Por Luis Cifuentes Seves: ¿Redescubriendo a Lenin?

Lucho Casado, viejo conocido de nuestros tiempos de estudiantes de la Universidad Técnica del Estado (años 60-70), ha dado a conocer sus pensamientos acerca de la actualidad del leninismo en un artículo titulado “Lenin, oh Lenin, ¿por qué te abandonamos?”, publicado en Other News (news@other-net.info).

Buen material para la reflexión. Comienza por la antigua pregunta ¿Qué clase ejerce el poder? Y acude de inmediato a Maquiavelo (S. XV-XVI) y a Kautilya (S. III a. C.). Estos autores son un tanto dispares, puesto que si bien Maquiavelo, buscando un empleo estable y bien remunerado, aconseja a su príncipe acerca de cómo mantenerse en el poder, Kautilya va mucho más lejos. El siguiente párrafo de su gran obra, el Arthashastra, lo retrata:

“El arte de gobernar consiste en mantener el poder con ayuda de todas las ramas del conocimiento, luego, preserva y difunde todo lo que contribuya a la tranquilidad social y al avance cultural. Ennoblece al gobernante y preserva la autoridad, vital para la existencia de relaciones sociales y la observancia de la conducta, contribuyendo al bienestar de todas las clases de la sociedad” (citado por Ramaswany, 2004). A continuación, el autor desarrolla el tema en gran detalle, incluyendo la administración del Estado, la selección y entrenamiento de cuadros dirigentes, la provisión de recursos materiales y administrativos, las relaciones interiores, la diplomacia, etc. Su objetivo es la legitimidad del poder y la paz social.

Empero, ni Maquiavelo ni Kautilya se concentran sobre el tema ¿cómo acceder al poder?, es decir, ¿cómo subvertir un orden establecido para obtener el comando de la sociedad?

Lenin y el partido revolucionario

Aquí es donde aparece Lenin (Vladímir Ilich Uliánov, 1870-1924). Llega a San Petersburgo a los 23 años de edad, atraído por la concentración proletaria, entrando en contacto inmediato con los obreros fabriles e impulsando con pasión las tareas prácticas de agitación.

Ante una situación histórica desastrosa, donde el cambio en las relaciones de poder se hacía posible, se mueve entre Suiza, Francia y Alemania, contacta al revolucionario ruso Georgi Plejánov y crea la “Unión de lucha por la emancipación de la clase obrera”, el primer germen del partido revolucionario en Rusia. Asombrosamente, esta naciente organización dirige en 1896 una huelga de 30 mil obreros textiles en San Petersburgo.

Su labor de organizador, conferencista y agitador se combina con su esfuerzo por expresar con sencillez las enseñanzas de Marx y Engels aplicadas a las condiciones de Rusia. Reivindica el papel de la clase obrera como guía del pueblo. En 1898, encontrándose desterrado en Siberia, escribe “El desarrollo del capitalismo en Rusia” afirmando que el auge fabril en las grandes ciudades había generado un proletariado capaz de luchar por una sociedad mejor.

Para ello, crea, en 1900, el periódico ilegal “Iskra” (la chispa), en cuyo primer número indica que la libertad política y el derrocamiento de la autocracia son los deberes primordiales de los socialdemócratas. Enfatiza la lucha política por sobre la lucha por mejores salarios, a la que llama “lucha económica”.

En el mismo artículo, Lenin define la misión del partido revolucionario, como “la unión del movimiento obrero con el socialismo”, destinado no a servir pasivamente al movimiento sino en representar los intereses de toda la clase, con un objetivo final y tareas políticas, preservando su independencia: “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma”.

Entre 1901 y 1902, escribe “¿Qué hacer?”, donde:

1) define el oportunismo como la actitud de prosternarse ante la espontaneidad del movimiento obrero y rebajar el papel de la conciencia socialista.

2) reivindica la importancia de la teoría, del elemento consciente, del partido como fuerza revolucionaria y dirigente del movimiento obrero espontáneo.

Entre 1902 y 1903, redactó el “Proyecto de Programa del POSDR” (Partido Obrero Socialdemócrata Ruso) donde, haciéndose eco de la carta a Weydemeyer (Marx, 1852), afirma que “la revolución proletaria acabará totalmente con la división de la sociedad en clases y, consecuentemente, con todas las desigualdades sociales y políticas que emanan de esa división”.

En “Carta a un camarada sobre nuestras tareas de organización” (1903), afirma que las fallas fundamentales del POSDR en San Petersburgo y otras ciudades son:

  1. La falta de una preparación seria de y una educación revolucionaria de obreros e intelectuales.
  2. Ausencia de trabajo revolucionario activo de los militantes.

Agrega que el periódico debe dirigir teóricamente y que la dirección práctica debe estar en manos de un grupo central de dirigentes, profesionales de la revolución.

En cuanto a la estructura del partido, Lenin señala que esta debe constar de:

1) Un comité con un número reducido de miembros y algunos suplentes.

