Los 100 000 millones de dólares que por esa vía circulan a nivel mundial recuerdan a un ave de paso que transita por los vasos comunicantes de la economía mundial.
Cerca de la mitad de esta cifra, unos 50 000 millones, corresponden a los envíos de dinero de los desplazados latinoamericanos a sus parientes. De esa cifra unos 45 000 millones salen de los Estados Unidos y según muchas evidencias, en parte regresan allí.
Según se afirma el 73 por ciento de los emigrantes latinoamericanos envían dinero a sus familias, acto que, según la metodología del Banco Mundial, se contabiliza como parte de los Flujos Mundiales de Financiamiento para el Desarrollo.
La verdad es que, si bien las remesas ejercen un impacto bienhechor sobre la economía individual y familiar de quienes las reciben, resultan decisivas para algunas comunidades y llegan a impactar fuertemente las economías nacionales de varios países, su efecto como elemento motriz del desarrollo es prácticamente nulo al tratarse de una masa de dinero que, raras veces se convierte en capital.
En unos casos ocurre que la mayor parte de las remesas son remitidas a los segmentos más pobres de la sociedad, entre los cuales las posibilidades y la capacidad para la iniciativa económica son mínimas. En Sudamérica donde los emigrantes suelen proceder de familiar más calificadas, el dinero remesado es con mayor frecuencia utilizado para emprendimientos económicos de diferente naturaleza.
México recibe del extranjero alrededor de 25 000 millones de dólares; mientras los envíos monetarios hacía Haití sobrepasan el 50 por ciento de su PIB; cifra que oscila entre el 2º y el 10 por ciento en Colombia, Jamaica, Honduras, El Salvador; Guatemala, Nicaragua y República Dominicana.
Por lo general, las remesas devienen apoyo asistencial y contribuyen a que las familias receptoras aumenten sus niveles de consumo, atiendan problemas de salud, financien la educación, resuelvan situaciones de vivienda. Raras veces se destinan al ahorro, casi nunca llegan a los circuitos bancarios ni financian actividades lucrativas mediante las cuales el dinero pueda reproducirse.
A las remesas les ocurre lo que a la mayor parte de los empréstitos y transferencias de dinero recibidos por los países latinoamericanos, que se emplean en la subsistencia mediante la adquisición de bienes de consumo y artículos perecederos, pagar deudas o financiar actividades no productivas y muchas veces prescindibles.
En términos generales, el dinero recibido por las familias latinoamericanas, no puede evadir la trampa de las deformaciones estructurales que el subdesarrollo impone y, por fuerza de las circunstancias y sobre todo por la ausencia de orientaciones, asesoramiento y de políticas adecuadas de los estados, se esfuma en la noria de la dependencia.
Buena parte del dinero enviado desde los Estados Unidos, sirve para adquirir artículos, alimentos o medicamentos fabricados o producidos en los Estados Unidos, a donde regresa como parte de las ganancias expatriadas por las empresas extranjeras.
Otra parte de las remesas va a parar a manos de las oligarquías locales que controlan las importaciones y los circuitos comerciales y que utilizan sus lucros para aumentar las compras, lo depositan en bancos norteamericanos o lo gastan en Miami.
De hecho, cuando los sacrificados emigrados latinoamericanos se privan de parte de sus ingresos para enviarlos a sus familias, lejos de contribuir decisivamente a salir de la pobreza y colocarlas en condiciones de aprovechar las ventajas que el capitalismo ofrece a los tenedores de dinero, lo que hacen es reiterar la noria maldita de los esquemas estructurales del subdesarrollo y engordar a las oligarquías que los sostienen.
En ninguna parte se cumple el clásico círculo mágico que tiene lugar cuando el dinero, al asociarse al trabajo, se convierte en capital y se desencadena el siglo clásico: D-M-D, es decir Dinero-Mercancía-Dinero.
Para que ocurriera así sería preciso que existieran políticas públicas destinadas a colaborar con los receptores de remesas para lograr su inserción en los circuitos económicos, no exclusivamente como consumidores sino como productores.
Por distintas razones, los gobiernos latinoamericanos padecen de una inveterada falta de voluntad para implementar políticas que permitan convertir las remesas en capital de inversión, para lo cual sería preciso promover y proteger a las microempresas, las cooperativas, los negocios familiares, las pequeñas y medianas industrias y talleres, la agricultura urbana, la actividad artesanal y el trabajo por cuenta propia, ofreciéndoles asesoramiento financiero y comercial a bajo costo, créditos blandos, incentivos fiscales y otras formas de apoyo y protección.
Lo que en realidad ocurre es que muchos gobiernos, miran para otro lado, tratan de captar esas divisas mediante impuestos onerosos o se suman a la competencia y la hostilidad de las grandes empresas y comercios que acorralan y arruinan a aquellos que utilizan las remesas para emprender alguna actividad lucrativa legitima.
El asunto da para más pero el espacio no; es un tema para abundar.
Por Jorge Gómez Barata Visones Alternativas
Santiago de chile, 30 de mayo 2007
Crónica Digital , 0, 43, 12