Una niña llorando afuera del campamento que cuatro voluntarios alemanes pertenecientes a una ONG internacional mantienen en una localidad sureña, después de que en Chile se ha producido el terremoto y tsunami en el 2010, es el punto de inicio de esta obra, que lleva a Anna, la directora de la institución, a realizar un cuestionamiento de la metodología que se está usando, ya que al parecer, las terapias grupales empleadas hacen llorar a los niños. Sin embargo, la líder del grupo al interrogar a los demás miembros se da cuenta que uno de ellos ha utilizado un cuento bastante cruel y brutal para que haya sido escuchado por los niños, que son las víctimas directas de la catástrofe que se está viviendo en el país.
“Beben” (temblor en alemán) del destacado dramaturgo chileno Guillermo Calderón, quien la escribió en el 2012 para el teatro Düsseldorfer Schauspielhaus (Alemania) y bajo la dirección de Antonia Mendia, está basada en el cuento del escritor alemán Heinrich Von Kleist “El terremoto en Chile”. Aquí asoman entonces esos miedos luego de un desastre natural, ese desequilibrio mental que comienza a afectar a la gente siniestrada y que hasta un propio miembro de la ONG cae en esa trampa mortal de la sociedad, el caos y el saqueo. Conceptos como la solidaridad quedan envueltos en una mentira, ya que este voluntariado se hace pasar por nacionalidad italiana, para no enfrentar la mala fama que dejó Paul Schafer en la Colonia Dignidad, mientras que la religión, la moral y hasta el deseo sexual son una discusión permanente de los personajes, a raíz del cuento enseñado a los niños – ¿apropiado o no para menores?- ese es el dilema, más aún, si se habla de pasión y desgracia.
Una muñeca sin cabeza en manos de la protagonista, en este contexto de pieza teatral, va más allá que un juego de niños, es el aprendizaje de golpe, la madurez que te da el conocimiento de cosas ocultas para ellos, como es el pecado capital, en el relato del Chile colonial de 1647 de Von Kleist – la joven que se embaraza estando encerrada en un convento esperando su muerte y el amor de su vida, un profesor condenado a prisión, por esta relación pecaminosa- hasta que llega el terremoto que destruye la ciudad y los libera-. Asumamos sí, que la libertad siempre tiene su precio y esa búsqueda de ella lleva a los personajes a tratar de entender y por momentos justificar que un relato trágico puede ser escuchado por los pequeños sin traumarlos.
La prudencia y la lógica nos hacen pensar que este cuento no es apto para niños, menos para aquellos que han sufrido un desastre natural y que tal vez lo único que necesitan son juegos simples que los distraigan.
Los diálogos en alemán, en “Beben” son creíbles y por cierto le dan el realismo que necesitan estas figuras, que se desenvuelven -casi siempre- en un espacio escénico delante de una carpa donde ellos están pernoctando y el tiempo se percibe por el juego de iluminación dentro del transcurso del montaje, aportando diversidad y atmósfera- (notable la neblina costera que se recrea)-. La proyección de un video- en una de las caras de la carpa- con imágenes en blanco y negro de cómo queda la ciudad después de un terremoto, le da la veracidad a la historia, notándose un trabajo inteligente de producción.
De pronto hay una explosión actoral de los cuatro personajes, con una energía desbordante, que los lleva a la exageración, eso de hacer una escena dramática cuando no lo es. Una conversación para llegar al ¿qué provocó el llanto o el miedo de esa niña?, a ratos da la sensación de estar observando una obra para niños, con personajes un poco descontrolados al caer en esas ásperas discusiones, casi absurdas. Mientras que, esa pausa en cada mirada, en cada sonrisa y eso de prolongar los silencios después de un diálogo, -indiscutiblemente – hacen volver al conflicto original de los personajes, es decir, a la tragedia misma de un hecho tan real como un terremoto y un cuento tan descabellado como el de Von Kleist.
Por su parte el Teatro del Puente, tiene esa magia única que te da el Parque Forestal, y ese pequeño movimiento que se advierte cuando estas disfrutando del espectáculo, literalmente en medio del río Mapocho. Y al llegar el silencio a la sala, la sorpresa agradable de escucha pasar el agua bajo nuestros pies y la noche de la capital se aprecia distinta, melancólica y sin ese bullicio del Barrio Bellavista.
Por Miguel Alvarado Natali
Crónica Digital, 10 de Noviembre 2017