidad exterior, de lo que proponemos nosotros. La sensación es una percepción viva y fuerte. Ella suscita en nosotros emociones y sentimientos, que también se caracterizan por ser vivaces y fuertes. De ahí la felicidad con que acabamos identificando la sensación con la emoción y trasponiendo a aquélla lo que es exclusivo de ésta.

Las emociones son siempre positivas o negativas, de agrado o de desagrado, de amor o de rechazo, resultado que al final la razón acaba elaborando juicios de aprobación o reprobación de esas cosas o situaciones. Todos tenemos la tendencia, precisamente por la viveza de las emociones a considerar que esos juicios de valor son completamente objetivos y, por tanto, que las cosas son en si buenas o malas, que hay unos predicados en ellas que la hacen realmente buenas o malas. Esto es, según Hume la génesis de la conciencia moral.

Tan importante es este mecanismo psíquico que hace que no percibamos lo real sino a través de la representación. Esta imagen mental se proyecta e identifica con la realidad exterior en el acto de la percepción, pero se desdobla y deviene fantasma en el acto de la rememoración. ¿Cuál es la implicancia de todo esto?

Enfoque Bioético y Filosófico

Debemos destacar que el concepto persona, en el que se centra gran parte de la argumentación ética, es un concepto filosófico que trasciende el ámbito de la ciencia propiamente tal; sin embargo, para abordarlo con el debido rigor, la filosofía debe, necesariamente, tomar en consideración los datos aportados por la ciencia actual, en especial por la biología, e interpretarlos de acuerdo a su especial perspectiva.

Por otra parte, los principios de la bioética que se remontan hasta los comienzos de la tradición ético – filosófica y religiosa, expresan lo que podría considerarse como el núcleo valórico-moral de nuestra cultura. La bioética intenta que ellos puedan ser universalmente aceptados y aplicados a la solución de conflictos morales. Algunos principios a considerar en el análisis:
El principio de autonomía: define el derecho de toda persona a decidir por sí misma, con conocimiento de causa y sin coacción de ningún tipo. El principio de beneficencia: define el derecho de toda persona de vivir de acuerdo a su propia concepción de la vida buena, a sus ideales de perfección y felicidad. Determina también el deber de cada uno de buscar el bien de los otros, no de acuerdo a su propia manera de entenderlo, sino en función del bien que ese otro busca para sí. El principio de no – maleficencia: es el derecho de toda persona a no ser discriminada por consideraciones biológicas, tales como raza, sexo, edad, situación de salud, etc.

De ahí , si en el óvulo fecundado ya estuviera presente una persona humana, como plantea la jerarquía de la Iglesia Católica, impedir su nidación, lo que eventualmente podría ser uno de los efectos de la píldora del día después, contravendría el principio de no – maleficencia; éste, al igual que el principio de justicia, corresponde al ámbito de los «mínimos» morales, del «bien común», o de «deberes perfectos»; vale decir, al ámbito regido por principios que nos obligan a todos por igual y cuyo cumplimiento puede ser impuesto, incluso coactivamente a todos los miembros de una sociedad pluralista.

Por el contrario, si antes de la anidación se trata de células humanas que aún no alcanzan la sustantividad mínima que permite el logro de la individualidad, el respeto que se les debe caería en el ámbito de los «máximos» morales, regido por los principios de autonomía y beneficencia que definen «deberes imperfectos»; esto es, que pueden ser aconsejados y promovidos, pero no impuestos en el contexto de una sociedad pluralista.

Vale decir, el hecho de que antes de la anidación no se pueda hablar de persona y, por lo tanto, no rija el principio de no – maleficencia, no significa que en lo que respecta al embrión no tengamos obligación alguna; la beneficencia nos exige respetarlo y cuidarlo.

Por consiguiente la definición de píldora del día después como anticonceptivo resultaría, en sí misma, éticamente adecuada; pero no lo sería en cambio, la exigencia de receta retenida para su expendio; ella implicaría, por una parte, una contradicción entre la tramitación exigida y el carácter de emergencia que justifica su uso, lo que podría desembocar en una discriminación contra las personas que concurren a los servicios de salud pública y, por otra, supondría una contravención al derecho de autonomía.

