DEL PCUS AL PSUV, UN GUIÑO DE LA HISTORIA

Lapso breve, brevísimo, para dar por terminada una etapa eterna que decretó apresuradamente el inglés Francis Fukuyama (The End of History and the Last Man) en 1992, apenas un año después de la ilegalización del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS).

Un elemento que ratifica el error de Fukuyama, para quien había terminado la lucha de clases y una «democracia liberal» sustituiría la sociedad sin clases prevista por Carlos Marx y otros teóricos, es el auge hoy de la izquierda en América Latina.

Un eslabón importante en este proceso es la creación, presumiblemente en 2007, 16 años después de la desaparición del PCUS, de un Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV), expresión del avance socialista en el país sudamericano.

Con un respaldo electoral superior a 7,3 millones de votos, de un total de algo más de 11 millones de votantes, el PSUV se convierte en una pieza orgánica del Socialismo del Siglo XXI, como es promovido por el presidente venezolano, Hugo Chávez.

A la nueva organización, desde su inicio convertida en partido gobernante, le corresponderá definir y dirigir un proceso que se propone nutrirse de los clásicos, pero también de lo autóctono e innovar teniendo en cuenta errores pasados y experiencias positivas.

En esa dirección Chávez ha adelantado que se trata de un socialismo del cual no estarán ajenos los principios del cristianismo original de justicia social, la experiencia de los aborígenes y el ideario de próceres americanos como Simón Bolívar.

Sus previsiones indican asimismo que habrá de evitarse la repetición de errores cometidos por el PCUS y otros partidos europeos, a cuya dirección se atribuye una considerable responsabilidad en el fracaso de aquel llamado «socialismo real».

Sin copiar, es indudable que este Socialismo del Siglo XXI tendrá también su inspiración en Cuba, que contra viento, marea y pronósticos pesimistas se mantuvo «como una estrella roja en el firmamento», ha dicho Chávez.

Por esas vueltas de la vida y del periodismo, me tocó presenciar la ilegalización del PCUS, por la pluma de Boris Yeltsin, en medio de la indiferencia o cuando menos desconcierto de sus 20 millones de militantes.

Poco después apenas cientos de militantes comunistas -ya ilegalizado su partido- salieron a festejar el aniversario de la Revolución de Octubre en una manifestación que enfrentó la resistencia de la policía moscovita, todavía «soviética».

Un elemento curioso de ese hecho fue la ausencia de los hasta poco antes poderosos miembros del «politburó» en la demostración que tuvo sus principales dirigentes en miembros de base de la recién ilegalizada organización.

Megáfono en mano Víctor Ampilov, un militante sin cargos de «nomenklatura», se enfrentó a las barreras policíacas que intentaban cerrar el paso a la Plaza Roja a la multitud.

Sólo con habilidad, y el probable auxilio de algunos policías, logró llegar la demostración por un intrincado laberinto de callejuelas hasta su objetivo, al cual se le permitió entrar por detrás de la plaza, en sentido contrario al utilizado tradicionalmente en los desfiles.

El episodio ilustró una de las causas del fracaso: un partido cuya dirigencia se había alejado de las bases, incapaz de recomponerse y renovarse por la excesiva centralización, la falta de crítica y autocrítica y el oportunismo.

A ello se sumó el olvido de necesidades materiales del hombre, o cuando menos supeditadas a otros objetivos como la carrera por el cosmos, en un contexto económico en que la productividad no pudo superar la de las potencias capitalistas.

Cambio de rumbo

Ahora, casi 16 años después, en Caracas de nuevo presenciamos un hecho trascendental en el contexto político e ideológico, pero de signo contrario a aquél, tal vez como evidencia del cambio de rumbo universal.

Como preámbulo, Chávez alerta, aún antes de la creación del PSUV, que la dirección del nuevo partido no puede estar basada en «cuotas de poder» de los partidos que se disolverán para formar la nueva agrupación, y corresponde a las bases elegir su propia dirección.

Un buen comienzo, pudiera pensarse, a partir de la experiencia del PCUS, para una iniciativa que puso a políticos de la izquierda venezolana ante la oportunidad de incorporarse a su declarado objetivo: construir el socialismo.

Para ello, el PSUV no contará con manuales de construcción, pero sí con una suma de experiencias positivas y negativas para estructurar su propio método.

En opinión del comunista cubano Carlos Rafael Rodríguez, el fracaso del socialismo europeo se debió en lo fundamental a que estaba «mal concebido y mal realizado» (Luis Sexto: Socialismo del siglo XXI: ¿entelequia o necesidad?).

Los socialistas venezolanos tienen ante sí ahora la posibilidad histórica de aprovechar las malas experiencias de aquel socialismo y también los logros para concebir su propio esquema y realizarlo en las nuevas condiciones del mundo actual.

Como indican los primeros episodios, se trata de un proceso difícil e incluso traumático para algunos políticos que en agrupaciones como el Partido Comunista de Venezuela soportaron años de presiones, persecuciones, cárcel y muertes.

Más allá de este proceso complejo, que debe marcar gran parte de la política venezolana en 2007, la creación del PSUV ratifica que para los latinoamericanos el socialismo sigue siendo una opción válida de desarrollo, adaptándolo a sus propias condiciones.

Pese a los augurios de Fukuyama, el llamado fin de la Historia demostró apenas ser un guiño del devenir histórico, un retroceso momentáneo del cual el socialismo puede salir fortalecido a partir del aprendizaje de los fracasos y también de los triunfos.

El autor fue ex corresponsal de Prensa Latina en Moscú de 1988 a 1991. Corresponsal Jefe en Venezuela desde 2005.

Santiago de Chile, 2 de enero 2006
Crónica Digital/PL , 0, 66, 4

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