Editorial de Granmma
NINGÚN DOLOR HUMANO NOS ES AJENO
Cuando de este lado del mundo, toda Cuba gritaba y se abrazaba emocionada por la victoria propia y la conmovedora dignidad de los vencidos, cuando las lágrimas corrieron solo porque hubiéramos querido a Puerto Rico con nosotros en las próximas y duras jornadas del Clásico donde ellos batallaron porque estuviéramos, cuando no parecía haber más que motivo de celebración porque la hermandad de los hombres resultó más poderosa que la rivalidad deportiva…en esas mismas horas, del otro lado del mundo, otros hombres, ajenos a cualquier sentimiento de solidaria convivencia, bestializados por una guerra que se anunció relámpago y ha resultado infinita, lanzaban contra regiones escogidas de Iraq y Afganistán, los más duros bombardeos de que se tengan noticias después de la invasión que está a punto de cumplir tres años. Telesur mostró a las víctimas: había niños baleados en la cabeza allí donde los norteamericanos dijeron que cazaban terroristas. CNN también cubrió el suceso, pero solo mostró los helicópteros en la distancia, lejos del dolor, como tantas veces, como en las películas.
Todo ocurrió horas después del cínico performance de John Bolton y los ridículos corifeos de Washington en Naciones Unidas, votando contra la instalación de un Consejo de Derechos Humanos, hecho a la medida de los intereses del imperio.
Como denunció nuestro embajador ante la ONU, Rodrigo Malmierca, el nuevo mecanismo fue «concebido y negociado tras bambalinas para acomodar las principales exigencias de Estados Unidos, sacrificándose intereses vitales de los países del Sur».
Tal como había exigido el halcón del imperio, se redujo la membresía de 53 a 47 y se impuso la cláusula de suspensión para que ya nada limite «la perniciosa y socorrida práctica de imponer resoluciones políticamente motivadas contra los países del Sur, sin sujeción o respeto a criterio alguno».
Al mismo tiempo «el derecho al desarrollo, una reivindicación principal de las grandes mayorías del planeta, quedó relegada y se obvió de modo negligente la lucha contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia».1
¿Por qué entonces la protesta altisonante y el voto negativo aunque ya necesariamente aislado de Washington, Israel y las colonias imperiales?
Porque, a pesar de tantas concesiones hechas a sus exigencias, no lograron garantizarse la exclusión automática del Consejo de naciones con la autoridad moral y la independencia soberana de Cuba.
En otras palabras, no pudieron imponer su más cara exigencia: hacer callar a los que se atreven a desafiar la censura imperial, impedir la denuncia valiente contra los desmanes, abusos, violaciones flagrantes y masivas de los derechos humanos que hoy distinguen la política internacional de Washington, algo escandalosamente silenciado por la complicidad europea, hasta que la voz serena y acusadora de Cuba se levantó para exigir que se discutiera.
Estados Unidos quiere un Consejo todo suyo, donde los del Sur sean solo disciplinados, aprendices de hipócritas lecciones democráticas y víctimas calladas de abusos y atropellos, a los que solo se reservan inquisitorias condenas si se atreven a pronunciar una queja.
Cuba no se engaña. El hecho de que finalmente la Unión Europea se pronunciara a favor de lo que Estados Unidos rechaza, es más forma que esencia. Sus representantes lo aclararon al explicar el voto: consideran válidos los argumentos de Bolton y apoyarán a Estados Unidos en su plan de impedir que puedan ser miembros del Consejo aquellos países inconformes con el «dejar hacer» que practica Europa hacia Washington con notable hipocresía.
Y todo se hará en nombre de la democracia de la que se autotitulan líderes los más brutales y consuetudinarios violadores de los derechos de todos los seres humanos en el planeta.
Los bombardeos feroces sobre las naciones invadidas y supuestamente «salvadas para la democracia» por el gobierno de George W. Bush son una advertencia y una amenaza renovada sobre las razones que tienen para querer un Consejo absolutamente bajo su voluntad. Los países incómodos son anotados en todas las listas posibles y para ellos, dijo el Presidente: «si es necesario, bajo el principio de autodefensa, no descartamos el uso de la fuerza antes de que ocurran los ataques».
Bajo esa premisa, ¿quién se atreverá a decirle a Estados Unidos que su guerra devuelve a la humanidad a las más oscuras horas de la época nazi? ¿Quién osará recordarles que sus bombardeos de aldeas, ciudades, familias, sus cárceles secretas, sus torturas y humillaciones, sus desapariciones de seres humanos en vuelos ilegales, son crímenes demasiado similares a los que la humanidad juzgó en Nuremberg?
Definitivamente no serán aquellos que han callado para ocultar su complicidad en los hechos, olvidando que también aquella vez empezaron siendo cómplices y terminaron siendo víctimas.
Solo no callarán los que estén dispuestos a pagar el precio de detener a golpe de denuncias tanto el crimen como el «dejar hacer». Ni la alegría de estos días en que los hombres se abrazan por una causa linda y civilizada como el deporte, nos aparta de la obligación humana de advertir a todos que las bombas que ahora caen del otro lado del mundo también están diseñadas para matar ese abrazo que nos damos emocionados por una simple victoria en el béisbol. Para ser verdaderos seres humanos, ningún dolor humano nos puede resultar ajeno.
1 Tomado de la explicación de voto del embajador cubano ante Naciones Unidas
La Habana, 18 de marzo 2006
Crónica Digital , 0, 69, 7