2) Grupos de distrito 

3) Grupos o círculos de fábricas

Respecto al trabajo ilegal, agrega que “el arte de la organización conspirativa consiste en utilizar a todos y todo, manteniendo la dirección del movimiento no por la fuerza del poder, sino por la fuerza de la autoridad, de la energía, de la mayor experiencia, amplitud de cultura y mayor talento”. Señala que, a veces, personas completamente negadas como organizadores pueden ser magníficos agitadores. 

Entre julio y agosto de 1903 el partido realiza su segundo congreso en Bruselas y Londres. Se enfrentan dos facciones. Lenin logra convocar a la mayoría (bolshintsvo) con lo que sus partidarios pasan a ser conocidos como bolcheviques. El sector minoritario serían los mencheviques, liderados por Mártov.

El Congreso aprobó un programa, resoluciones sobre táctica y estatutos, pero Lenin fue derrotado por Mártov en un tema crucial: se decidió no obligar a los miembros a participar en las labores prácticas de la organización. Uliánov planteó que esto abriría las puertas a todo tipo de elementos vacilantes y oportunistas. Por otra parte, consigue aprobar la potestad del comité central de hacer obligatorios sus acuerdos a todo el partido. Esto, afirmaba, impediría el caudillismo y el fraccionalismo.

En su obra “Un paso adelante, dos pasos atrás” (1904) sostiene:

  1. Que el partido es la vanguardia de la clase obrera, compuesta por los elementos más firmes, fieles y conscientes.
  2. Que se caracteriza por la voluntad y unidad de acción.
  3. Que esa unidad se consigue mediante estatutos únicos, centro directivo único, disciplina única, mando de la mayoría sobre la minoría y de las organizaciones superiores sobre las inferiores. 
  4. Propicia la libertad de crítica y de discusión, seguidas por la unidad de acción; también favorece la autocrítica.

Los puntos 3) y 4) serían la definición del “centralismo democrático”.

Estos principios fueron consolidados en el III Congreso del POSDR, efectuado en 1905 en Londres. Allí Lenin señaló que era necesario aprovechar todas las ocasiones de acción política abierta en la prensa, sociedades y asambleas, para desarrollar la conciencia de clase proletaria y promover la organización como fuerza socialista independiente.

En el artículo “Sobre la reorganización del partido” (1905) se refirió al trabajo del POSDR en periodos de legalidad. Junto con mantener un aparato ilegal reducido de revolucionarios profesionales, debe contar con organismos legales y semi legales que permitan el ingreso masivo de obreros al partido. Afirmó que “la clase obrera es social demócrata por instinto, y en diez largos años ha hecho muchísimo por convertir esa espontaneidad en conciencia”.

El mismo año aparece en Ginebra su libro “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolucion democrática”, donde Lenin define la condición revolucionaria como aquella en que “los de arriba no pueden y los de abajo no quieren seguir viviendo como hasta entonces”. Estas serían las condiciones objetivas, pero, para que la revolución tenga lugar se requeriría también de condiciones subjetivas: la decisión del proletariado a luchar y la existencia de un partido revolucionario que conduzca.

La obra de Lenin incluye también sus aportes filosóficos, políticos, económicos y geopolíticos expresados en sus libros: Materialismo y empiriocriticismo (1909), Cuadernos filosóficos (1914-16), El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916), El Estado y la revolución (1917), La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo (1920) y otros. Un examen de estas obras rebasa los alcances del presente artículo.

Mis discrepancias con Casado

Lucho Casado parte por afirmar que “El partido leninista, fiel reflejo de la teoría (de Lenin) no existió nunca”, señalando que las enormes dificultades de operar en condiciones de persecución, represión, prisión, relegaciones, dispersión geográfica de los dirigentes, lucha ideológica interna y externa, falta de medios materiales, inmensidad del territorio ruso, revolución de 1905, Primera Guerra Mundial y otros hechos, “no facilitaron precisamente la construcción de un partido monolítico y acerado, un partido de manual”.

Empero, el POSDR, contra viento y marea, se pronunció a favor de la derrota del propio Estado (el zarismo) en la primera guerra mundial, planteó la no-cooperación con el gobierno de Kerensky, líder de la revolución democrático-burguesa de febrero de 1917, lideró la revolución de octubre, ofreciendo al pueblo ruso “paz, pan y tierra” y logró salir victorioso en la guerra contra los “rusos blancos” y la intervención de 14 países (1918-21), incluidos Gran Bretaña, EE. UU., Japón, Francia e Italia, que invadieron regiones del imperio ruso.

¡Menudo logro para un partido que nunca existió! Y no olvidemos que en abril de 1917 Lenin retorna de Suiza a San Petersburgo en un vagón alemán sellado y al llegar, formula las “Tesis de abril”, que trazaron el mapa de ruta de la revolución de octubre y de la construcción de la Unión Soviética, fundada en 1922.

Sin embargo, las dificultades enumeradas por Casado fueron reales. Formado en las más duras condiciones, Lenin jamás exigió de otros lo que él mismo no podía encarar, nunca prometió lo que no podía cumplir, nunca pretendió embellecer los sacrificios necesarios para preservar lo que estimó fundamental.

