Cadena perpetua con reclusión común fue la sanción pedida el día 9 por el Tribunal Federal Oral de la ciudad de La Plata para el ex capellán policial por crímenes de lesa humanidad perpetrados durante la última dictadura militar (1976-83).
Fue encontrado culpable de los delitos de genocidio, privación de libertad ilegítima agravada y coautor en aplicación de tormentos de todos los casos imputados.
Entre los crímenes cometidos se probaron siete homicidios, 31 casos de tortura y 42 privaciones ilegales de la libertad.
Sin embargo, la reacción de la jerarquía católica, en dos escalones, dejó mucho que desear a quienes esperaban un reconocimiento de la iglesia por su complicidad con la dictadura militar, criterio generalizado entre la población y que se fundamenta con casos como éste.
Los cuatro escuetos párrafos de la declaración de la Conferencia Episcopal Argentina fueron una desagradable sorpresa para quienes esperaban- y reclamaron- alguna postura contundente frente al triste papel desempeñado por la iglesia en ese reciente pasado dictatorial.
El documento, firmado por el presidente de la institución, Cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, menciona el dolor causado a la institución por la participación de un sacerdote en delitos gravísimos (sin mencionar cuáles).
Pero su igual rasero para víctimas y victimarios -al llamar a todos los ciudadanos a alejarse tanto de la impunidad (la de los asesinos) como del odio y el rencor (quienes demandan justicia)- fue para muchos analistas el colmo de la inconsecuencia.
Cuando todos esperaban una rápida exclusión de Von Wernich, conforme el Derecho Canónigo, su superior inmediato, el obispo Martín Elizalde, se limitó a decir que la decisión se adoptara «oportunamente».
Técnicamente hablando, eso significa que el cura represor está habilitado aún para continuar su ejercicio sacerdotal habitual.
Ambas declaraciones, desataron una ola de repercusiones en organizaciones defensoras de derechos humanos enfrascadas en la larga lucha contra el olvido y por la justicia, reflejada en medios de prensa.
La presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, opinó que la iglesia es sorda por haber amparado a este asesino y debía pedir perdón, como exige de cada uno de los creyentes cuando comete un pecado.
El premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, presidente de la fundación Servicio Paz y Justicia (SERPAJ), dijo que la reconciliación que pide el clero no debe ser en el aire ni vacía y la Iglesia debe reconocer antes que hubo sectores de ella comprometidos con la dictadura.
Con sus declaraciones, la Iglesia Católica sigue encubriendo y no reconoce la complicidad que tuvo con el régimen de facto, declaró Tati Almeida, de Madres de Plaza de Mayo- Línea fundadora, y consideró imposible la reconciliación con individuos que ni siquiera piden perdón.
Para Adriana Calvo, de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, el juicio a Von Wernich demostró fehacientemente la complicidad de la iglesia con la dictadura y por eso el arrepentimiento no puede venir sólo de un individuo, sino que debe ser de toda la institución.
La pelota está ahora en el lado de la jerarquía católica y su máximo representante Bergoglio tiene la gigantesca tarea, según opinión abrumadoramente mayoritaria aquí, de añadir a sus asiduos sermones exhortando a la buena conducta de fieles y políticos, unas urgentes y necesarias palabras similares dirigidas a sus propios ministros.
Buenos Aires, 11 de octubre 2007
Prensa Latina , 0, 59, 19