El sistema cuya base es un muy buen negocio para cinco personas, incluyendo a los Navarrete, Navarro (Sonda), Zamorano y Marinakis, ha dejado en evidencia la ignorancia de un sistema de transporte que peca de autoritario, inculto y falto de participación ciudadana.
La Ley 19.284 para la Integración Social de las Personas con Discapacidad, instrumento legal que presenté al Gobierno junto a otros dirigentes primero en 1988 (sin respuesta) y luego en 1990 a Patricio Aylwin y que fue aprobada después de cuatro años en el Congreso, dice claramente que cada nuevo medio de transporte debe considerar accesos especiales para personas con discapacidad, lo cual Transantiago derechamente no cumple.
Un dato relevante se refiere a una encuesta realizada a 400 personas con discapacidad física y sensorial (visual y auditiva), que demostró que las personas con discapacidad realizan un promedio de 2,97 viajes diarios. Sin embargo las promesas del Transantiago en cuanto a accesibilidad para las personas con discapacidad, quedaron solo en eso: promesas.
El día de la flamante puesta en marcha, no tuvimos que esperar mucho tiempo para constatar en terreno la enorme diferencia entre el discurso de un par de Ministros y la decepcionante realidad. Los buses que salieron a las calles luciendo nuevos colores en sus carrocerías, esos que le iban a cambiar la cara a Santiago, son los mismos buses amarillos, antiguos, sucios y grasientos a los cuales el Estado nos tiene acostumbrados. Solo se les ha cambiado la pintura externa.
El Transantiago es una gran mentira. Se dijo que era un sistema de transporte accesible para las personas con discapacidad, lo cual en la práctica ha resultado penoso hasta las lágrimas. Hasta las lagrimas, porque seguimos viendo con impotencia llorar a varias madres de jóvenes en sillas de ruedas o no videntes que intentaban hacer parar los buses; estas latas humillantes, sucias, repletas y ruidosas que hoy ni siquiera llegan a destino.
Para llegar de un lugar a otro de la capital chilena, ahora hay que subir y bajar de estos camellos (o zorrillos) al menos tres veces para cambiar de bus, sin considerar las combinaciones con un Metro, inaccesible para personas con discapacidad, me refiero a las líneas 1 y 2. Es decir, si no eres delgado y atleta, si no aguantas la humillación de que el bus no te pare, si no eres capaz de pasar la famosa tarjeta electrónica por el sensor en dos segundos y luego pasar la prueba del torniquete. Si no te aguantas el llanto de impotencia no sirves, eres un estorbo, un problema social.
Hacemos un llamado para que los Ministerios y la Empresa Metro se eduquen en materia de discapacidad, que incorporen dentro de sus planes a las personas, a los ciudadanos, a las organizaciones no gubernamentales, a todos quienes pagamos nuestros impuestos para que los sistemas funcionen y no para que sean un fiasco. De lo contrario seguiremos prescenciando fracasos, uno tras otro.
¿Derechos humanos de las personas con discapacidad?. La verdad a nadie o a muy pocos les importa. ¿Accidentes, caídas de los buses o al metro por sobrecarga de pasajeros?; ¿personas con discapacidad a causa de caídas desde buses repletos?; ¿Choques?; ¿Desmayos o taquicardia por falta de oxigeno al interior de las latas motoras o en los vagones del metro?.
Este sistema considera que seis personas pueden utilizar a la vez, un solo metro cuadrado.
La danza de millones de pesos que le pagaron a Zamorano o los que se embolsó el grupo Ma-Na (Marinakis – Navarrete) sin duda que hubieran servido para mejorar en algo el sistema, calmar de algún modo el llanto de impotencia de las personas con discapacidad y sus familias y el grito de humillación de la población capitalina.
Lo cierto es que la planificación parece haber sido hecha por mentes desorientadas, carentes de criterio, seriedad, empatía y amor. Por mentirosos y audaces, que no dudan en estrujar el bolsillo del ciudadano común y transformarlos en sonidos Bip! que pagan por adelantado sus viajes, luego de solicitarles que mantengan cargadas sus tarjetas para acceder a los buses si es que pueden-. Negocio redondo para pocos, humillación para muchos.
La ciudadanía ya se siente explotada en sus trabajos, asfixiada por la grave desigualdad económica, por la corrupción política, la polarización ricos más ricos y pobres más pobres, por una sociedad que se ha puesto la meta de ser filial norteamericana o europea en América Latina, sin mediar respeto alguno por la diferencia, el medio ambiente y menos aun por los derechos de las personas.
Alejandro Hernández es experto en discapacidad y presidente de la Fundación Nacional de Discapacitados. Colaborador de Crónica Digital/ Mail: director@fnd.cl
Santiago de Chile, 14 de Febrero 2007
Crónica Digital
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