Si consideramos ahora desde el punto de vista ético los aspectos de procedimiento, creemos que resulta evidente la necesidad de considerar los planteamientos de la ética discursiva en lo referente al establecimiento de normas que puedan aspirar a la validez universal, en la medida que surgen del consenso alcanzado en un discurso práctico y racional, en el que participan todos los que se verán afectados por las consecuencias de su aplicación.

Desde el estudio filosófico, la conciencia se manifiesta como un fenómeno de magnitud histórico-social, y se transforma para ella en un problema fundamental, cuando el problema del ser y la conciencia adquieren principal relevancia. La filosofía, o ética médica, por su parte cohabita con la relación médico- paciente. De ahí que las discusiones sobre bioética resaltan la responsabilidad del médico, no el papel del paciente en la prevención del riesgo clínico.

La Medicina y la Filosofía no se excluyen. Vida y Muerte, Sufrimiento y Felicidad, son categorías fundamentales de lo Humano. Por tanto ambos saberes del conocimiento contienen indistintamente métodos propios de la filosofía y la medicina. La medicina está orientada por principios éticos propios de la filosofía, a saber, “hacer el bien” y “no el mal”. A su vez, comprende diversos conceptos metafísicos, como el lugar que ocupa el hombre en la naturaleza, su relación con lo divino, la salud y la enfermedad, el diagnóstico, los factores de riesgos y las terapias.

Por su parte la religión siempre ha estado interesada por los problemas propios de la medicina. Es así que, la enfermedad ha sido considerada como la existencia del pecado en el mundo.

En las antiguas legislaciones no castigaron al aborto. En la Grecia antigua, donde se consideraba que el feto no tenía alma, Platón manifestó en su obra “La República”, que el aborto debería prescribirse en caso de incesto o cuando los padres fueran personas de edad. En tanto Aristóteles y otros filósofos, lo recomendaron como fórmula para limitar las dimensiones de la familia. En esta época se consideraba al feto como parte de la madre, y era ella quien podía disponer al arbitrio de su cuerpo.

El cristianismo se instaló con una apreciación rigurosa sobre este sentido, tanto es así que 200 años después de Cristo, se promulgaron medidas rigurosas contra la mujer sujeta a esta acción, incluyendo la pena de muerte, castigos corporales y el exilio.

El deseo infinito de conocimiento, el deseo imperativo de verdad, es sin duda el motor más poderoso de la aventura del conocimiento. La búsqueda de la verdad encuentra, las más de las veces, una cosa distinta de lo que se buscaba.

Las llamadas cuestiones de hecho son complejas. Como sabemos, sobre toda sensación se monta necesariamente una emoción. Esto significa, que no hay datos de sensación puros, sino que todos son siempre base o soporte de reacciones emocionales.

No podemos percibir nada que no sea inmediatamente apreciado o despreciado, estimado o desestimado, valorado positiva o negativamente. De lo que resulta que nunca hay puros hechos, que la pretendida pureza del hecho es una utopía, y que todo dato de percepción va siempre acompañado de uno o muchos fenómenos, estimación o valoración. En consecuencia, las cuestiones de hecho son, de dos tipos o momentos necesarios e ineludibles: uno sensoperceptivo que podemos denominar hecho y otro estimativo o emocional que denominamos valor. No hay valor sin hecho ni hecho sin valor, por más que estas dimensiones sean lógicamente diferenciables. Sin valores, los hechos son inoperantes, y sin hechos los valores son ciegos.

