Sin embargo, este concepto hasta hace muy poco difuso y controvertido, gracias al aumento de la participación de la mujer en la vida social y laboral, junto a las políticas de igualdad y la educación, ha permitido que otras formas de maltrato, léase sexual o psicológico, hayan salido a la luz pública.
En la actualidad, la violencia doméstica es un problema creciente, que aunque en el sentido más amplio incluye abuso del niño, de un superior o de un hermano, en su forma más común se refiere al maltrato por parte del compañero sentimental.
El abuso físico es la mayor causa de lesiones entre las mujeres en muchos países del mundo; sólo en Estados Unidos casi cuatro mil féminas fallecen cada año por esta causa, que no tiene distinciones de raza o estatus social, se agrava con el tiempo, se transmite de generación en generación y se extiende a otros miembros de la familia.
A pesar de la magnitud de los abusos, expertos aseguran que en muchos casos es difícil lograr que las que lo sufren hagan algo para detener las golpizas y las vejaciones a las que son sometidas.
Algunas mujeres piensan que no les creerán cuando denuncien a su victimario, quien a menudo presenta una falsa imagen de sí mismo ante los demás; otras sienten vergüenza de tener que informar a otros de las situaciones violentas que padecen. La mayoría teme la venganza de quienes abusan de ellas.
Según los especialistas, existen tres momentos clave en la relación de pareja que preceden al inicio de la violencia: inmediatamente después del inicio de la convivencia o matrimonio; durante el primer embarazo, y tras el nacimiento del primer hijo, probablemente porque provoca cambios significativos en la dinámica de la relación familiar.
La agresión es desencadenada por una actitud, una conducta o una palabra interpretada por el agresor como una amenaza a su autoridad o a su autoestima. Los actos violentos son, a menudo, una autoafirmación de la identidad.
En un estudio clínico que utilizaba entrevistas a mujeres atendidas en un centro de atención primaria, se detectó que aquellas que no sufrían abusos decían que habían venido para un examen físico rutinario, mientras las que habían sido víctimas de malos tratos, se quejaban de un sinnúmero de molestias disímiles.
Comúnmente referían fatiga, trastornos sexuales, dolor pelviano crónico, en ocasiones cefaleas, dolor en el pecho, perturbaciones gastrointestinales y molestias abdominales. Las señales y síntomas pueden ser lesiones obvias o simplemente quejas sutiles.
Por otro lado, la investigación constató que el perpetrador acompaña a menudo a la víctima a la sección de urgencias o la consulta del médico de cabecera, e incluso puede ser atento y cariñoso para encubrir la realidad.
Los mitos y prejuicios sociales, los obstáculos que se presentan en la administración de justicia contra quienes deciden denunciar, entre otros tantos factores, impiden acercarnos a la realidad exacta de un fenómeno social, de alcances insospechados en países de América Latina.
Los casos que se registran corresponden sólo a un pequeño número de la realidad, apenas la punta del iceberg, sobretodo en lo que se refiere a agresiones sexuales, ya que por investigaciones no oficiales se sabe que la mayoría no se pone en conocimiento de las autoridades, formando parte en gran medida de la criminalidad oculta.
Por Vivian Collazo Montano. La autora es Doctora en Medicina y periodista de la Redacción de Ciencia y Técnica de Prensa Latina.
La Habana, 27 de noviembre 2005
Crónica Digital
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