Entendí muchas cosas en mi viaje a Bolivia, de las buenas y malas. El mundo no tiene paz porque no puede haber paz cuando hay injusticia, desigualdad, pobreza y miseria humana en amplios sentidos.
Con esas ansías de entender, llegue a estos dos hombres que conocieron al comandante Che Guevara y gracias a Fernando, un vallegrandino orgulloso que en sus tierras el Che hubiera estado y trabajador de una organización que ayuda a los campesinos a realizar proyectos en sus tierras.
El primero fue Walter Romero, una especie de historia viviente y fantasma de museo. Bajo, muy activo, delgado, con manos llenas de arrugas y finos dedos, de esos que no hicieron mucha fuerza a pesar de sus 85 años. Este era el supuesto referente del Che y su paso por Vallegrande. Fernando me advirtió de este parlanchín personaje y de que mucha gente no le creía, pues mezclaba realidad con sus propias fantasías.
Sentado en la penumbra, alrededor de una mesa con una pila de encendedores de los que se jactaba ser coleccionista, el señor Walter Romero, como yo lo nombre al verlo, lo primero que me dijo fue: Deberías escribir sobre Estados Unidos y la tercera guerra mundial que se aproxima, no sobre historias pasadas. Me quedé de una pieza, como se dice. ¿Cómo sabía este viejo de fama de sabio qué le preguntaría?
Claro, era uno de los que había conversado con el Che y aunque no quisiera recordarlo, es la razón más importante de su reconocimiento en ese pueblo.
Pese a mis preguntas concretas y directas para que me contara cómo fue ese acercamiento entre él y el revolucionario, sólo obtuve como respuesta una descripción de una reunión entre varios maestros y pobladores en una escuela de Alto seco, un pueblito a hora y media de Vallegrande donde el Che permaneció antes de ser capturado.
Yo no era amante de la guerrilla de ése Che, estaba bien lo que este hombre planteaba pero no para aquí, no para entonces, la gente no entendió ni medio lo que el decía y eso asustó a todos. La gente no quiere cambios.
Fue lo más concreto y lógico que me dijo este hombre. No pudo o no quiso reproducirme más cómo fue esa reunión y qué ocurrió en ella. Sólo me dijo que había mucha gente, que la gente cuestionaba al Che las muertes que ocurrirían, que él no era de ahí y que no sabía dónde se metía. También me contó que él tomó la palabra y le objetó al comandante su metodología. El Che lo escuchó y le preguntó cómo creía entonces que podrían hacerse las cosas en Bolivia.
Y luego se fue por las ramas contándome cómo fue alcalde por dos meses cuando Bolivia era un hervidero de crisis sociales, a fines de los 70.
Su espíritu bullía como su alma divagaba. Me mostró su casa y sus plantas, me contó de la muerte de su mujer y el desparramo de sus hijos por el mundo, de lo qué es la vida y lo qué espera de la muerte. Hasta me trato de seducir, diciéndome que con un par de años menos yo tenía que tener cuidado pues podía caer en sus pies. En fin gajes del oficio, pensé para mis adentros, muy adentro.
Me contó cómo la gente en Vallegrande escapó siempre a la guerrilla y a los pensamientos de izquierda. Esta es una zona de hacendados y de españoles, justificó Romero. No tuve dudas dónde estaba parada. Mi mirada se clavó en las colinas verdes y en los sembradíos.
Habían pasado tres horas del inicio de la charla. Me despedí de golpe. Era la única forma de irme de aquella casa, ávida de visitas. Walter Romero no quiso fotos y yo quise respetar su palabra. Tampoco decirme si era maestro o historiador. De todas formas estuvo ahí en esos años y en esos lugares, de eso no había dudas.
Dejé la taza de café que me sirvió por la mitad con el pan con queso que me convido como si fuera un manjar.
Por: Carmen Villarroel. La autora es periodista argentina y colaboradora de Crónica Digital.
Desde Vallegrande, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 6 de junio 2006
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