MUJER, TRABAJO E INMIGRACIÓN

El país que dejó es uno en el que los servicios sociales, tal como eran, han sido drásticamente recortados.

Hay un refugio temporal en el país para las mujeres que escapan de la violencia que hospeda sólo a 15 mujeres. La policía es indiferente – y a veces hostil – a las mujeres en busca de protección de sus violentas parejas. Por consiguiente, las condiciones de fianza y las órdenes de alejamiento, que se supone deben proteger a las mujeres, son inefectivas.

Tras años de violencia, Margaret tomó la difícil decisión hace 10 años de dejar a sus 4 hijos con la familia y buscar refugio en Toronto. Obtuvo trabajo en un sector en el que los trabajadores sin estatus de “inmigrante residente” (el equivalente de residencia legal y derecho a trabajar en los EEUU) puede encontrar trabajo bastante fácilmente: el de la asistencia doméstica.

Ha trabajado como niñera de 6 niños y como cuidadora de ancianos. Trabaja ilegalmente en condiciones extremamente precarias. No tiene acceso a planes de pensiones, sanidad, descuentos farmacéuticos y no contribuye al plan de seguro para el desempleo. Cobra el salario mínimo. Si es sujeto de abuso por parte de su empleador no puede acudir a la policía ya que teme ser deportada.

Margaret está segura de los abusos de su marido, pero ha pasado de una situación de vulnerabilidad a otra.

La historia de Margaret puede ayudarnos a extender nuestra comprensión sobre algunas características de la inmigración. Cuando hablamos de trabajadores inmigrantes hay una tendencia a pensar en aquellos que dejan sus “pobres” países de origen para buscar trabajo y oportunidades en los países “ricos”. Pero los trabajadores inmigrantes en general provienen de países de ingresos medios. A menudo traen consigo un nivel de educación, un conjunto de habilidades y una historia laboral que indica que tenían relativamente buenos trabajos en sus países de origen.

Es más probable que la liberalización del comercio, más que la pobreza inmediata, hayan causado el deterioro de su situación hasta el punto que han decidido inmigrar. Además muchas mujeres migran porque piden relaciones más igualitarias y, frustradas por su imposibilidad de realizarlas, migran para encontrar una vida mejor. Margaret muestra la situación de una trabajadora inmigrante que viaja a Canadá no tanto por responder a las necesidades del mercado de trabajo como para escapar de la violencia de su propia vida.

Feminización de la inmigración

Es muy difícil generalizar sobre las características generales de la inmigración. En la mayoría de los casos los inmigrantes viajan al país rico comparativamente más cercano, preferiblemente uno con similitudes en religión, cultura y lengua.

En el 2000, las Naciones Unidas estimaron que alrededor de 140 millones de personas – aproximadamente el 2% de la población mundial – reside en un país en el que no nacieron. Era habitual que los hombres jóvenes fueran el grupo con más movilidad, pero en los últimos 15 -20 años ha habido un incremento significativo del número de mujeres que migran, fenómeno que ha sido descrito por varios observadores como feminización de la inmigración.

En la Unión Europea, por ejemplo, las mujeres inmigrantes ahora suponen aproximadamente el 54% de la inmigración. Entre 1950 y 1970 los hombres predominaban en la inmigración trabajadora del norte de Europa provenientes de Turquía, Grecia y el Norte de África. Desde entonces las mujeres han estado reemplazando a los hombres. En 1946, las mujeres eran menos del 3% de los argelinos y marroquíes viviendo en Francia; en 1990 eran más del 40%.

Se cree que la mitad de los inmigrantes en el mundo son mujeres. En 1984 las trabajadoras inmigrantes de fuera de la Unión Europea eran sólo el 6% de los trabajadoras domésticas. En 1987, este porcentaje ascendió hasta el 54% de las trabajadoras domésticas. La mayoría provenientes de Filipinas, Sri Lanka, Tailandia, Argentina, Colombia, Brasil, El Salvador y Perú.

A lo largo de los 90 las mujeres sobrepasaban en número a los hombres entre los inmigrantes que llegaban a Estados Unidos, Canadá, Suecia, Reino Unido, Argentina e Israel. En Canadá los inmigrantes provenían mayoritariamente del Caribe, Méjico, América del sur y central y también de Filipinas y Sri Lanka. En la costa oeste de Canadá los inmigrantes chinos son mayoría.

A pesar de su nivel de educación, las mujeres inmigrantes están mayoritariamente reducidas al trabajo doméstico en el que el estatus social es bajo, la protección social es baja, y los salarios son bajos. Tienen poca capacidad de decisión al tener permisos de trabajo temporales, si es que tienen algún estatus. Las madres que migran, incluso cuando pueden enviar ingresos a casa, no pueden arreglárselas para traer consigo a sus hijos.

El trabajo social reproductivo – hacerse cargo de los hijos, alimentar a la familia, mantener la casa – ha sido tradicionalmente trabajo de la mujer. Es todavía trabajo de la mujer pero algunas mujeres tienen ahora suficientes privilegios para poder pagar una mujer inmigrante que las reemplace.

