No nos encontramos en una coyuntura política cualquiera, sino que en un momento de inflexión del ciclo histórico que se inició con el punto de partida de la transición hacia la democracia a finales de la dictadura. Por lo tanto, estamos en presencia de la irrupción de un nuevo tiempo en el país, que al igual que en los 80 nos obliga a tomar decisiones que tengan la lucidez de hacerse cargo de los nuevos desafíos y las nuevas realidades del país.
El hecho básico que devela que nos encontramos en un nuevo contexto fue la derrota de la Concertación de Partidos por la Democracia en las pasadas elecciones presidenciales, que permitió el acceso de la derecha al Gobierno a través de las urnas por primera vez desde 1958. Pero el hecho social de mayor contundencia que muestra el fenómeno fueron las movilizaciones ciudadanas que se registraron a lo largo del 2011 y, más importante, las tendencias más de fondo que quedaron al descubierto en forma elocuente: el incremento del descontento social con el Gobierno de Sebastián Piñera y con la derecha, en modo alguno significaron el aumento de la adhesión a la oposición, sino que implicaron más bien un cuadro general de desencanto con la clase política en su conjunto. Esto es un estado general de indignación que se venía incubando por varios años, lo más probable es que desde comienzos del siglo XXI, que comporta una crítica al modelo neoliberal de país y también un cuestionamiento del producto final de los Gobiernos de la Concertación.
En el análisis del PDC respecto de estas materias existe un hecho básico que no ha sido suficientemente destacado: la Democracia Cristiana fue una de las principales expresiones políticas de la clase media chilena. Ello fue cierto en el Gobierno del Presidente Eduardo Frei Montalva, y también fue efectivo en el proceso de lucha por la democracia y luego en la transición.
En este marco, las evidencias muestran que la movilización social y ciudadana registrada en el 2011, tuvo como sujeto principal de realización a la clase media, a las familias y a los jóvenes que ganan entre 400 mil y un millón 700 mil pesos al mes, una amplísima banda que abarca cerca de dos millones de hogares y ocho millones de personas, localizada en las zonas de más alta concentración urbana. En otros términos, cerca de la mitad del país. Y, en relación al tema que nos ocupa, el sector donde se concentraba parte significativa del electorado de la Democracia Cristiana.
Los indignados, los que están en la calle gritando por educación gratuita, son también los que confiaron en la Democracia Cristiana y en la Concertación por la Democracia.
La ahora añosa polémica al interior de la Concertación entre los “autocomplacientes” y los “autoflagelantes” se ha visto superada por la contundencia de la realidad social. Esa clase media, que depositó su confianza en esta coalición, ciertamente ya no percibe los cambios que produjeron nuestros cuatro Gobiernos o los percibe desde un ángulo crítico, pues después de 20 años de aquella promesa de un “Chile justo y bueno para todos”, constata la hostilidad del mercado de trabajo y de consumo, soporta el estrés cotidiano de la competencia, enfrenta los dolores de la mercantilización de la educación de la salud y la educación, estruja su capacidad de ahorro y de endeudamiento, y vive con estrecheces cotidianas.
Si hay un eje común en las demandas del movimiento del 2011, es el cuestionamiento del lucro, es decir, la mercantilización generalizada de los derechos sociales y de los servicios públicos, en el contexto de un país con una gran desigualdad económica y social, que ha ido aumentando y es una de las más alta del mundo, a pesar de las cifras de crecimiento macroeconómico, dejando en evidencia la indignante concentración de la riqueza.
Frente a esa realidad, la ciudadanía cuestiona crecientemente a lo que considera una elite política inmovilista, empatada y de mala calidad, que resiste a la renovación y protege sus privilegios, en que no existen los líderes que movilicen los sueños y los grandes oradores que encienden la imaginación social. La credibilidad de las instituciones republicanas, al igual que la de los partidos y las coaliciones, está en el piso hace ya demasiado tiempo y con una profundidad de una envergadura que no permite pensar que se trata sólo de un fenómeno de coyuntura o meramente circunstancial. La crítica también se orienta hacia la falta de renovación de una dirigencia política que, entre otras cosas a merced del sistema binominal, lleva 20 años con pocos cambios de rostros y muchos menos de ideas.
Frente a ello, la Concertación por la Democracia nada logrará pretendiendo subirse a una protesta que también la rechaza, y menos con la pueril argumentación de que no pudo hacer más cuando fue gobierno. Lo que hace falta es lo que señaló en forma lúcida el periodista Ascanio Cavallo: “Leída de modo más técnico, la exigencia central (…) es un cambio revolucionario en el ritmo” del progreso social.
En este contexto, para la Democracia Cristiana ha llegado el momento de reaccionar y de enmendar el camino. En primer lugar, escuchando el llamado de la ciudadanía, lo que pasa necesariamente por los siguientes ámbitos:
1. Restablecer el sentido de redención social de la Democracia Cristiana y reinstalar un proyecto de cambio como eje articulador de su posicionamiento en la sociedad y el país. El PDC nació y creció como fuerza política que postulaba el cambio profundo de la sociedad: es necesario levantar un nuevo programa de transformaciones radicales de la sociedad, que supere el proyecto neoliberal en todos los ámbitos, particularmente en el ámbito los derechos sociales, y retome el sentido comunitario del proyecto de sociedad.
2. Restablecer el sentido ético de la política y el servicio público. Es fundamental plantear de manera clara y rotunda el desapego al poder por el poder, que el sentido profundo de nuestra identidad y práctica política es un proyecto de cambio que se pone al servicio del país, que recoge las demandas que la ciudadanía ha planteado en las calles, y que para tales efectos busca los mecanismos que permitan crear nuevas mayorías.
Si la Democracia Cristiana, y la Concertación por la Democracia, persisten en una conducta que, en los hechos, no asume la profundidad de la crisis que enfrenta, producto del nuevo tiempo histórico que emerge, no es muy difícil inferir que seremos aventados por la fuerza del impacto ciudadano, más allá del resultado de corto plazo en materia electoral.
Santiago de Chile 3 de Julio 2012
Por Rodrigo Velásquez Pizarro.
El autor es periodista y presidente del PDC de Maipú.
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Grande Rodrigo!! Felicitaciones y sigue triunfando!