Aleksandra Kolontái: un 8 de marzo las mujeres levantaron la antorcha de la Revolución

A la compañera que ha luchado en la primera fila

El 8 de marzo de 1917, las mujeres rusas ocuparon masivamente las calles en demanda de “pan y paz”. Fue el punto de partida de la primera Revolución de carácter socialista en el devenir de la humanidad. Una de sus principales lideresas, Aleksandra Kolontái, recordó que ese día, 23 de febrero en el calendario ruso, las mujeres “salieron bravamente a las calles de Petrogrado”, San Petersburgo. Añadió que ese hecho “se volvió memorable en la Historia”, pues “las mujeres rusas levantaron la antorcha de la Revolución e incendiaron todo el mundo”. Y enfatizó: “La Revolución se inició ese día”.

El levantamiento tuvo su punto de partida cuando las obreras textiles de San Petersburgo emprendieron una paralización de actividades que terminó por desencadenar una huelga general.

Luego del triunfo de la Revolución Bolchevique, Kolontái fue elegida para la Comisaría del Pueblo para Asistencia Social (una especie de Ministerio de Desarrollo Social en la realidad contemporánea de nuestro país) en el Gobierno del Soviet de los Comisarios del Pueblo (o Sovnarkom), la forma que adquirió el Poder Ejecutivo en la emergente Unión Soviética. En rigor, fue la primera mujer que ejerció un cargo de Ministra de Estado en un Gobierno Nacional en la historia. Más tarde, fue también la primera mujer embajadora.

LOS PRIMEROS PASOS

Aleksandra Kolontái procedía de una familia aristocrática y acomodada, radicada en San Petersburgo. Su padre era un general de origen ucraniano al servicio del zar y su madre era parte de una familia de orígenes en Finlandia con una enorme fortuna en la industria de la madera. Siempre fue muy unida a su padre, quien le inculcó el interés por la historia y la política. Con su madre tendría conflictos derivados de que no consideraba necesario para una mujer que continuara sus estudios, en contra de la voluntad y decisión de Aleksandra.

En 1896 una visita a la fábrica de Krengoln, en la que constató las condiciones de explotación de los trabajadores, modificó su visión del mundo. Resolvió entonces adherir a las filas de la izquierda rusa y comenzó a militar en el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), en la fracción moderada de los llamados “mencheviques”.

Dos años después tomó la decisión de separarse de su esposo y viajar a estudiar a Zúrich, donde existía una intensa actividad intelectual y política progresista. Desde el tren, escribió una carta a una amiga: “Aunque mi corazón no aguante la pena de perder el amor (…) tengo otras tareas en la vida más importantes que la felicidad familiar. Quiero luchar por la liberación de la clase obrera, por los derechos de las mujeres, por el pueblo ruso”.

Participó en los acontecimientos revolucionarios de 1905, el alzamiento contra el régimen del zar Nicolás II, luego de presenciar en enero la matanza de manifestantes pacíficos frente al Palacio de Invierno, que pasó a la historia como “Domingo Sangriento”. Desde entonces, trabajó infatigable escribiendo artículos y promoviendo la organización de las trabajadoras rusas. Tuvo que exiliarse a raíz de la publicación del trabajo “Finlandia y el Socialismo”, en el que llamaba a los finlandeses a sublevarse contra la ocupación zarista rusa. Permaneció fuera de Rusia durante casi una década desde 1908, en Europa y Estados Unidos, período en que tomó contactos con las izquierdas de países como Alemania, Gran Bretaña y Francia. ​

Por su oposición a la Primera Guerra Mundial, en particular a la participación de Rusia en el conflicto bélico, en junio de 1915 se incorporó al Partido Bolchevique, que “eran los que más consecuentemente combatían el socialpatriotismo”. Su actividad internacional en el Viejo Continente la reorientó a empujar la campaña contra la guerra.

En el contexto de la profundización de la rebeldía en Rusia, en marzo de 1917, Aleksandra regresó al país. Con numerosas militantes bolcheviques, publica el periódico “Rabotnitsa”, orientado a las mujeres. Promueven la movilización de las trabajadoras y su organización en los soviets.

Unos pocos meses antes de octubre de 1917 fue elegida miembro del Comité Central del Partido Bolchevique. Se encontraba entonces en prisión, pues fue encarcelada con centenares de militantes revolucionarios. Fue también electa integrante del Comité Ejecutivo del Sóviet de Petrogrado.

EL GOBIERNO REVOLUCIONARIO

Desde su cargo en el nuevo Gobierno, la “pequeña camarada” como la llamaban con afecto sus colaboradores, trabajó para conseguir derechos y libertades para todas las mujeres, estableciendo la igualdad ante la ley; el derecho a sufragio; normas de protección social que garantizarán la equidad salarial de hombres y mujeres, la protección laboral de la maternidad, y la igualdad de acceso al empleo en el Estado; la creación de guarderías, comedores sociales, centros de alfabetización y hogares para niñas y niños; la asistencia gratuita maternal en los hospitales; la despenalización del aborto y la promulgación de una ley de divorcio. También dispuso campañas de educación e información para que las mujeres conocieran sus nuevos derechos.

