Los jefes, estados mayores y las tropas son entrenados en condiciones cercanas a las reales y nada prevenible es dejado a la espontaneidad. No puede ser de otra manera.
La planificación estratégica consume el tiempo, los recursos y el talento de los estados mayores, que sobre la base de la doctrina militar vigente determinan, entre otras cosas, los probables enemigos y escenarios y, en función de prioridades políticas y de seguridad, pasan a la fase de planeamiento. Todos esos procesos son realizados con excelencia profesional y bajo estricto secreto.
Los profanos no podemos tener idea de cuántas operaciones y variaciones son elaboradas y ensayadas, tanto en situaciones extraordinarias y como parte de la rutina, no sólo del Pentágono, sino de los estados mayores de las armas y servicios, los comandos regionales y las grandes unidades.
Cuando, como ahora, se trata de operaciones en teatros distantes con tareas combativas que suponen complejidades logísticas y riesgos excepcionales, las previsiones se extreman, entre otras medidas, se emplazan tropas en posiciones adelantadas para proveer seguridad al despliegue de las fuerzas principales. Una pieza esencial en un plan de esta escala son las medidas de cobertura y desinformación.
Todos los preparativos y las acciones son respaldados por una gestión de aseguramiento ideológico realizada por expertos en guerra psicológica que se utilizan para sus fines el formidable aparato mediático con que cuentan Estados Unidos y sus aliados. Esa sutil operación intentará predisponer favorablemente a la opinión pública y convertir la ignominia de la agresión en la gloria del Día D.
No hace falta decir lo mismo ocurre en el ministerio de defensa y los estados mayores de Irán y de todos los países que, incluso contra su voluntad, son involucrados en el contencioso. Nadie crea que los militares rusos, chinos, egipcios o yemenitas, miran a los celajes mientras el mundo truena a su alrededor.
Tal vez estamos en la víspera, ha comenzado ya la cuenta regresiva y nos aproximándonos al fatídico Día D, momento en que las tropas atacantes cruzarán la línea de no retorno.
No hay que hacer caso al diversionismo mediático que sugiere que se tratará de operaciones quirúrgicas, bombardeos asépticos sobre unas pocas instalaciones nucleares. Tales versiones son falsas y se destinan a ocultar las verdaderas proporciones de la operación y la tragedia que ella implica.
En consonancia con la doctrina militar imperante en los Estados Unidos, la idea de las acciones que prevalece en el Pentágono y la arrogancia de la administración, cuando Estados Unidos e Israel ataquen a Irán, lo harán con una fuerza abrumadora y letal para, con sucesivos golpes aéreos y bombardeos masivos, intentar neutralizar la capacidad de respuesta iraní, especialmente su fuerza aérea y las bases navales, los dispositivos coheteriles, los centros de mando y comunicaciones, así como las grandes unidades de infantería, artillería y tanques.
En su concepción óptima, la operación pudiera contar con varios ejes de ataque: la aviación y las instalaciones coheteriles con base en Irak, la aviación basificada en los portaaviones desplegados en el Golfo Pérsico y el Océano Indico, el fuego de los submarinos y grandes buques armados con cohetes Tomahawk, Pershing y Crucero con alcance de 2000 kilómetros y los bombarderos estratégicos que pudieran despegar desde bases en Europa o Estados Unidos.
El escenario más propicio para los agresores se formaría si Estados Unidos arrastra a la aventura a la OTAN y suma algunos de sus aliados en la región, alcanzando un clímax orgásmico si la ONU endosa la operación.
Siguiendo el guión, cuando las bombas y los cohetes impacten los primeros blancos, mediante un discurso preparado por expertos en guerra sicológica y manipulaciones mediáticas, Bush se dirigirá a la Nación y, con brevedad capsular, apelará a la patriotería y llamará a la unidad, exagerará los peligros que Irán representa, concluirá con un dramático pedido de oraciones a favor de los combatientes y demandará la bendición de Dios.
Por Jorge Gómez Barata
Santiago de Chile, 28 de Febrero 2007
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