Al describir al Partido Bolchevique como “organización embrionaria, imperfecta, pero funcional”, Casado se acerca un tanto a la caracterización que Solzhenitsyn hace de Uliánov en su libro “Lenin en Zürich”. De ella se ha afirmado que si Lenin hubiera sido tan incompetente como el autor ruso lo pinta, no habría sido capaz de organizar ni siquiera una excursión de boy-scouts.

Dado el desarrollo del estalinismo a partir de la muerte de Lenin (1924), Casado afirma que el partido bolchevique (Partido Comunista de la Unión Soviética desde 1925) “no tenía mucho de leninista”. Por el contrario, pienso que la toma de poder por Stalin, contra la voluntad de Uliánov expresada en su testamento político (1921-22), subvirtió el leninismo y lo eliminó gradualmente. Pero, para conseguirlo, el georgiano tuvo que disfrazarse; no olvidemos que dos de sus obras principales son “Los fundamentos del leninismo” (1924) y “Cuestiones del leninismo” (1926).

Casado se centra luego en la situación política actual en Chile y otros países, donde, ante estallidos (despertares) sociales, las grandes masas se encuentran sin organización política, sin ideología propia y sin programa. Entonces, realiza su propia invocación de Lenin: “Hace falta un programa, objetivos claros y la organización capaz de transformarlos en acción política concreta para que sea el pueblo quien tome el poder”, agregando la conveniencia de “excluir a los blandengues de esta organización”.

Gran problema: no hay nadie en Zürich esperando el avión sellado que lo traerá a la Plaza de la Dignidad. No hay una organización que pueda conducir a las multitudes indignadas ni representarlas en acuerdos de nivel nacional. De hecho, la Mesa de Unidad Social, que en algún momento despertó entusiasmos desmedidos y hasta pueriles, fue debilitándose y desapareció casi por completo del debate público. Tampoco hay nadie que tenga derecho a decidir quienes son (y quienes no son) los “blandengues” que habría que excluir.

Conclusiones desde la historia-ficción

Sentado sobre la nube de la historia-ficción, pienso que, aterrizando en el siglo XXI, Lenin proclamaría que el presente debe encararse partiendo de su novedad absoluta, de su dinámica desconcertante, de la necesidad de forjar golpe a golpe las respuestas nuevas a situaciones nuevas, usando como ariete la ausencia total de demagogia. 

Uliánov vislumbraría tal vez, que el momento histórico en el que reaparece difiere demasiado de aquel que conoció; que no sólo los métodos de lucha, sino que también las viejas ideas parecen disfuncionales en la nueva realidad; que teorías tan probadas como la dialéctica hegeliana, abrazada por Marx y Engels, ya no bastan; que acaso puede ser esta la hora de acudir también a teorías como la del desarrollo desigual y combinado, formulada por Trotski, su aliado fallido.

Tal ejercicio pudiera ayudar al desenredo de la endemoniada madeja que nos exhibe sociedades, influyentes a escala global, en las que campea la 4ª. revolución industrial y que, al mismo tiempo, cobijan bolsones de los modos de producción feudal y esclavista, contribuyendo a un conjunto de condiciones que posibilitan, pero no garantizan, cambios profundos e inesperados.

Me atrevo a aventurar que, en el Chile de hoy, Uliánov no propondría el paso inmediato a una dictadura del proletariado ni cubriría el país de trenes revolucionarios blindados dando caza a los defensores del capitalismo salvaje (recordemos al joven e inocente Pavel Antípov convertido en Strélnikov, el masacrador comandante bolchevique del “Doctor Zhivago”, de Pasternak). 

Posiblemente sonreiría ante la sugerencia de imponer el liderazgo de un partido que aspira a ser vanguardia, basado en el centralismo democrático. Una orgánica de este tipo existe en Chile desde hace más de un siglo, convoca a alrededor de un 5% de la población y, si bien se esfuerza por generar un gran cambio, no sabe (nadie sabe) cómo conducir a las grandes mayorías nacionales que, cual esperanzadas criaturas de un millón cabezas, se movilizan hoy contra el neoliberalismo voceando reivindicaciones terminalmente legítimas.

Sospecho que Lenin actuaría hoy con el tacto y sutileza que le permitieron volver a Rusia llevando en el mismo vagón a Nadezhda Krúpskaia, su esposa, y a Inessa Armand, su amante, ambas notorias líderes de la revolución y adelantadas de la lucha contra el patriarcado, componente imprescindible de cualquier cambio social que merezca perdurar.

Acaso, en las complejas circunstancias actuales, Uliánov se reinventaría para tratar de resolver, sobre la marcha, todo lo inesperado, inquietante y asombroso, en la esperanza de que, esta vez sí, la nueva sociedad fuera mejor para todos.

Por (Dr.) Luis Cifuentes Seves
Profesor Titular
Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas
Universidad de Chile

Santiago de Chile, 11 de diciembre 2020
Crónica Digital

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