Modo de gestión de los Valores

Lo valores no se dan nunca aislados sino que forman matrices orgánicas que denominamos culturas o tradiciones. Estos complejos axiológicos no solo articulan valores, sino también modos distintos de gestión de los valores. El modo de gestión de los valores tiene que ver muy directamente con la ética, ya que ésta no es otra cosa que la realización de los valores positivos y la evitación de los negativos. Toda cultura o tradición es un entramado de valores, y una ética, es decir, un modo concreto de organizar su gestión y realización. La historia de la ética no consiste sólo en los cambios de estimación que generan cambios parejos en las decisiones de optimización, sino también en los cambios en el propio proceso de gestión de los valores. ¿Cómo ocurre?
Hay un modo de gestión de los valores que podemos denominar tradicional, ha sido el mas clásico. Se ha tratado de una gestión heterónoma: qué valores hay que realizar y cómo hay que realizarlos. ¿Lo manda alguien exterior al propio sujeto?. Puede ser Dios directamente, mediante sus representantes los sacerdotes o, a través de las obras de Dios. Esto ha hecho que la gestión tradicional de los valores y de las obligaciones morales fuera mayoritariamente teológica.

Ellos afirman qué cosas son mandatos de Dios, por tanto tienen carácter de absoluto.
El gran reto de la filosofía, desde sus mismos orígenes fue secularizar la gestión de los valores. Se trató de una revolución cruenta.

De hecho por eso murió Sócrates. Se trataba de hacer pasar la gestión de los valores, y por tanto la conducta ética, de las manos de los sacerdotes a la de los filósofos, y en consecuencia racionalizar la moral. A partir de entonces los criterios habrían de ser estrictamente racionales, y por tanto autónomos donde el tribunal para la determinación de los actos en tanto que buenos o malos debía ser del propio individuo, a través de la facultad específica de los seres humanos: la racionalidad y la conciencia.

En un principio pudo parecer que este cambio iba a ser fácil, pero no fue así. De nuevo tenemos que recurrir al recuerdo de Sócrates. El intento de racionalizar la ética, se vio pronto como una provocación que atentaba contra los propios cimientos del orden establecido. Y lo era; por eso suscitó todo tipo de reacciones. En los primeros momentos, llenos de confusión, los filósofos suplantaron claramente el papel de los antiguos sacerdotes. Pronto reaccionaron éstos y fueron poco a poco recuperando el terreno perdido. La Edad Media es buena muestra de ello. La ética pasa de nuevo a ser cuestión teológica más que filosófica. Y ello no solo en el mundo cristiano, sino también en el árabe y el judío.

A fines de la Edad Media se produce otro proceso revolucionario. Ahora no es ya contra la vieja gestión tradicional realizada por los sacerdotes egipcios, mesopotámicos o los propios griegos, sino que se trataba de liberar la ética de un sacerdocio mucho más racional, que había aprendido de Grecia a dar razón de sus propias creencias bajo la forma de teo-logia. Por tanto, de lo que ahora se trataba era de liberar la ética de las manos de los teólogos. Esto es lo que se entendió por secularizar.

Si la hazaña socrática fue la de la racionalización de la ética, al final de le la Edad Media, se produce otra no menor, que buscaba su secularización. Se trató de un nuevo proceso revolucionario. Se inicia a partir de la segunda mitad del siglo XIII y sobre todo del siglo XIV. El ámbito de su escenario fue el político. Fueron movimientos de oposición a la doctrina política que durante siglos habían venido construyendo los teólogos y defendido por los Papas.

Había también que secularizar la política para convertirla en una disciplina estrictamente racional. Surgen así, las ideas de: la separación de la Iglesia del Estado, la tesis de la soberanía popular frente a la del derecho divino., etc. A partir de entonces, y a lo largo de un trabajo de siglos, se irá elaborando la doctrina político liberal, basada en la teoría de los derechos civiles y políticos de todos los ciudadanos, a consecuencia de ello se logra instaurar la idea de la libertad de conciencia que terminaba exigiendo la neutralidad axiológica del Estado.

Esta revolución conceptual, filosófica y ética, que en los libros de historia se conoce con el nombre de revolución liberal y que correspondió a la primera oleada de los derechos humanos que se refieren a los políticos y de conciencia fue tan importante para la humanidad en general, que a partir de ello se inició un nuevo período de la historia de los pueblos, la llamada Edad Contemporánea. Hubo una segunda oleada de los derechos de las personas que apuntó a los derechos sociales y a la redistribución de la riqueza que fracasa al desaparecer el bloque socialista.