Las mujeres trabajadoras inmigrantes, tengan o no estatus legal, forman la mayoría de trabajadores dedicados a cuidados y asistencia doméstica. Dudo de que esto sea lo que el movimiento feminista tiene en la cabeza cuando pide el reconocimiento del trabajo reproductivo del hogar y el pago por este trabajo. Alquilar a otras mujeres para realizar el trabajo reproductivo en condiciones de semejante explotación y devaluación sólo refuerza la opresión de género.

Mientras las mujeres en los países más ricos salen de casa para encontrar trabajo, el género de aquellas que las han reemplazado y las condiciones de trabajo no han cambiado. Las revistas de cotilleo discuten sobre el cambio de tendencia que supone un chico de asistencia, citando el caso de Britney Spires que contrata un canguro hombre. Con los mayores respetos para la revista People, ¡esto no supone cambio alguno!

Factores de impulsión y atracción

Hay muchas y complejas razones para la inmigración, algunas de las cuales son individuales. Pero hay factores sistémicos que impulsan a la inmigración y que atraen más mujeres a Canadá. El capitalismo crea diversas razones para que las mujeres dejen sus países de origen y al mismo tiempo produce las circunstancias en las cuales las mujeres son necesitadas en los países de “acogida”. Pero esto no fortalece una nueva era de independencia e igualdad para las mujeres del mundo.

De muchas maneras la migración de mujeres refuerza la desigualdad de género – la lucha por la igualdad de género requiere que este trabajo sea valorado, y desprovisto de las coerciones de género.

A lo largo de varias décadas, las mujeres en los países orientales paulatinamente han empezado a incorporarse a trabajos remunerados. Con una caída relativa de los salarios, la mayoría de familias necesitan al menos un doble ingreso. Las mujeres (y los hombres) trabajan más horas y en consecuencia tiene menos tiempos para el trabajo doméstico, el cuidado de los niños y al cuidado de los parientes mayores. Añadida a esta problemática del tiempo está la realidad de que a pesar de los progresos realizados por el movimiento feminista, los hombres no han tomado significativamente más responsabilidades en el trabajo doméstico y el cuidado de los niños.

Sin servicios asistenciales a domicilio universales y puestos de trabajo flexibles, es difícil combinar las obligaciones laborales con el cuidado de la familia. En Canadá las políticas públicas del gobierno conservador de Steven Harper sólo han empeorado el problema cancelando un plan para incrementar los fondos para los servicios asistenciales.

Como resultado, hay una gran necesidad de asistencia en el hogar. La contratación de asistentas de hogar y niñeras ya no está sólo reservada a los muy ricos sino que son servicios cada vez más buscados por la clase media urbana. Tradicionalmente este es trabajo “de mujeres”, que sigue siendo “de mujeres”, y, sin ser sorprendente, es realizado por aquellas más vulnerables y devaluadas: las mujeres inmigrantes de color.

Pero, ¿por qué las mujeres viajarían miles de kilómetros para realizar este trabajo? Aunque algunas migran como parte de algún programa de reunificación familiar, la mayoría preferiría permanecer en sus países de origen con su familia y su entorno habitual. La gente no migra por capricho. Durante los últimos 30 años dos factores han estimulado a la gente a dejar sus hogares, y han tenido un particular impacto de género.

Primero, una serie de políticas económicas han incrementado la desigualdad entre los países ricos y pobres. Bajo los actualmente reforzados tratados de comercio, el “libre comercio” ha empezado a dominar la economía global. Países en todos los niveles de desarrollo se supone deben ser “abiertos” a comerciar con cualquier otro país. Esto, por supuesto, da a los países más poderosos económicamente ventajas para producir y vender sus productos agrícolas e industriales a un precio más barato, y así se refuerza su capacidad de control del mercado mundial.

Además el FMI y el Banco Mundial, controlados por los Estados Unidos y el resto de países del G7, financian grandes proyectos de infraestructuras como carreteras y presas supuestamente para “desarrollar” el país. Esto convierte en deudor al país en desarrollo, forzándolo a un círculo económico vicioso de cambio de divisas para poder devolver la deuda creciente.

Los préstamos están a menudo unidos a condiciones, incluyendo los Programas de Ajuste Estructural (PAE) que devalúan sus monedas, convirtiéndolas en “paja” mientras que las fuertes monedas de los países ricos siguen siendo oro. Los PAE solicitan tanto el recorte de servicios públicos incluyendo cuidados sanitarios, educación y subsidios de alimentación, como la privatización de “industrias no competitivas” como las compañías eléctricas estatales.

Las mujeres de ámbito urbano o rural son las golpeadas más duramente por los PAE, no sólo como individuos, sino incluso más como el miembro de la familia con la responsabilidad tradicional de los niños. El libre comercio y las políticas del FMI y el Banco Mundial cambian la producción agrícola de alimentos para consumo local por alimentos para la exportación.

