Todavía pendiente el Frente Amplio uruguayo de una prometida autocrítica por la derrota electoral de octubre de 2019, los recién celebrados comicios departamentales y municipales adicionan nuevas claves para lecturas de los votos.
Abundan en que en la primera vuelta en las urnas el día 27 del citado mes el Frente Amplio fue el más votado con el 40 por ciento contra el hegemónico Partido Nacional de la derecha con 29 por ciento, seguidos por Partido Colorado 12,7 por ciento y para el emergente Cabildo Abiertoun 11,3 .
Obligados semanas después a un balotaje, las hasta entonces formaciones opositoras se aliaron coyunturalmente en una llamada Coalición multicolor con la que consiguieron una precaria suma aritmética para alcanzar el poder ejecutivo y ceñidas mayorías en cámaras parlamentarias.
Sin embargo no fue para nada cosa de ‘coser y cantar’, si la diferencia en el escrutinio entre los candidatos presidenciales Luis Lacalle Pou y el frenteamplista Daniel Martínez fue de poco más de un punto y se debió esperar varios días de un conteo minucioso por la Corte Electoral.
Analistas políticos se volcaron a repetir que el país quedaba políticamente polarizado en dos mitades, lo que de un lado y el otro la cuestión del vaso medio lleno o medio vacío cuanto menos sonaba baladí consuelo.
En el fondo real lo que se ponía en juego era qué proyecto de país proponían las afiliadas fuerzas sociales antípodas.
Para el Frente Amplio resultaba chocante que a los 15 años de espectaculares conquistas económicas y sociales, las cuales cambiaron la faz de Uruguay, se opusiera con éxito un programa calificado de restauración conservadora de derechistas sectores de los agronegocios, y participación de elementos con tendencias fascistas provenientes del militarista Cabildo Abierto.
De ahí que en las filas perdedoras junto a lamentos y sentimientos de frustraciones afloraron preguntas y reclamos de una autocrítica a fondo, que en esto último encontró desde el reconocimiento mismo de la derrota hasta el presente a un Partido Comunista frenteamplista, enarbolando consistentemente la bandera de un examen de conciencia.
Algunas hipótesis adelantadas apuntaron entre otros factores desgastes y pérdidas de iniciativa en el último lustro de gobierno frenteamplista coincidente con un contexto adverso de la economía mundial, o el diseño de la campaña electoral, escasa movilización en el interior del país, la fórmula apostada Daniel Martínez-Graciela Villar o franjas de militantes desencantados.
A comienzos de este año la Mesa Ejecutiva del Frente Amplio decidió posponer el inevitable ejercicio autocrítico para después de las elecciones departamentales y municipales marcadas por la Constitución para el último domingo de mayo en la renovación quinquenal.
Pero en marzo Uruguay declaró el estado de emergencia sanitaria tras detectarse las primeras confirmaciones de Covid-19 y mediante un proceso constitucionalista excepcional en consulta con todos los partidos se movió la fecha para el 27 de septiembre, contando con una conveniente gestión sanitaria de contención y estrictos protocolos.
En nueva lectura en clave electoral lo más resaltante fue la victoria de la fuerza de izquierda en los departamentos colindantes de Montevideo y Canelones que albergan el 55 por ciento de la población del país de poco menos de tres millones de habitantes.
A sus respectivos intendentes electos, Carolina Cosse y Yamandú Orsi, se les destaca como las figuras triunfadoras con proyecciones potenciales hacia las presidencialistas de 2024.
También se reconoce el desempeño en la lucha por los votos capitalinos de la candidata de estreno desde el oficialismo de la economista Laura Raffo, con 39 por ciento de sufragios.
Otro fue el resultado del Frente Amplio en los otros cuatro departamentos donde gobernó en los últimos cinco años pues excepto Salto que retuvo en lidia con dos partidos de la coalición que optaron por ir separados, perdió Río Negro, y en pugna voto a voto y estrecho margen, Paysandú y Rocha.
De este modo el Partido Nacional que tradicionalmente dominó al Uruguay profundo semirural a través de su secular existencia, ahora se hizo de 15 de las 19 administraciones territoriales, aunque sin poder conquistar Rivera, un único bastión inexpugnable de Colorado.
Llama la atención que en Colonia y Artigas la mayoría de votantes se pronunció por la reelección de sus respectivos intendentes Carlos Moreira y Pablo Cuaram, pese a protagonizar escándalos públicos, uno denunciado por presunto cambio de beneficios administrativo por favores sexuales y el otro por irregularidades en gastos públicos.
Tal vez se deba a una peculiar dinámica sociológica de interrelaciones y clientelismo localista a la vieja usanza con florecimientos de caciques políticos.
Al menos el politólogo Gerardo Caetano expuso en la televisión que con vista a futuras contiendas electorales el Frente Amplio tendrá que prestar atención a los centros urbanos de los departamentos fuera de la capital, un señalamiento que ya recibió tras la derrota de 2019.
Con más cruda observación su colega Ernesto Nieto, director de una consultora, recriminó que ‘el Frente no vio o no entendió el gran malestar en el interior’.
Toda vez que la ineludible autocrítica frenteamplista pendiente se puso en agenda, uno de los jóvenes referentes de la izquierda uruguaya, Alejandro Sánchez, senador suplente de José Mujica, consultado por el mismo medio, reconoció ‘pérdidas de vaso comunicante con la sociedad’.
Para el coordinador de la bancada legislativa la fuerza política desplazada a la oposición necesita una renovación, sobre todo ‘de ideas, con más diálogo y tender puentes’ fuera de las estructuras organizacionales
Por ahora el actual presidente del FA, Javier Miranda, entiende que se superó la derrota de octubre aumentando 3,82 de los votos válidos y sentenció que en Uruguay ‘la democracia no termina en las urnas, empieza después de las urnas’.
*Corresponsal de Prensa Latina en Uruguay
Montevideo, 2 de octubre 2020
Crónica Digital/PL