Al comienzo de la Edad Contemporánea, se produce otro proceso revolucionario de consecuencias impredecibles. Se trata de otro proceso de secularización, de aquel que quedo pendiente con la Iglesia. Recordemos que la Iglesia fue derrotada en el plano político, ya no hay reyes de origen divino y, fue derrotada en la esfera ideológica, ya no hay valor absoluto impositivo Hoy tenemos libertad de conciencia y autonomía, solo queda un último nivel en la que la Iglesia aun ejerce su dominio, es en el plano axiológico, es decir el de los valores.

Es otro proceso de secularización, por tanto, de autonomización de un espacio ético moral respecto de la teología. Ya no se trata del espacio político, que fue el primero en liberarse de lo teológico, sino del espacio corporal. Ahora no se trata de la gestión de la cosa pública, sino de la gestión del cuerpo.

La ética de la gestión del cuerpo ha estado directamente en manos de los teólogos hasta hoy y, como sucedió al comienzo de la modernidad, la emancipación se está consiguiendo al precio de condenas y debates. Ni aquella fue fácil ni ésta promete serlo. Solo que se impondrá por que viene con los tiempos. Es la evolución de la conciencia colectiva. Pero aún falta que esa masa crítica se incremente con las próximas generaciones.

Los hombres del siglo XXI han comenzado a exigir capacidad de gestión sobre su propio cuerpo, y por tanto sobre su vida y su muerte. El ejemplo más claro de esta se halla en la esfera de la sexualidad. La teología clásica identificó rigurosamente sexualidad y reproducción, y consideró que era función del Estado tipificar como delito cualquier actuación en contrario.

Al individuo se le niega autonomía para gestionar su vida sexual, lo mismo que varios siglos antes se le había negado capacidad para hacer oír su voz mediante el voto en las grandes decisiones políticas. La tesis de que se partía era la misma, que al conceder libertad es esa área, había de conducir necesariamente al caos y al libertinaje, y que por tanto los seres humanos no eran capaces de autogobierno racional y moral. A la postre un abuso antropológico.

No se trata sólo de que han cambiado algunos valores. Esto es obvio. Se trata también, y principalmente, que se ha transformado el modo de gestión de algunos de ellos, de muchos de ellos; en concreto de los más relacionados con el cuerpo, y por tanto con la vida y con la muerte. Esto es lo que está haciendo cambiar el modo de ejercicio de la medicina, y lo que permite entender en su justa medida novedades que desgajadas de este contexto carecen de todo sentido, como son las apariciones y códigos de derechos de los enfermos, el descubrimiento del derecho al consentimiento informado, la instauración de los testamentos vitales, la reproducción, fertilización asistida, la Pastilla del día Después, etc.

Se debe llegar es a un importante rearme moral. Precisamente cuando la autonomía crece y el espacio de decisión se torna más amplio, es necesaria una mayor sensibilidad moral. Y esto es lo que explica, a mi modo de ver, el nacimiento de una ética de la responsabilidad, en que la autonomía decida la conciencia de sí. La bioética ha surgido, porque tenía que surgir, y ahora que los individuos comienzan a tener capacidad de gestión sobre su propio cuerpo, es obvio que han de afinar su conciencia moral. Ya no basta con la simple obediencia, es preciso arriesgarse. Ello exige mayores conocimientos y habilidades, exige lo que ha sido la característica de la ética desde sus orígenes en la filosofía griega, prudencia, mucha prudencia.

En la actualidad se van colocando a la fila para entrar en este proceso, la eutanasia, las células madres, el derecho a la sexualidad con opción personal, el aborto bajo ciertas condiciones, los trasplantes y la experimentación biológica con fines terapéuticos.

Lo más bello de todo esto, no es entender todo lo dicho, sino tener conciencia de que esto ocurre mientras yo estoy vivo y tengo la oportunidad de hacer algo por esto.

Por Sergio Aliaga Matus Prof. Teoría de la Ciencia / Universidad de Chile

Artículo publicado en el Edición Especial (agotada) de la revista “Reflexión y Liberación” Nº 71 / Dic. De 2006

Santiago de Chile, 8 de enero 2007
Crónica Digital, 0, 104, 8

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