Sin subsidios para plantar maíz, judías, azúcar y otros cultivos, los campesinos han sido forzados a dejar sus países. Jamaica y Méjico son dos ejemplos donde esto ha sucedido, y donde los países ricos más próximos, Estados Unidos y Canadá, han sido afectados. Proyectos de “desarrollo”, desde minas hasta presas, han desplazado asimismo a cientos de miles de campesinos por toda América Latina y Asia.

Las grandes beneficiadas de estos programas económicos son las corporaciones multinacionales y los países donde se ubica su sede principal (claro que la gente de estos países necesariamente no se beneficia). El impacto directo de estas políticas es obvio para mujeres en la situación de Margaret. Sin ningún tipo de recurso social para ofrecerles protección o asistirlas para crear una independencia financiera y una vida segura alejadas de sus abusivas parejas, tienen pocas opciones más que escapar.

Segundo, la inseguridad y los conflictos armados en muchos de los países marginados económicamente han desplazado a millones de personas. Este factor surge de los problemas de desigualdad económica y hace aumentar el desastre ecológico. Sin embargo la gran mayoría de estos refugiados no llegan a pasar más allá de las propias fronteras internas de su país, o de las fronteras de los países vecinos.

Experiencias de opresión

Desde su llegada a Canadá, las mujeres inmigrantes devienen invisibles. Dada la naturaleza individualizada de su trabajo, raramente tienen compañeros de trabajo con los que puedan hablar y esto limita su capacidad para organizarse en sindicato. Son particularmente vulnerables por su falta de estatus legal, y por el hecho de que siempre hay otras mujeres también sin estatus legal dispuestas a reemplazarlas.

(Dada la falta de implicación que tienen para con el impacto de sus programas de desarrollo, no es sorprendente que algunos de los ejemplos más manifiestos de explotación de mujeres trabajadoras sea protagonizado por personal de responsabilidad del Banco Mundial, el FMI o las Naciones Unidas. Por ejemplo, hace poco los medios de comunicación reflejaban como un empleado de responsabilidad de las Naciones Unidas estaba forzando a su asistenta, sin estatus legal, a trabajar 14 horas al día sin sueldo regular y sin darle más hospedaje que una cama plegable del salón su casa.)

Dos aspectos de esta dinámica de vulnerabilidad pueden ser directamente relacionados a políticas del gobierno explícitas e intencionadas: las políticas de inmigración y empleo.

En Ontario, trabajadores de categorías que son casi exclusivamente ocupadas por inmigrantes, tales como asistencia de hogar o trabajos agrícolas, están excluidos de las protecciones básicas de empleo que provee la Employment Standards Act (Ley de calidad de empleo), la legislación que establece los derechos de empleo en lo que se refiere a salarios, horarios laborales, horas extras y vacaciones.

Para emigrar a Canadá, para trabajar legalmente como residente permanente hay dos vías: como hombre de negocios o bien como “trabajador especializado”. Para ser un “trabajador especializado”, un solicitante debe llegar a una serie de puntos en un sistema que premia al trabajador por sus conocimientos de inglés o francés, su nivel académico y su experiencia laboral.

La consecución de estos puntos está sesgada a favor de los hombres que tienen más posibilidades de tener el tipo de educación y experiencia laboral que el sistema premia. Las mujeres tienen una tendencia mayor a generar una relación de dependencia con el hombre que a valerse por sí mismas.

La única excepción es un programa dirigido a las mujeres: el Programa de Asistencia Doméstica que está específicamente destinado a traer mujeres al país para trabajar como asistentas domésticas. Este programa ha sido muy criticado por la posición de vulnerabilidad en la que deja a las mujeres – pero esto no supone sorpresa alguna. Con un sistema que requiere la vida y disponibilidad de la mujer las 24 horas del día los 7 días de la semana en casa de su empleador, es completamente predecible que las mujeres vivan circunstancias similares a las de un aprendizaje de servidumbre, con extremos riesgos de abusos por parte del empleador.

Solidaridad

Las temáticas puestas sobre la mesa por la inmigración de mujeres son de alcance tanto local como internacional.

Desafortunadamente, para los políticos y los medios de comunicación esta temática social es tan invisible como las propias mujeres.

El Banco Mundial y el FMI no son los únicos responsables, por supuesto, de las condiciones que fuerzan a las mujeres a dejar su hogar. Canadá está implicado en la situación. El gobierno y las corporaciones canadienses, a menudo en las empresas extractivas de recursos naturales que expulsan a los habitantes de países como Ecuador o Indonesia, contribuyen a crear las condiciones que fuerzan a las mujeres a dejar sus hogares y a sus hijos tras de sí.

El gobierno y las corporaciones canadienses también crean la demanda de las mujeres trabajadoras. Las políticas públicas del gobierno canadiense refuerzan la desigualdad y vulnerabilidad de las mujeres trabajadoras inmigrantes una vez ya están aquí. Esto indica que la lucha por la igualdad de género exige que tanto feministas como socialistas tengamos una visión global en solidaridad con las mujeres dondequiera que vivan o trabajen.

Por Jackie Esmunds colabora habitualmente con la revista de izquierdas de Estados Unidos Against Current

Traducción para www.sinpermiso.info: Txomin Martino

Santiago de Chile, 11 de abril 2007
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