Bachelet sorteó con éxito el cumplimiento de sus primeras promesas y nombró un gabinete paritario, donde nadie se repitió el plato, los master y post títulos abundan, se mezclan experiencia y juventud, y además logra un balance -al menos en papel- de las fuerzas internas.
La designación del gabinete, sin embargo, ha provocado a lo largo de la semana las más encontradas reacciones: ninguno de los cuatro partidos que integran la coalición se han sentido debidamente representados y, mucho menos, tomados en cuenta.
Salvo los más veteranos, los llamados a aportar sus experiencias, los futuros titulares del Interior, Andrés Zaldívar, y del Exterior, Alejandro Foxley, ambos demócratas cristianos (DC), ninguno tiene una militancia política destacada.
Atrás quedaron, no por casualidad, emblemáticas figuras enquistadas en el poder político que aspiraban a seguir en la cúspide, también super favoritos que se daban por sentado y, junto con ellos, una práctica política de más de 15 años.
En ese aspecto, al menos, Bachelet no dejó dudas de que cumplirá lo prometido: «Inauguraré un nueva forma de hacer política». El gesto fue bien valorado por los electores que demandaban un cambio algo más profundo que el simple género, aunque también dejó insatisfacciones.
A lo largo de la semana, se sucedieron una y otra vez en los partidos oficialistas advertencias de que no están conformes y no se quedarán con los brazos cruzados.
Los más afectados, el Partido por la Democracia (PPD) y el Radical Socialdemócrata (PRSD), que integran con los socialistas el llamado «progresismo» dentro de la Concertación, fueron los que más abiertamente protestaron.
El primero, que domina la bancada oficialista en la Cámara de Diputados, amenazó incluso con «pasarle la cuenta» en el Congreso, sin cuyo apoyo sería difícil a la futura gobernante pasar muchas de las iniciativas anunciadas en su programa de gobierno.
Esta fue la primera y más preocupante señal del ruido que puede causar a su administración este proceso de transformación, si se profundiza en igual magnitud en otros niveles de un Estado que entre 1990 y el 2000 se renovó sólo en un 22 por ciento.
Los que se lamentan hoy pertenecen, fundamentalmente, a las esferas de la Concertación que en los tres primeros gobiernos del conglomerado participaron del poder y ahora sienten que no forman parte de la nueva elite.
Pero sin el grado de dependencia que tuvieron en otras administraciones, los partidos saben que la Presidenta y todos sus ministros necesitarán de sus votos en el Parlamento para implementar su agenda, como ya lo advirtió el ex ministro (PPD) Sergio Bitar.
Por buenas que sean las intenciones y su voluntad de cambiar las reglas del juego, Bachelet necesitará a los partidos y a los parlamentarios para gobernar y es allí donde puede estar su mayor debilidad para desprenderse de la pesada carga.
En lo político, el gabinete -de marcada tendencia conservadora y neoliberal- también dejó muchas insatisfacciones en la izquierda y el mundo progresista, cuyos votos fueron decisivos para su triunfo y esperaban verse reflejados de alguna manera en el futuro gobierno.
El gabinete económico, encabezado por el ministro de Hacienda, Andrés Velasco, un profesor de Harvard muy aplaudido por Wall Street y el empresariado local, no deja mucho espacio a las esperanzas de un cambio de rumbo en la política neoliberal.
Velasco estará secundado por dos figuras claves: los titulares del Interior y del Exterior, de derecha ambos y los de mayor experiencia dentro del futuro gobierno, y que nadie duda intentarán ejercer fuerte influencia en la futura mandataria.
Por:Angel Pino R. El autor es corresponsal de Prensa Latina en Chile.
Santiago de Chile, 5 de febrero 2006
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