En 1918, Kolontái fue una de las organizadoras del Primer Congreso de Mujeres Rusas, del que nació el Zhenotdel (el Departamento de la Mujer), un organismo dedicado a promover la participación de las mujeres en la vida social y política, promoviendo además la lucha contra el analfabetismo. El Zhenotdel lanzó su propia revista llamada “Kommunistka”, en la que Kolontái formaba parte de su Consejo Editorial.

Kolontái logró también, en 1922, que el 8 de marzo fuera establecido legalmente como el Día de la Mujer Trabajadora en la naciente Unión Soviética, en recuerdo del levantamiento de las mujeres en 1917. Fue el primer país de la tierra en resolver esta fecha que, a la larga, terminó por imponerse progresivamente en todo el mundo, hasta que hace casi medio siglo fuera asumida por la Organización de las Naciones Unidas.

Fue también el primer paso concreto en el mundo por hacer realidad la resolución de la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, desarrollada en Copenhague en 1910, en la que se planteó la proclamación de un “Día Internacional de la Mujer”, lo que fue aprobado por las cerca de 100 delegadas de 17 países. Fue el resultado de una propuesta de las delegadas de Estados Unidos, a partir de su propia y trágica experiencia en las huelgas de las mujeres trabajadoras.

La Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas agrupaba entonces a la totalidad de las mujeres de izquierda, organizadas políticamente, en el mundo. Aún no cristalizaba la escisión de socialdemócratas y leninistas, que fracturaría –en el largo aliento– el campo de las y los demócratas progresistas.

En 1921, Kolontái se puso del lado de la “Oposición Obrera”, una tendencia bolchevique que encabezaba el dirigente de los trabajadores metalúrgicos Aleksandr Shliápnikov, que proponía entregar la orientación de la economía a un Congreso de Productores, y que los sindicatos determinaran la dirección de las empresas, por la vía de que los trabajadores eligieran a los principales administradores. A raíz de esa disidencia, Lenin la removió de su cargo en la conducción del Gobierno y la envío al servicio exterior.

EL AMOR CAMARADERIA

Al año siguiente, Kolontái ingresó al servicio exterior siendo la tercera mujer en el mundo en ocupar cargos diplomáticos de importancia. Fue enviada primero como agregada a la misión comercial rusa en Noruega, y cuando este país y la Rusia Soviética establecieron relaciones en 1924 fue colocada a la cabeza de la representación rusa. Luego fue destinada a México, de regreso a Noruega y, finalmente, en 1930 a Suecia. Allí permaneció hasta 1945, llegando a ser embajadora en 1943: la primera mujer en ocupar esta responsabilidad en la historia de la diplomacia moderna. Asimismo, formó parte de la delegación soviética en la Sociedad de Naciones.

En 1927 se publicó en Rusia su libro de ficción “La Bolchevique Enamorada”. Su personaje, Vassilissa, encarnaba a miles de mujeres “nuevas” que se hicieron revolucionarias en los tiempos de la lucha contra el zarismo. Señalaba: “Las mujeres que tomaron parte en la Gran Revolución de octubre, ¿quienes fueron? ¿Personas aisladas? No, fueron muchísimas, decenas, cientos de miles de heroínas sin nombre, quienes, marchando codo a codo con los trabajadores y los campesinos, (…) pasaron sobre las ruinas de la teocracia zarista hacia un nuevo futuro (…) En el año de 1917, el gran océano de la humanidad empuja y se balancea, y una gran parte de ese océano está hecho de mujeres. Algún día el historiador escribirá sobre las hazañas de estas heroínas anónimas de la Revolución”.

Alexandra abordó el tema de la emancipación de la mujer en dos obras: “La Nueva Mujer” y “El Amor en la Sociedad Comunista”. Allí cuestionaba el sometimiento de la mujer en el Estado, la sociedad y la familia, y reivindicaba sus derechos. Reflexionaba que el ingreso de las mujeres al trabajo asalariado establece las bases para su independencia económica, pero las obreras mantienen la carga del trabajo doméstico, lo que genera una doble jornada laboral. Planteaba que el matrimonio que convertía a la esposa en una propiedad más del marido debería ser reemplazado por una unión libre, sustentada en el amor y no en lazos contractuales. Proponía una revolución de las relaciones afectivas, de la vida cotidiana y las costumbres; superando las trabas impuestas por una concepción del amor como propiedad, el que propone sustituir por el “amor camaradería”.

En 1945, tras haber finalizado la Segunda Guerra Mundial, volvió a la Unión Soviética. Un año después fue nominada para el Premio Nobel de la Paz. Pasó sus últimos años en Moscú, escribiendo sus memorias y sirviendo como asesora del Ministerio de Relaciones Exteriores. Murió el 9 de marzo de 1952. Tenía 79 años. A esas alturas, Stalin había dejado sin efecto parte importante de las leyes que impulsó en defensa de los derechos de la mujer.

Su pensamiento feminista y socialista anticipó temas que décadas después serán retomados por los nuevos movimientos sociales de mujeres. Y también contribuyó a dejar al mundo el legado de la conmemoración del 8 de Marzo.

Por Víctor Osorio. El autor es director ejecutivo de la Fundación Progresa.

Santiago, 8 de marzo 2021.

Crónica Digital.

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